Las gemas han simbolizado la conexión con lo divino desde los tiempos bíblicos. El significado de los rubíes, los zafiros y los topacios. El Anillo del Pescador que lleva el Papa y los que portan obispos, arzobispos y cardenales
Las piedras preciosas o gemas buscadas con afán y hasta la muerte por muchos tienen, en ocasiones, un valor inestimable; y, en otras, no son más que una simple y sencilla roca; no más que los cantos rodados que encontramos en los riachos y a la orilla del mar. Pero, ¿en qué radica su valor? Que son extrañas, raras y hermosas.
La mayoría son variedades de minerales, pero también las hay de materiales de origen animal como el marfil, el coral y las perlas; o de origen vegetal, como el ámbar y el azabache. Los diamantes, rubíes, zafiros y esmeraldas son las cuatro piedras preciosas más valiosas y son cristales minerales naturales. Lo que todas estas piedras tienen en común es el hecho de que se pueden cortar, pulir y trabajar para realzar su valor y belleza. Precisamente el brillo, el color y la transparencia hacen de las piedras preciosas y semipreciosas piezas de colección naturales, así como adornos para la creación de joyas o para uso ornamental o decorativo.
Hemos visto cómo se pueden distinguir las piedras semipreciosas naturales en función de su origen: mineral, vegetal, animal. Pero existen otros criterios de clasificación, que definen, por ejemplo, si una piedra es preciosa o semipreciosa, si es una gema o una piedra dura. Los criterios de definición son la rareza, el origen y la calidad de las piedras. Los antiguos griegos distinguían entre piedras preciosas y semipreciosas en función de su rareza, brillo y dureza.
Hoy, todavía consideramos piedras preciosas a las mismas gemas: el diamante, el rubí, el zafiro y la esmeralda, pero sucede que existen variedades particulares de piedras consideradas semipreciosas que superan en valor a las gemas reales. Por eso, el uso de los términos preciosa y semipreciosa —en referencia a las piedras naturales— puede dar lugar a malentendidos.
En cuanto a las llamadas piedras semipreciosas, antiguamente, algunas calidades de mármol, pórfido y granito entraban dentro de esta definición. También se llamaban piedras semipreciosas a las utilizadas para realizar incrustaciones y mosaicos: jaspe, ónix, ágata, entre otras. Incluso en el ámbito religioso encontramos un amplio uso de piedras preciosas y piedras duras. Además de los mosaicos en los templos; en el pasado también era común que el mobiliario sacro y los objetos litúrgicos, como el cáliz, la píxide, la patena y la custodia, estuvieran ricamente decorados con incrustaciones y piedras preciosas.
Según la Biblia, el pectoral del efod, prenda que llevaba el sumo sacerdote Aarón, hermano de Moisés, estaba adornado con doce piedras preciosas, cada una de las cuales representaba una de las doce tribus de Israel. Incluso los anillos usados por obispos, arzobispos y cardenales de la Iglesia Católica, en su momento, estuvieron decorados con gemas, que no sólo definían la jerarquía sacerdotal, sino que también expresaban un profundo significado simbólico.
Hoy los anillos episcopales suelen ser simples y de plata, pero vale la pena recordar el valor simbólico que, durante siglos, significó el anillo episcopal para la jerarquía católica. Por ejemplo, la elección de la amatista como gema para decorar el anillo del Obispo tiene raíces antiguas y simbólicas. Esta piedra se menciona en la Biblia entre las vestimentas ceremoniales destinadas a Aarón, según las órdenes que Dios dio a Moisés, y fue elegida para el anillo del Obispo principalmente por su color, púrpura, que tiene un significado sagrado. El morado evoca el concepto de penitencia, espera y luto, pero también la boda mística entre Jesús y su Iglesia. Este color es especialmente significativo durante las temporadas litúrgicas como el Adviento y la Cuaresma, que resaltan el profundo significado espiritual del anillo y su gema. El topacio, una maravillosa piedra con reflejos dorados, adorna el anillo de los Arzobispos. También se la menciona en la Biblia entre las gemas sagradas destinadas a adornar las armaduras de los Sumos Sacerdotes, asociadas a las doce tribus de Israel y a los doce ángeles que custodiaban el Arca de la Alianza y presidían la puerta del Paraíso.
Fue con el IV Concilio de Toledo cuando se definió que, en el momento de la ordenación, el obispo debe recibir, además de la estola u orarium y el báculo pastoral, también el anillo o anulum, emblema de la dignidad pastoral, que conducirá al dedo anular derecho. Actualmente, los Obispos reciben el Evangelio, símbolo de su tarea de difundir la Palabra; la mitra, que simboliza la Santidad; el báculo, por su misión de pastor de almas; y el anillo, sencillo, sin ninguna piedra como símbolo de lealtad a la Iglesia.
El anillo del arzobispo era de topacio, la maravillosa piedra con reflejos dorados que adornaba el anillo arzobispal, se menciona en la Biblia entre las gemas sagradas que adornaban las armaduras de los sumos sacerdotes, asociadas a las doce tribus de Israel, pero también a los doce ángeles que custodian el Arca de la Alianza y presiden la puerta del Paraíso. Para los egipcios, el topacio era la piedra de Ra, el dios del sol. Su nombre en sánscrito antiguo significa “fuego”. Su color marrón y dorado hace referencia al sol, la tierra, la fertilidad y la vida. Según los griegos, daba fuerza física y mental.
Los cardenales tenían su propio anillo, ya documentado en el siglo XII, que les entrega el Papa durante el consistorio, como símbolo de su dignidad y alianza con la Iglesia. El anillo del Cardenal estaba adornado con un zafiro o un rubí y se diferencia de otros anillos pastorales porque la insignia del Papa que se lo donó al Cardenal estaba grabada en el propio anillo o en el reverso de la piedra. También es un poco más ancho porque se debía poder llevar encima de los guantes pontificios.
El zafiro siempre ha estado asociado con el concepto de lo divino, en todas las culturas. El sello de Salomón era en realidad un zafiro; los antiguos persas la consideraban la piedra sagrada por excelencia y creían que los zafiros determinaban el azul del cielo. Una antigua tradición sostiene que las tablas de los Diez Mandamientos estaban hechas de zafiro. En el antiguo Egipto era la piedra de la verdad y la justicia, para Carlomagno, que siempre llevaba un amuleto con un zafiro engastado, demostración de amor a Dios. Fue el papa Inocencio III en el siglo XIII quien decidió que los cardenales llevaran el anillo con el zafiro en su mano derecha.
Hoy en día, quien es ordenado Obispo y hasta que recibe el encargo de ser el obispo de Roma, siempre se usa el mismo anillo, como bien lo dejó demostrado el actual papa Francisco, quien siempre usa el mismo anillo y el mismo pectoral, sencillo de plata. Sin embargo, entre todos los anillos con piedras se destaca el famoso “Anillo del Pescador”. Es un anillo que lleva el obispo de Roma como jefe de la Iglesia Católica. También se lo conoce como “Anillo Piscatorio” o en latín como “Annulus Piscatoris”. El anillo también puede llamarse Anillo de San Pedro, debido a su diseño grabado que representa un camafeo en bajorrelieve de San Pedro, uno de los 12 apóstoles de Jesucristo.
El significado y la asociación con San Pedro y el anillo del pescador se atribuye a una historia o versículo tomado de la Santa Biblia, particularmente Marcos 1:17. Por palabra de Cristo, Jesús se refirió a San Pedro como un “pescador de hombres”; y, el Papa, siendo cabeza de la Iglesia Católica, es considerado un “pescador de hombres” y sucesor de San Pedro. Los Papas recién elegidos pueden elegir el diseño de su anillo, pero todos presentan la imagen de San Pedro. La mayoría de ellos lo muestran en un barco de pesca tirando de una red. Otro estilo muestra un grabado en bajorrelieve de San Pedro sosteniendo un juego de dos llaves: una representa el poder del cielo y la otra representa la autoridad espiritual del papado en la Tierra.
Una de las piezas más famosas incluidas en las insignias del Papa es, posiblemente, el anillo eclesiástico. Conocido como el anillo de pescador, se lleva en la mano derecha del Papa. Originalmente sirvió como sello, pero desde el siglo XV fue reemplazado por el sello papal oficial ya que poseía piedras preciosas alrededor del grabado de San Pedro, lo que lo hacía enorme y muy pesado. Esta pieza de orfebrería fue documentada por primera vez en 1265 y ha sido mencionado durante siglos. Antiguamente el anillo del pescador era de oro puro, pero los nuevos papas empezaron a utilizar también plata en sus anillos.
Según la tradición católica, tras la muerte o la dimisión de un Papa, el anillo debe ser destruido con un mazo de plata. La destrucción del anillo es necesaria porque en el pasado el anillo se utilizaba como sello para firmar documentos en nombre del Vaticano con la autorización del Papa reinante. Entonces, si el anillo no fue destruido, podría usarse para falsificar documentos si cayera en las manos equivocadas. Hoy, como ya no se utiliza de sello, los antiguos anillos papales simplemente se desfiguran haciendo dos cortes profundos en el grabado y luego se guardan de forma segura, en lo profundo de los muros del Vaticano.
Actualmente, el papa Francisco posee un anillo diseñado por el orfebre Enrico Manfrini con una imagen de San Pedro con las llaves en su mano, y posee otro mucho más simple que es solo una cruz sobre un óvalo.
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