Me despierto pensando en las ideas para mi próximo artículo (el que estás leyendo). Quiero escribir sobre la (in) tolerancia, el insulto como forma de (in) comunicación, de la descalificación del interlocutor para creer que tenemos la razón, sobre la ceguera intelectual, la ignorancia cubierta de prepotencia al creernos dueños de la verdad, del lugar común, la frase vacía, como respuesta a un supuesto diálogo, sobre todo, en las redes virtuales.
Pensaba en el autoritarismo con sus miles de disfraces para devorarnos y en eso, me encuentro con un artículo de Rosa Montero (El País, 23/09/2024, sección de opinión) en el que dice “la catástrofe comienza cuando la gente deja de escuchar a los demás. Cuando alguien empieza a creer que lo que dice (las… cosas que ya sabe y ha repetido mil veces) son mejores, más importantes que lo que puedan decir los demás …. He visto esa actitud en catedráticos, en jefes de equipo o directores de empresa perfectamente desconocidos para el gran público, pero también esclerotizados en su cerrazón…”
Leo el artículo de Montero, la frase “esclerotizados en su corazón” y encuentro allí una buena síntesis de lo que quiero decir en este artículo. Siento que ella habla por mí, que ha escrito sobre lo que yo quiero escribir hoy y estás leyendo. Pienso en la sincronía a la que se refiere Jung: lo estoy pensando y se me aparece. Y no es magia, es que el ensimismamiento, el no ver más allá de nuestras propias narices, el creernos dueños de la verdad, que tenemos agarrado a Dios por la chiva, es un problema universal, de plena actualidad, de obligada reflexión.
Pienso sobre autoritarismo en un escenario particular, Venezuela, mi país, pero podría hacerlo en Argentina, España, México, El Salvador, Italia, Alemania, qué sé yo, cualquier contexto cultural pero también en la cabeza de cualquier persona. En la mía, en la tuya, en la nuestra, en la de ellos.
El cierre de los espacios de interlocución
Me preocupa como nos cerremos ante quien discrepe, piense distinto a nosotros, el que nos valgamos de la descalificación del otro creyendo que así tenemos la razón y respondamos con insultos. En Venezuela, debido al clima político radicalizado, con líderes – del gobierno y de la oposición- actuando en forma guapa (guapa no de agradable, bonita, no, sino de imponente, grosera, de reto al interlocutor) es un arma frecuentemente utilizada para (in) comunicarnos. Hacer uso de la descalificación y del insulto a quien ve con ojos distintos, tiene otra opinión, piensa distinto a nosotros es una cruda expresión de intolerancia y autoritarismo.
En momentos en que en algunas partes del mundo se lucha por romper barreras sociales, raciales, religiosas, fronteras geográficas, se pugna por la integración, en Venezuela hay mucha. muchísima gente que va contra esa corriente. En el gobierno y en la oposición predomina la intolerancia al pensamiento contrario, el autoritarismo.
En Venezuela, gobierno y oposición, han creado un clima donde no es posible disentir, criticar o desviarse de las férreas líneas de mando. Poco antes de las recientes elecciones presidenciales, el gobierno arremetió con algunos de los suyos para dar la imagen de saneamiento moral. Después de las elecciones, da la impresión de que todos juntos van de la mano contra la oposición. Y dentro de la oposición después de las elecciones han aumentado las fisuras en los liderazgos. Comienzan a darse fracturas que dan la impresión de que la cacareada unidad preelectoral era a base de saliva de gallo, como dicen en mi pueblo.
Venezuela, desde hace tiempo, marcha por un camino difícil, tortuoso, donde el diálogo y la reflexión han perdido espacio. La crítica, la duda, no cabe ante la palabra caudillesca. Que alguien se atreva a alzar la voz, aunque sea para advertirnos que hay un obstáculo en el camino es interpretado como traición, deslealtad, ignorancia. O estás conmigo o estás con mi enemigo, es la máxima del autoritarismo venga de donde venga.
Un gran obstáculo en el camino hacia cualquier meta deseada, en cualquier lugar, en cualquier momento, podemos ser nosotros mismos debido a nuestro ensimismamiento, al no querer ver, ni oír. Creernos dueños de la verdad y basta.
El peligro de la descalificación como arma de ataque
Descalificar a otra persona, insultarla, es una paradójica forma de ignorarla, de no querer verla, de temerle. Es una acción propia del pensamiento autoritario: Yo mismo soy (y solo yo y quienes son/o piensan como yo). Los distintos, quienes discrepan, los que critican, los que hablan y piensan distinto no son de aquí y si lo son hay que expulsarlos (o exterminarlos, según los nazis, en el siglo pasado y ahora el gobierno de Israel en Gaza y el Líbano). Peligroso proceder.
El pensamiento autoritario está tan sembrado en algunas personas, en algunos grupos, en algunas culturas, en algunos países, que lo naturalizamos, está frente a nosotros y no lo vemos. Mucho menos si lo tenemos dentro de nosotros y no somos conscientes de ello… Podemos ser autoritarios y oponernos al autoritarismo con el mismo estilo autoritario que criticamos y combatimos. La ceguera mental, la rigidez, imposibilita ver la paja en el ojo ajeno. Una revisión cada cierto tiempo es recomendable por salud física, mental y social.
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Del mismo autor: Giros confusos
Leoncio Barrios | @Leonciobarrios
Fuente de esta noticia: https://efectococuyo.com/opinion/el-insulto-y-la-descalificacion-como-armas/
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