Pensando en las futuras generaciones, es imprescindible llevar a cabo acciones concretas para mitigar los efectos del cambio climático y dejar un mundo habitable a los que vienen.
El mundo vive una gravísima emergencia climática de la que ya nadie duda, y son los jóvenes los abanderados de llevar la iniciativa del cambio radical que asegure el futuro de la humanidad. Esta situación no siempre fue así y, si hacemos memoria, hasta hace pocos años no figuraba en la agenda de los problemas esenciales de nadie.
Hace 50 años, ni el calor extremo, ni las sequías interminables, ni las inundaciones u otros fenómenos que azotaban al mundo se atribuían a responsabilidades humanas. Los agrotóxicos, los mares contaminados con plásticos y ríos destruidos por la basura, las personas expuestas a enfermedades incurables y los químicos inundando el ambiente eran comentarios menores de especialistas y estudiosos en seminarios específicos que no asustaban a nadie, y menos a los siempre urgidos con capacidad dirigencial.
Bien es sabido que en el arte, en todas sus formas, puede vislumbrarse el futuro a veces docenas o cientos de años previos a que suceda. Alcanzaría con solo repasar las increíbles predicciones de Julio Verne -que se hicieron realidad en ese futuro que no conoció-, pero ha habido cientos de otros genios, como el pintor e inventor Leonardo Da Vinci, el escritor Isaac Azimov, y los cineastas James Cameron, con su saga Terminator 1 (1984) y Terminator 2 (1991), y el genial Stanley Kubrick, con la apocalíptica 2001 Odisea del Espacio (1968). Son solo sencillos ejemplos al alcance de todos de una lista que podría ser verdaderamente interminable.
Por su parte, en 1973, hace justamente 50 años, Joan Manuel Serrat publicaba su disco Per al meu amic (“Para mi amigo”), en la lengua de su madre, el catalán. Dentro de esa obra, una canción se distingue por premonitoria: ella es “Pare” (Padre), en la que Serrat denuncia la destrucción del planeta. Vale la pena leer cada palabra y, por ello, he decidido incluirla íntegra en este texto y recordando su año. La fecha se compara con la tímida creación de Greenpeace, en 1971, y con el nacimiento en noviembre de 1970 de Malena Ernman, de dilatada carrera como cantante de ópera.
¿Por qué la incluyo? Porque Malena sería, muchos años más tarde, la madre de Greta Thunberg, esa niña sueca que, a los 15 años, inspiró a millones de jóvenes en un movimiento global que hoy abarca a 180 países. Greta se ha transformado en la voz de las generaciones que, a través de la conciencia de que ya vivimos una “emergencia existencial”, apuran con feroz energía a la gobernanza mundial a dejar de lado las eternas deliberaciones y a las múltiples comisiones que sólo giran sobre su propio eje para actuar de manera práctica y urgente, tal como la emergencia lo amerita.
Todo lo dicho, para volver a aquella famosa canción del extraordinario Joan Manuel Serrat, con la intención de comprender que la grave crisis que el cambio climático que vivimos existe, en verdad, hace más de cien años. Fueron años de creciente acumulación de fracasos y toma de decisiones erróneas y también abusos contra la naturaleza, por un lucro lascivo que trajo finalmente la cuenta por pagar. Solo pocos iluminados y con la sensibilidad a flor de piel lograron captar ese pasado irresponsable. Invito a leer con atención esta obra que cumple medio siglo y que pinta la aldea, la aldea hoy ya globalizada con una tragedia común:
“PARE” (Padre), de Joan Manuel Serrat (1973)
Padre, decidme qué le han hecho al río que ya no canta
Resbala como un barbo muerto bajo un palmo de espuma blanca
Padre, que el río ya no es el río
Padre, antes de que vuelva el verano esconda todo lo que tiene vida
Padre, decidme qué le han hecho al bosque que no hay árboles
En invierno no tendremos fuego ni en verano sitio donde resguardarnos
Padre, que el bosque ya no es el bosque
Padre, antes de que oscurezca llenad de vida la despensa
Sin leña y sin peces
Padre tendremos que quemar la barca
Labrar el trigo entre las ruinas, padre
Y cerrar con tres cerraduras la casa y decía usted, padre
Si no hay pinos no se hacen piñones, ni gusanos, ni pájaros
Padre, donde no hay flores no hay abejas, ni cera, ni miel
Padre, que el campo ya no es el campo
Padre, mañana del cielo lloverá sangre
El viento lo canta llorando
Padre, ya están aquí
Monstruos de carne con gusanos de hierro
Padre, no tengáis miedo, decid que no, que yo os espero
Padre, que están matando la tierra
Padre, dejad de llorar que nos han declarado la Guerra
Podemos conectar a Serrat con Yacanto, ese bello paraje turístico de nuestro interior profundo. Yacanto es una pequeña localidad del Valle de Calamuchita, con alrededor de 4000 habitantes, ubicada en la Provincia de Córdoba. Durante agosto de 2023, vientos huracanados combinados con altas temperaturas provocaron un voraz incendio, con importantes daños ambientales, evacuados y destrucción de viviendas. Aunque sin víctimas fatales, pasará a ser rápidamente un dato anecdótico, salvo para los propios damnificados.
Este fue apenas uno de los cientos de incendios en esa provincia producidos por las sequías y la inestabilidad de las condiciones climáticas, similar a otras localidades y provincias de nuestro país. Todo agravado por el fenómeno de La Niña, que empeora la naturaleza del cambio climático y sus consecuencias. Ellas generaron una de las peores campañas de maíz, soja y trigo en el país. Mezclados con muchos casos de efectos contrarios, como lluvias extremas en distintas localidades del país y temporales extremos en el sur y otras localidades, con dramáticas consecuencias materiales y humanas.
Parece poco si lo comparamos con la cantidad de fenómenos que marcaron el 2023, desde el huracán Idalia, en el Golfo de la Florida, y los dramáticos incendios en Grecia, Muai (Hawaii), Croacia y Portugal, con centenares de muertos y cientos de miles de hectáreas perdidas. También se batieron récords de temperaturas extremas en China y un tremendo terremoto en Indonesia; a esto le sumamos una nueva marca superada en cuanto a derretimiento de los glaciares, según informó un junio la ONU.
Mientras tanto, julio de 2023 fue, a nivel mundial, el mes de las jornadas más calurosas jamás registradas en la historia desde que se realizan mediciones serias. Terminamos agregando las descomunales inundaciones en China e India, con miles de evacuados y pérdidas incalculables en el patrimonio y en la vida de los cientos de miles de habitantes de esos gigantescos países. Podríamos decir, con cierto escepticismo, que estos acontecimientos también ocurrieron en el pasado, algunos de ellos con peores consecuencias. Pero ya existe la clarísima evidencia científica de la huella humana en muchos de estos desastres y también el aumento incesante en la intensidad de cada uno de ellos, con sus imprevisibles consecuencias futuras.
Bien, está claro que hay conciencia y basamento científico, y también voluntad de cambio. Pero ese cambio no es acompañado por la fuerza de la necesidad extrema, de la excepcionalidad. Solo tomar como ejemplo la movilización mundial por la pandemia del COVID-19 da un claro ejemplo de dónde estamos parados en la acción que sería necesaria. A la fecha, la situación, muy resumida, puede plantearse en estos ítems:
- Con una temperatura media global de 16,95 °C, el pasado mes de julio fue el mes más caluroso desde que se tienen registros, según informaron la Organización Meteorológica Mundial y el Servicio de Cambio Climático Copernicus de la Unión Europea (UE). Y agosto de 2023, con 16,82 °C, ha sido el segundo mes récord desde que se iniciaron las mediciones. Mientras tanto, en mayo, se alcanzó el nivel máximo de concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera: 423 partes por millón.
- También preocupa el avance del nivel medio del mar, que ha aumentado en 4,5 milímetros al año durante el período de 2013 a 2021, un ritmo dos veces mayor al registrado entre 1993 y 2002. Solo los últimos dos años explican el 10% del aumento global del nivel del mar desde que comenzaron las mediciones por satélite hace casi 30 años.
- En las últimas tres décadas, tras la histórica Cumbre de la Tierra de Río de 1992, se avanzó en una serie de instrumentos con objetivos concretos en pos de la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. El Protocolo de Kioto, firmado en 1997 y en vigor en 2005, estableció una serie de compromisos vinculantes para 36 países industrializados y la Unión Europea en el período 2008-2012.
- Posteriormente, a través de la Enmienda de Doha, se ampliaron los compromisos para un segundo período comprendido entre 2013 y 2020. Uno de los avances del Protocolo de Kioto fue el establecimiento del Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL), que permite a los países desarrollados financiar proyectos de mitigación de emisiones de gases de efecto invernadero en países en desarrollo y recibir, a cambio, certificados de reducción de emisiones aplicables a sus propios compromisos de reducción.
- Finalmente, en diciembre de 2015, en ocasión de la COP 21, se selló el Acuerdo de París, que entró en vigor en noviembre de 2016 y en el que se estableció el objetivo de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero para limitar el aumento de la temperatura global en este siglo a 2 °C por encima de los niveles preindustriales y, preferentemente, que ese límite no supere los 1,5 °C.
Está claro que acá no hay ingenuos ni inocentes y que, increíblemente, quienes deben financiar esos cambios miran al costado o se excusan en pequeñas sinrazones para no hacerlo. Mientras tanto, perjudicados en la primerísima línea del cambio climático están los ínfimos Estados insulares, los países menos desarrollados, África en general y otros Estados vulnerables.
Son ellos, que poco aportaron a la desmesura de la acción depredadora del hombre, quienes enfrentan las peores consecuencias del calentamiento global. Desde el Acuerdo de París, hubo un compromiso firme de financiamiento público para ayudar a los más débiles en las medidas necesarias para luchar contra los efectos del cambio climático. Honraron esa palabra hasta hoy solamente Dinamarca, los Países Bajos y Suecia. Un saldo penoso, porque, citando nuevamente a la líder juvenil Greta Thunberg, al referirse a tan delicada situación: “En la emergencia climática, ganar lentamente es lo mismo que perder”.
Para finalizar, me permito recordar que desde el primer día de nuestra publicación, que cumplió 18 años, usamos como lema una frase del ilustre Gabriel García Márquez: “No tenemos otro planeta al que nos podamos mudar”. La vigencia de su frase huelga cualquier otro comentario.
Gustavo Gorriz
Fuente de esta noticia: https://defonline.com.ar/medioambiente/opinion-la-imperativa-necesidad-de-actuar-ya-frente-al-cambio-climatico/
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