Celeste murió después de meses de agonía y Nico enviudó con una hijita de tres años. Alejandro murió de repente una mañana y Marianela se quedó sola con sus dos hijos de 8 y 10 años. Les parecía que volver a enamorarse era imposible, pero el destino tenía otro plan para ellos.
Los Toldos es una ciudad de 20.000 habitantes. Por eso era raro que Marianela y Alejandro no se hubieran visto antes. Habían pasado la vida yendo a los mismos lugares, pero recién se encontraron en 2007, cuando ella volvió después de pasar unos años en Buenos Aires. Tenía 26 años y había entrado a trabajar en el sector administrativo de una fábrica importante. Alejandro estaba a cargo del área de soporte administrativo. Ni sabe cómo empezaron a hablar, pero al poco tiempo estaban saliendo.
El destino a veces es generoso con el tiempo, porque para Marianela y Alejandro fue todo fácil y rápido. No tardaron mucho en irse a vivir juntos y proyectar una familia, que también llegó pronto. Primero nació Lola, y dos años más tarde, Teo. Sentían que tenían todo lo que habían soñado. Una casa en un lugar tranquilo, donde reinaban el amor y los amigos.
Alejandro tenía 36 años y era muy deportista, corría triatlones, una de esas personas de las que el resto piensa “es un roble”. Por eso la tragedia fue tan inesperada. La noche antes, como muchas otras, los cuatro habían comido en su casa. Era viernes y Ale había abierto una botella de vino blanco, el que le gustaba a Marian. Más tarde pusieron música y bailaron. Después de 14 años juntos, seguían enamorados, quizá más que nunca.
Al baile lo interrumpió un pequeño percance: la gatita de la casa se había subido al techo del galpón de los vecinos y Marianela tenía miedo de que no pudiera bajar sola. Trataron un buen rato de rescatarla, llamándola y poniéndole comida cerca, pero no hubo caso. Entonces Alejandro acomodó unos palos a modo de rampa. En algún momento iba a poder volver sola. Resignados, se fueron a dormir y se despidieron como siempre con un te amo.
Como a las cuatro de la mañana, Marian escuchó que la gata rascaba la puerta de entrada, ¡lo había logrado! Le abrió y la vio irse derechito a la cama grande, donde se acostó sobre su marido, ronroneando. “Uy, apareció gracias al palo que le puso papá!”, dijo él. Después le volvió a decir a Marianela que la amaba y se durmió por última vez.
Dos horas y media más tarde, se despertó ahogado. Marian lo miró y le hizo un mimo pensando que estaba teniendo una pesadilla. Hasta que se dio cuenta, pasaron unos segundos. Cuando la convulsión cedió, Ale quedó completamente quieto. Desesperada, Marian llamó a la ambulancia, a su cuñado y a la policía. Entonces él se incorporó y se volvió a agarrar el pecho. Después se desvaneció y suspiró muy fuerte, transpiraba y el color del cuerpo comenzó a cambiarle. Marian lo sostenía en sus brazos, trataba de hacerle RCP. Para cuando llegaron los médicos ya no respiraba. Estuvieron 40 minutos tratando de reanimarlo, pero no había nada que hacer.
“Yo preguntaba ‘¿Está muerto?’, y como el médico era amigo, también estaba en shock y me abrazó. Así que yo, que estaba en pijama, me puse las zapatillas y un buzo y agarré la cartera. Pensé que nos íbamos a una terapia intensiva –cuenta ahora Marianela por zoom a Infobae–. Es que la conciencia te dice una cosa y el inconsciente otra. Entonces el paramédico que había venido en la ambulancia se arrodilla al lado mío y me dice: ‘Mirá, yo me quedo acá por vos, pero esto ya está’. Recién entonces reaccioné. Lo que siguió fue un tsunami”. Era septiembre de 2021 y la vida de Marianela y de sus hijos, que tenían 10 y 8 años, acababa de cambiar por completo.
La historia de Nicolás sólo tenía una diferencia: había tenido tiempo de despedirse de Celeste. Se habían visto por primera vez en el cumpleaños de un amigo en común, “a la vieja usanza”, dice él también por zoom. Era 2013, estaban en Buenos Aires, y él venía de un divorcio. Ella estaba saliendo de una relación. Esa noche se quedaron hablando hasta cualquier hora y ya no se separaron. Él había vuelto a la casa materna después del fracaso de su pareja anterior y Celeste todavía vivía con su padre. No faltó mucho para que se mudaran juntos. “Ella alquiló un dos ambientes, y yo me le instalé como una garrapata”, se ríe. La certeza de que querían tener un hijo también llegó rápido. Celeste quedó embarazada en 2016 y Guille nació en mayo de 2017. Mientras la esperaban compraron un departamento que reciclaron y se mudaron los tres cuando llegó la beba. Eran felices.
Pero en 2019 todo lo que habían construido juntos se dio vuelta de manera abrupta cuando a Marianela le detectaron un tumor maligno en el colon rectal. Estaba muy avanzado y tenía metástasis, pero Guille tenía sólo dos años: no había manera comprensible de que se quedara sin mamá. “Estábamos los dos en la oficina de proctólogo y se nos vino el mundo abajo. Todavía no sabíamos qué tan grave era y me acuerdo que la preocupación de Celeste pasaba porque cuando la operaran iba a tener que usar la bolsita de colostomía: ‘¿Cómo voy a estar así a mis 36 años?’, se angustiaba ella. Nunca imaginamos el desenlace, sólo 10 meses después de aquel diagnóstico”, dice Nico.
Ahora asegura que supo desde el primer momento lo que iba a pasar, pero sin embargo creyó todo el tiempo en que algo la salvaría: “Me corría un frío por a espalda sabiendo que tenía los días contados, pero al mismo tiempo, con una beba tan chica, pensaba ‘No, no puede ser, Celeste no se puede morir’”.
Pero fue así: Celeste murió el 30 de junio de 2020, en plena pandemia. Tres días después, Nico se armó de coraje y habló con su hijita, que para entonces tenía 3 años: “Estábamos en la cocina desayunando y ella estaba mirando la tele, entonces yo le pongo pausa, la miro y le explico: ‘¿Viste que mamá estuvo internada?’, era algo habitual para ella, porque el último año había sido con Celeste entrando y saliendo del hospital. Entonces le digo: ‘Mamá no va a volver, porque está muerta’. Era algo que había hablado con las psicopedagogas del colegio; tenía que ser muy enfático, muy claro con que no había posibilidades de volver a verla: ni estaba en una estrellita, ni en el cielo, ni era un angelito, no podía darle a entender que lo que había pasado era algo transitorio. Ella me miró, me preguntó por qué, y yo le dije que porque estaba muy enferma, que su cuerpo estaba muy cansado. Guille siguió comiendo sus galletitas, pero después me volvió a preguntar”. La respuesta que le dio Nico desde entonces a su hija fue tan simple como dolorosa: “Mamá murió porque el destino es caprichoso”.
Pero los caprichos del destino todavía tenían mejores planes para ellos. Había pasado un año y medio de aquello cuando un amigo convenció a Nicolás de abrirse un perfil en una aplicación de citas. Puso algunas fotos actuales y una descripción tan escueta como honesta: “Viudo con una hija”. Hacía cinco meses que había muerto Alejandro y las amigas de Marian la convencieron de hacer un viaje a Córdoba para despejarse. En ese viaje, con el alma rota, ella decidió que quería seguir adelante. “Tengo que dar vuelta la página”, se dijo. Entonces sus amigas la obligaron a bajarse una app de citas. Le sacaron fotos y escribieron algo rápido sin que ella pudiera hacer mucho.
“Era verano y mis amigas jugaban a pasar perfiles de señores con la mano, así que yo me puse a hacer lo mismo, más por seguirles el juego que por interés genuino”, dice Marian. Hasta que vio la foto de Nico y una bio que no obviaba lo que tenían en común. Algo que ahora no sabe explicar bien la impulsó a escribirle: “¿Por qué ponés que sos viudo? Qué loco que puedas decirlo”. Marianela todavía no usaba la palabra, era todo muy reciente y sentía que la viudez era una carga enorme. “Es muy potente, porque vos podés estar separado o ser soltero o divorciado, y no implica tanto. Pero decís ‘viudo’ y eso es una mochila que señala ‘yo transité esto, esta tristeza’”, explica ella. Su perfil, en cambio, no daba mayores datos: “Es que yo estaba ahí de paso, haciéndole caso a mis amigas y nada más”.
La respuesta de Nico fue directa: “Yo quería dejar en claro que, más allá de que tenía una hija, no estaba en una situación conflictiva con una ex, aunque el duelo en sí fuera un conflicto aparte”. Fue el 18 de enero de 2021, y desde ese día empezaron a hablar sin pausa, todos los días. Primero por la app, después por Whatsapp. No podían conocerse pronto: Marianela iba volver a Los Toldos; Nico vivía en Buenos Aires y estaba por irse de vacaciones con su familia.
Pero la charla fluía entre la franqueza brutal y el humor negro. Se contaron sus historias de amor y de dolor, hablaron de cómo querían criar a sus hijos, discutieron sobre lo que creían que pasaba después de la muerte, coincidieron en el apoyo de sus familias políticas –ellos seguían teniendo suegros y cuñados por parte de Ale y de Celeste y no pensaban cambiar eso–, y fueron muy sinceros: los dos habían estado profundamente enamorados de sus parejas. Era la primera vez que se interesaban por otras personas, pero no habían olvidado a Alejandro ni a Celeste: “Desde el principio fuimos cuatro”, dicen, mitad en chiste, mitad en serio.
La distancia fue una ayuda para animarse a un vínculo más profundo. Durante un mes hablaron por chat y videollamada, sin verse personalmente. “Eso fue fundamental, porque yo no estaba preparada para conocer a nadie y él recién estaba empezando a plantearse la idea. Entonces, ese conocernos desde otro lugar que nos permitía la tecnología, aflojó las cosas. Yo sentía que no podía estar cerca de otra persona, no me imaginaba que me invitaran a salir, estar con alguien. Pero sin la presión de la urgencia, todo se fue dando con naturalidad”, dice ella.
Cuando finalmente Marian viajó a verlo a Buenos Aires, en febrero, fue como si se conocieran desde siempre: “Hacía un mes que hablábamos todos los días, a toda hora”, dice él. Él la pasó a buscar con el auto por la puerta de la casa de la amiga en donde estaba parando, ella subió y casi no hubo palabras: “Nos miramos 10 segundos y yo enseguida le di un beso –dice Nico–. Le dije que era para romper la tensión y aflojar los nervios”. Y funcionó, dicen los dos: “Porque estábamos realmente muy nerviosos y ese beso resumió un mes de charlas, fue un punto de partida para materializar lo virtual”.
En el sube y baja de las emociones, que nunca son lineales, los dos se dieron cuenta de que había otra vida posible, otra persona que podía ser para ellos, alguien a quien escribirle todos los días y contarle sus cosas, alguien nuevo que se preocupaba por ellos, por su trabajo, por sus hijos. Alguien que encima de todo entendía por lo que estaban pasando.
Claro, hablaban muchísimo de Celeste y Alejandro, pero enseguida pudieron hablar también de lo que les pasaba ellos. “Empezamos sintiendo mucha culpa, y nuestra relación era casi clandestina. Nos daba miedo lo que podían pensar los demás y hasta nosotros mismos, cuando en realidad no estábamos haciendo nada malo. Apenas nos estábamos conociendo, pero nos estresaba mucho todo; era difícil dejar de lado las convenciones sociales y no queríamos lastimar a nadie. Nosotros éramos viudos, pero Alejandro y Celeste tenían padres, hermanos e hijos para los que podía ser un dolor todavía más grande pensar que habían sido reemplazados”, dice Nico.
Pese a todos sus temores, Marianela y Nicolás se habían encontrado y eso les permitía dar otro paso para sanarse: el de ellos fue un duelo acompañado. “Nosotros podíamos dar vuelta la página juntos de una manera en que no podrían hacerlo jamás los familiares de Ale y Celeste. Pero la verdad es que el amor que sentimos por ellos no tiene reemplazo: es un dolor con el que se aprende a vivir y no desaparece aunque uno pueda volver a pensar en un amor nuevo”, sigue él.
Lo hablaron muchas veces: “Es raro porque ni siquiera nosotros lo pudimos vivir con la alegría y esa emoción que vive uno cuando conoce a alguien, esa adrenalina que produce el enamoramiento. Para nosotros lo que nos pasaba estaba todo el tiempo manchado por una sensación de tristeza –dice ella–. Me acuerdo que Nico me dijo algo que a mí al principio me chocó: ‘¿Vos tenés claro que no fuiste mi primera opción, no?’. Y claro, cuando lo pensé me di cuenta de que tenía razón, él tampoco era mi primera opción: ‘O sea, yo estoy con vos porque otra persona se murió’, le dije. Pero a la vez era hermoso despertarme y ver su ‘buen día’ todas las mañanas, aunque al rato me invadiera la tristeza de decir ‘Ay, pero yo estoy hablando con él porque Ale ya no está’”.
Las primeras veces, cuando Nico iba a Los Toldos, se quedaba en una casa de alquiler frente a la de Marian. No querían que nadie los viera. Si salían a dar una vuelta, era en la camioneta con los vidrios polarizados. No podían encontrarse con conocidos que pensaran de ella: “¿Cómo es que rehizo su vida tan rápido?”. No querían siquiera pensarlo ellos: la idea de rehacer sus vidas todavía les parecía imposible.
En algún momento tuvieron que entender que lo que estaban construyendo, más allá del amor que sintieran por los que ya no estaban, dependía sólo de ellos. “Creo que sirvió que tuvimos mucho diálogo desde el momento cero. Los dos sabíamos que estábamos sintiendo eso, que por momentos era adrenalina y por momentos mucha tristeza”, dice Marian. “El hecho de que nuestras historias fueran tan parecidas, hacía que empatizar fuera mucho más fácil –dice Nico–. Ella podía entenderme si yo de repente subía a mi estado de WhatsApp una foto de Celeste, sabía que no significaba que la estuviera traicionando. Lo mismo si ella compartía algún recuerdo de Alejandro: no significaba que me estaba abandonando o dejando de lado. Son cosas muy difíciles de entender si no estás parado en el mismo lugar”.
Aunque hasta conocer a Marian, Nico no había salido con ninguna otra mujer, sí había hablado con otras chicas por la app, y el planteo se repetía siempre: “¿Por qué le seguís diciendo suegra a la abuela de tu hija? ¿Por qué te sigue yendo a visitar a tu casa todos los días? ¿Por qué hablás tanto de ella?”. Pero a Marianela le pasaba lo mismo, entonces no había cuestionamientos: “Al día de hoy seguimos hablando de nuestras suegras que son las madres de Ale y de Celeste, porque nosotros no nos separamos, sino que la persona que amábamos falleció. Y no nos separamos de la familia de nuestros hijos, así que desde que empezamos a ver que lo nuestro ya no era sólo hablar para salir de la tristeza, tuvimos la idea de poder integrarlos a todos, que es algo que creemos que va a suceder tarde o temprano. Y aunque todavía es muy pronto, tratamos muy de a poco de poder compartir los mismos espacios todos juntos”, dice Marian.
Así fue como empezaron a viajar con sus hijos, aunque primero se presentaron mutuamente como amigos. Los chicos naturalizaron todo más rápido. Guille dijo: “Hola, mi mamá está muerta”. Lola y Teo respondieron: “Nuestro papá también está muerto”. “Mi mamá estuvo enferma mucho tiempo”, contó Guille. “Mi papá se despertó un día y no le anduvo más el corazón”, dijo Teo. De pronto, también ellos tenían mucho en común. Sobre todo las ganas de ver a sus padres felices.
En julio del año pasado organizaron su primer viaje los cinco juntos. Eran vacaciones de invierno y se fueron cuatro días a Sierra de la Ventana: “Fue muy fuerte porque de vuelta volvíamos a ser una familia, a movernos en manada, compartiendo actividades, comidas, todo”, cuenta Marian. Habían alquilado dos cabañas, una para cada uno con sus hijos, pero los chicos resolvieron por ellos: “Los chiquitos vamos a una y los grandes a la otra”. Al final terminaron todos durmiendo en la misma.
Para Marian fue un hito: la última vez que había estado ahí había sido con su marido, y lo último que hicieron fue subir al cerro Centenario. Cuando volvieron a hacerlo todos juntos fue muy divertido, pero al llegar a la cima, ella tuvo un momento de angustia muy fuerte: “Entonces me quedé mirando toda la situación y el horizonte, y se me empezaron a remover muchas cosas”. Dice que se quedó un rato en silencio y, cuando se dio vuelta, Nico estaba parado detrás de ella. “Estaba ahí esperando que yo transitara mi momento, sabía lo que estaba sintiendo y sólo me abrazó y me dijo: ‘Sí, duele’. Para mí ese fue el punto exacto en que me dí cuenta de que estaba enamorada de él, de ese hombre que lejos de enojarse o sentir celos, estaba al lado mío para contenerme. Ahí dije esto es lo que yo quiero para mí, quiero a esta persona que me entiende, que es capaz de ver lo que me pasa y abrazarme”.
Para Nico fue casi al mismo tiempo: “Me di cuenta que hasta ahí yo estaba apostando a algo que reunía todas las condiciones, pero en paralelo seguía atado a mi pasado. Hasta que hicimos un viaje solos, a San Pedro, un fin de semana largo en que pudimos estar por primera vez sin cuidarnos de lo que podrían decir los demás o de mantener un perfil bajo para no llamar la atención; sin pensar en el trabajo ni en los chicos, estando sólo para nosotros. Cuando volví de ese viaje entendí que había vuelto a enamorarme, que ella era la persona con la que yo quería reconstruir mi vida, volver a tener un proyecto de familia que para los dos había quedado trunco”.
Ahora saben que no están retomando ningún proyecto: están armando el de ellos. Y se lo confirman sus hijos. Como cuando Guille le dijo a Lola: “Me parece que mi papá está enamorado de tu mamá”. “Me parece que son novios”, dobló la apuesta la mayor. “¿Y a vos te parece que yo puedo ser la novia de tu papá?”, preguntó Marian. “Sí, papá está enamorado de vos por como te mira, y además no tiene otras amigas”, dijo Guille.
Aunque siguen viviendo en ciudades separadas, Nico y Marian se ven casi todos los fines de semana y hablan por chat las 24 horas. Con el tiempo –y mucha, mucha paciencia, dicen los dos– pasaron del chiste de “felices los cuatro” a aceptar la felicidad de una historia que es única y es de ellos. Su propia historia de amor. “El verdadero Amor después del Amor”, dicen.
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