

Después de dar la bienvenida recientemente a nuestro primer hijo, siento un nuevo llamado a ser una «guardiana»: velar por él, mantener su entorno seguro, asegurarme de que esté cambiado y alimentado, mantener al día la ropa, protegerlo de amenazas significativas para su inmunidad en desarrollo, registrar sus momentos importantes, cumplir con sus citas médicas, mantener el contacto con amigos y familiares que lo aman, seguir de cerca su crecimiento y sueño diario, y mantener abastecidos nuestros suministros. Todo esto con el propósito de ser una buena y fiel guardiana para él. Cuanto más exploro esta palabra en las Escrituras, más convencida estoy de que ser guardiana es un llamado bueno y santo, diseñado para glorificar al buen y santo Guardador de todos nosotros.
Antes de esta etapa, si me hubieras preguntado dónde aparece la palabra «guardián» en las Escrituras, solo habría podido mencionarte la historia de Caín y Abel, que es una de las primeras ocasiones en que aparece «guardián» en la Biblia. Abel, cuyo sacrificio Dios aceptó, es descrito como un guardián de ovejas. Más adelante, cuando Dios confronta a Caín por asesinar a su hermano, este parece despreciar ese rol al preguntar: «¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?» (Gn 4:1-9).
Sin embargo, la palabra «guardián» aparece a lo largo de las Escrituras y a menudo describe a alguien que guarda con fidelidad, protege de peligros, vigila y cuida con esmero. Dada su importancia y repetición, resulta evidente que ser guardián es un llamado mucho más honorable ante los ojos de Dios de lo que Caín pudo haber imaginado, especialmente porque refleja al primer Guardián: Dios mismo. Se nos llama a ser guardianes de nuestros corazones, de Sus mandamientos, de nuestro trabajo y de aquellos que están bajo nuestro cuidado, mientras descansamos en la buena providencia de Aquel que es el guardián de todos nosotros.
Guardianes de nuestros corazones
Salomón, en su sabiduría, instruyó a sus lectores a ser guardianes de sus corazones, porque «de él brotan los manantiales de la vida» (Pr 4:23). Incluso enfatizó que esto debe hacerse «con toda diligencia» o por encima de todas las cosas.
Guardamos nuestros corazones llevando cautivo todo pensamiento (2 Co 10:5), resistiendo las tentaciones (incluso en lo que vemos, leemos y comenzamos a creer), meditando en lo verdadero y lo bueno, derribando ídolos, buscando la justicia en pensamiento y acción, reemplazando el resentimiento con el perdón y cultivando las semillas de la Palabra de Dios para que echen raíces profundas en lugar de ser arrebatadas por el Enemigo.
Cuando mantenemos ordenados correctamente los deseos de nuestro corazón, nuestras palabras y acciones obedientes los reflejan
Quizás guardemos mejor nuestros corazones al mantenerlos en el amor eterno y plenamente satisfactorio de Dios (Jud v. 21), deleitándonos en Él mientras nos alimenta con Su bondad, Su belleza y Su verdad. Al guardar nuestros corazones, cuidamos los manantiales de vida que produce, para nuestro bienestar, para el bien de los demás y para la gloria de Dios.
Guardianes de Sus mandamientos
Cuando mantenemos ordenados correctamente los deseos de nuestro corazón, nuestras palabras y acciones obedientes los reflejan. Ser guardianes de los mandamientos de Dios es evidencia de que lo conocemos y lo amamos (Jn 14:15; 1 Jn 2:3).
A lo largo del Antiguo y del Nuevo Testamento, las Escrituras nos exhortan a atesorar y aferrarnos a Sus mandamientos. Estamos llamados a ser siervos fieles, dignos de confianza, que guarden Su Palabra con fidelidad.
Debemos guardar los mandamientos de Dios en nuestra mente, en nuestro corazón y siempre presentes, meditando en ellos desde el amanecer hasta el atardecer. No basta con ser oidores; también debemos ser hacedores, integrando intencional y consistentemente los mandamientos de Dios en nuestra vida diaria (Stg 1:22). Así es como aprendemos a hablar vida en lugar de muerte, a ordenar nuestros horarios según Sus prioridades y a dirigir nuestros recursos al servicio del reino de Dios en lugar del nuestro.
Estas pequeñas decisiones dan forma a nuestras horas, días y años mientras corremos con perseverancia la carrera de guardar las obras de Jesús hasta el fin (Ap 2:26), aferrándonos a ellas contra todas las persuasiones del Enemigo que intentan apartarnos de los mandamientos de Dios y llevarnos a seguir los deseos de nuestra carne.
Se nos instruye a guardar Sus mandamientos y vivir (Pr 4:4), porque Su Palabra da vida. El dador de los mandamientos es glorificado, y otros son bendecidos, cuando los guardamos en obediencia a Él.
Guardianes de nuestro trabajo
Estamos llamados a ser guardianes de nuestro trabajo (Gn 2:15), cuidando con diligencia el «jardín» de las tareas y roles que Dios nos ha asignado, tal como lo hizo con Adán en el Edén.
Esto puede incluir las labores del hogar: guardar, nutrir y construir un hogar que sea un refugio lleno de vida para quienes lo habitan y para quienes serán bienvenidos. Atesoro este llamado cada día mientras procuro guardar mis votos a mi esposo, velar por mi hijo y mantener al día las tareas cotidianas del hogar.
Fuera del hogar, esto puede incluir nuestro trabajo en una oficina, vocación ministerial, cuidado contratado o labor manual, que nos llama a guardar fielmente un presupuesto, un cronograma, un proyecto, un paciente, un aula, una tierra o un estudio. Cada uno de estos esfuerzos puede ser un testimonio vivo del amor y la fidelidad divina hacia las personas a las que servimos, mientras buscamos el bienestar del lugar al que Dios nos ha enviado.
Guardianes de los demás
En lo que respecta a los demás, respondemos a la pregunta de Caín con un rotundo, compasivo y solemne «sí». Estamos llamados a ser guardianes de nuestros hermanos, dispuestos a rescatarlos del fuego y protegerlos de los planes del Enemigo: robar, matar y destruir.
Demostramos nuestro amor por Jesús al asumir con seriedad la mayordomía de cuidar a nuestra gente con dedicación y misericordia
¿Nos importa tanto el bienestar espiritual de nuestros hermanos y hermanas que anhelamos defendernos mutuamente de las mentiras del Enemigo, confrontarnos unos a otros por el pecado con humildad para rendir cuentas, y luchar por el mayor bien de cada uno, según lo que define la Palabra de Dios?
Los pastores están llamados a ser guardianes de su rebaño (Hch 20:28): pastores que cuidan, proveen, defienden con valentía y entregan su vida por aquellos que les han sido encomendados. Como Jesús le recordó a Pedro en una de sus últimas conversaciones, al alimentar y cuidar a las ovejas, Pedro demostraría su amor por Jesús, el Buen Pastor (Jn 21:17).
Podemos hacer lo mismo en toda nuestra labor de guardar. Ya sea en nuestra familia, iglesia, ministerio, oficina, hospital o aula, demostramos nuestro amor por Jesús al asumir con seriedad la mayordomía de cuidar a nuestra gente con dedicación y misericordia.
Nuestro Guardián
En última instancia, toda labor sagrada de guardar, incluso la de mi recién nacido, refleja a Dios, quien es nuestro Guardián (Sal 121:5).
Nuestras capacidades para guardar son limitadas. Ni siquiera podemos mantenernos con vida (Sal 22:29), pero Aquel que nos guarda no duerme (Sal 121:3). Él vela por nuestras almas (Pr 24:12) y nos guarda del maligno (Jn 17:15). Nos guarda de tropezar (Jud v. 24), impide que nuestros pies queden atrapados (Pr 3:26) y puede guardarnos de pecar (Gn 20:6). Él guarda nuestra salida y nuestra entrada para siempre (Sal 121:8), y nos mantendrá firmes hasta el fin (1 Co 1:8) mientras somos guardados para Jesucristo (Jud v. 1).
Él es nuestro fiel Guardián. Somos guardados para Él. Al mirarlo con fe, somos transformados a la imagen de Aquel que nos llama a ser guardianes como respuesta.
Kaitlin Febles
Fuente de esta noticia: https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/llamado-a-guardar/
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