Aunque el espanto del mundo injusto, violento y desigual no se haya arreglado para nada en 2022 -la violencia contra mujeres y niños, los feminicidios, los desplazados, el planeta incendiado, la política desaprensiva, las guerras- también la condición humana tiene el deber de la esperanza y la alegría.
Ya sabemos que el humor es cosa seria y que siempre es bueno ponerle un poco de humor a la vida. También sabemos que a veces, las cosas serias mueven a risa. Como cuando la maestra más gruñona de todo el colegio se resbalaba patas arriba en medio del patio mojado de la escuela.
Y un repaso por algunas cosas risueñas no viene mal para despedir diciembre en este año del desconcierto, los miedos y el odio de los que ya hemos hablado bastante.
* Resulta que cuando el director cordobés Andrés Brarda y su grupo de teatro estaban representando “El Juego, cuando el terror supera a la ficción», irrumpió la Policía, linterna en mano, y en medio de la sala oscura, arrinconó a director y actores contra una pared. Apuntándolos con armas los policías preguntaban amenazadoramente: ¿Qué están haciendo?, ¿Qué están haciendo?’. Nunca más evidente que la realidad (en este caso de terror) supera a la ficción.
Un vecino asustado por los ruidos (y confundido) había llamado a esas fuerzas que se dicen “del orden” (y por esta vez no dispararon por la espalda como suelen hacerlo, rápidos de gatillo) y pidieron disculpas.
“Nos comimos un atropello por una denuncia equivocada”, escribió Brarba en su cuenta de Instagram.
Es decir, por hacer una obra sobre la problemática del bullying, les hicieron bullying.
* Ahora es común enamorarse virtualmente, tener relaciones on line y un novio maravilloso al que nunca se ha conocido realmente cómo es. Es decir, cómo es despeinado, cómo ronca, cómo se duerme en medio de una película, cómo es cuando está de mal humor, cuán viejo es su pijama, lo denso que se pone con el fútbol o con la serie más mala de la historia, y otras cosillas que cualquiera puede imaginarse.
Pero no está fácil conocer a un astronauta ruso por internet. Menos aún, pagarle 4,4 millones de yens (30.000 dólares) para ayudarlo a regresar a la Tierra desde una Estación Espacial Internacional.
Pues a una señora japonesa sí le pasó. ¿Qué iba a hacer? Si este pobre hombre, al que conoció en las redes unos meses antes, le prometió mudarse a Japón y casarse con ella. Sólo había un problema: estaba varado en el espacio (literalmente, colgado de la luna) y no le alcanzaba el dinero para volver al planeta azul, llamado también Tierra, o Gaia. Tenía que pagarse el transporte ¡y vaya a saber cuánto cuesta un aterrizaje! “El amor, como ciego que es, impide a los amantes ver las divertidas tonterías que cometen” escribió William Shakespeare. Y se olvidó de decir: ¡y a veces el amor también es sordo y mudo, ingenuo y caro!
* Dicen que los vascos son (somos, porque el apellido de la familia de mi madre me deschava) muy cabezas duras. He ido varias veces a Etxalar, tierra de esta estirpe. He caminado por sus callecitas empedradas, he visto cómo juegan al “Jai alai”, la pelota vasca a la que se pega con una cesta de mimbre, he entrado a la antigua iglesia, me he sentado en la plaza llena de flores en verano. Recuerdo historias de la familia, historias que me contaron, historias que yo conozco por la Historia. Pero recién ahora sé de un vasco de la región de Guipúzcoa, apodado Soto, de nombre Juan Carlos Díez, quien usa poco la cabeza y mucho el trasero y parece que los resultados vienen a ser lo mismo cuando de cascar nueces se trata.
Este buen hombre ha ganado cuatro premios Guinness por romper nueces de este modo y -dice la noticia- que el señor tiene “la marca mundial de romper pistachos con el culo. El guipuzcoano nos ha hecho una exhibición con nueces, nueces pecanas, avellanas, pistachos, almendrucos, ¡y hasta a ciegas!”, se asombran los periodistas de Euskadi.
Y bueno, diría mi abuela vasca: “en este mundo hay gente para todo”.
* Alguna avivada argentina no podía faltar en esta nota. Sobre todo, en meses de Mundial de Fútbol.
Cuatro muchachos argentinos viajaron a Qatar, compraron trajes de árabes y se “disfrazaron” de tales. Estarían probando, hábil y pícaramente, cómo es “ponerse en los zapatos -es decir en el traje- de otro”. Los muchos extranjeros que daban vuelta por allí se dieron cuenta rápidamente de que eran cualquier cosa menos árabes, y empezaron a sacarse fotos con ellos y a filmarlos. La avivada se completó al dejar un turbante en el piso y al poco tiempo ya habían juntado bastante dinero como “colaboración”. Seguramente les alcanzó para amortizar la compra y alguna que otra cerveza escondida. Lo que no sabemos es si no estarán presos en ese país (poco risueño ante las bromas ajenas, poco tolerante con las libertades de las mujeres, poco amable con la opinión de periodistas y artistas críticos), porque, en tal caso sí podría hacerse realidad esto de que rápidamente se puede pasar de la risa a la tragedia. A don Arturo Jauretche seguramente le hubiera encantado incluir a estos cuatro muchachos en su “Manual de zonceras argentinas”. Convengamos que lo merecen.
* Es bastante sabido entre los críticos que la literatura argentina se destaca poco por su buen humor, y más bien por su mirada pesimista del mundo en general y del propio terruño en particular. Claro, si recuerdo a Macedonio o a Raúl González Tuñón, incluso al mismísimo Arlt, a don Juan Filloy, o al humor insólito de Borges, puede decirse que la excepción confirma la regla.
En el caso de la literatura escrita en Córdoba, por ahí cerquita va la cosa a pesar del proverbial humor cordobés. Sin embargo, entre algunos de los libros que he leído este año, me desternillé de la risa todo el tiempo con “Irremediable”, de Candelaria de Olmos, algo así como un vademécum para contar la vida a través de los remedios que tomamos desde niños y los que nos auto-recetamos de grandes. Y de paso ponerle humor a la relación con los padres, las amigas, los novios, los hijos, los maridos y ex maridos, las broncas, los buenos y malos ratos, los buenos y malos tratos.
Valga este fragmento que transcribo para el final de esta nota con toques insólitos: “Cuando dejé de tomar antidepresivos me quedé con las pastillas que sobraron. Entonces, un poco en broma, un poco en serio, le decía al psiquiatra ‘tendría que guardar estas pastillas, ponerlas en una vitrina, como con los matafuegos, para en caso de emergencia romper el vidrio’.”
Yo creo que no por mucho tomar aspirinetas (ácido acetilsalicílico) o reliveran (metoclopramida) o cualquier tipo de somníferos o antidepresivos, una no se salva de cierta gente, y también a cierta gente le ocurre que no se salva de una.
Por Silvia N. Barei / HOY DIA
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