
Frente a la costa de Nueva Inglaterra, una de las criaturas más escasas del planeta nada lentamente con la boca abierta. La ballena franca del Atlántico Norte filtra nubes de diminuto plancton rojo, Calanus finmarchicus, del tamaño de un grano de arroz. De esa “sopa” de copépodos depende, en gran medida, su supervivencia. Solo quedan alrededor de 370 ejemplares en todo el mundo.
La novedad es que, por primera vez, ese plancton se ha podido seguir desde el espacio. Un equipo de la NASA y del Bigelow Laboratory for Ocean Sciences ha demostrado que los enjambres de Calanus dejan una huella sutil en el color del océano que los satélites pueden detectar. Un detalle mínimo visto desde cientos de kilómetros de altura, pero con consecuencias muy prácticas para la conservación.
El eslabón rojo de la cadena trófica
Calanus finmarchicus es un pequeño crustáceo marino, un zooplancton rico en grasas que funciona como “bocadillo energético” para ballenas, peces y aves marinas. En el Golfo de Maine, frente a Estados Unidos y Canadá, las densas capas de estos copépodos crean un auténtico bufé de calorías. Si desaparecen de esa zona, se debilita casi todo lo que se alimenta por encima en la cadena alimentaria.
Las ballenas francas siguen el rastro de este alimento concentrado. Cuando los bancos se desplazan o se diluyen, los cetáceos se ven obligados a buscar nuevas áreas de alimentación, a veces en plena ruta marítima o en zonas de pesca con cientos de líneas y boyas a la deriva. Ahí es donde aumentan los choques con barcos y los enredos en artes de pesca, hoy las principales amenazas humanas para la especie.
Cómo ve un satélite a un animal de un centímetro
El truco está en el color. El satélite Aqua de la NASA lleva a bordo el sensor MODIS, que mide cómo la luz del Sol rebota en la superficie del océano. No “ve” a los copépodos uno a uno, pero sí detecta pequeñas variaciones en el espectro de la luz reflejada, según lo que haya en el agua.
Cuando grandes cantidades de Calanus ascienden a la superficie, su pigmento rojizo, la astaxantina, absorbe parte de la luz azul verdosa y cambia ligeramente el tono del mar. Ese cambio es imperceptible a simple vista, pero queda registrado en las bandas de color que capta MODIS. El equipo procesó esos datos en mapas de color “realzado” que resaltan manchas anómalas más rojizas de lo normal. En una de las imágenes, del Golfo de Maine, estimaron concentraciones de hasta 150 000 individuos por metro cúbico.
Para evitar confusiones, los científicos compararon el color de cada píxel con una biblioteca de colores oceánicos simulados con y sin Calanus. Allí donde el océano real aparecía más rojo que el modelo sin copépodos, inferían la presencia de enjambres densos de este plancton animal. Además, combinaron las imágenes satelitales con los datos de un Registrador Continuo de Plancton, un aparato remolcado por barcos que recoge muestras superficiales. La coincidencia entre ambas fuentes fue la clave para validar el método.
“Antes ni siquiera sabíamos que podíamos buscar a Calanus de esta manera”, reconoce la oceanógrafa por satélite Catherine Mitchell, que recuerda que la teledetección se había centrado casi siempre en el fitoplancton microscópico.
Seguir la comida para salvar a las ballenas
La lógica es sencilla. Las ballenas van donde la comida es abundante y concentrada. Si se pueden elaborar mapas casi en tiempo real de los bancos de Calanus en superficie, será más fácil anticipar qué bahías, corredores costeros o plataformas van a usar las ballenas en cada temporada.
¿Qué significa esto en la práctica para quienes gestionan la pesca o el tráfico marítimo en el Atlántico Norte? Que podrían contar con una especie de “previsión de comida de ballenas”, similar a la previsión del tiempo que miramos antes de salir de casa. Con esa información, las autoridades pueden valorar cierres temporales de ciertas zonas de pesca, reducir la velocidad de los barcos o desviar rutas cuando se detecten concentraciones inusuales de alimento y presencia de ballenas.
Desde la propia NASA recuerdan que la inversión en este tipo de estudios no es solo ciencia por curiosidad. “Este tipo de investigación conecta la observación desde el espacio con problemas reales”, explica Cynthia Hall, científica de apoyo en la agencia. En otras palabras, los datos de satélite dejan de ser solo bonitas imágenes para convertirse en una herramienta concreta al servicio de comunidades costeras y ecosistemas.
Una herramienta prometedora, pero todavía en fase inicial
Los autores del estudio publicado en la revista Frontiers in Marine Science insisten en que se trata de un enfoque temprano. El método detecta el pigmento rojo en la capa superficial, así que si los enjambres se hunden o el cielo está cubierto, el satélite “se queda ciego”. Además, otros organismos rojizos pueden producir señales parecidas y hay que interpretarlas con cautela.
Aun así, abre la puerta a una nueva generación de observaciones. Mientras el veterano sensor MODIS se aproxima al final de su vida útil, el satélite PACE, lanzado en 2024, aportará muchas más longitudes de onda, lo que permitirá distinguir mejor entre tipos de plancton y afinar estas estimaciones de Calanus en el futuro.
En palabras de la investigadora principal, Rebekah Shunmugapandi, esta información satelital sobre Calanus puede ayudar a identificar zonas de alimentación que aún no conocemos bien y anticipar mejor los desplazamientos de las ballenas.
En un océano que cambia rápido, aprender a seguir el rastro de un diminuto crustáceo rojo puede marcar la diferencia entre perder a una de las grandes ballenas del planeta o darle, por fin, un respiro. Y eso no es poca cosa.
El comunicado oficial ha sido publicado en “NASA Science”.
ECOticias.com El periódico verde
Fuente de esta noticia: https://www.ecoticias.com/naturaleza/cientificos-de-la-nasa-se-acercaron-al-oceano-y-descubrieron-una-pequena-criatura-roja-que-mantiene-vivas-a-las-ballenas
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