

Bienvenidos nuevamente a un episodio sobre brujería y hechicería en Ask Pastor John. Ya nos preguntamos: «¿Existe la magia buena y la hechicería edificante?» —un debate que escuchamos constantemente sobre El señor de los anillos y Harry Potter y otras obras de literatura fantasiosa. El pastor John abordó este gran debate en ese episodio, con su propio giro (como podrán imaginar).
Hoy nos llega otra pregunta sobre brujería y hechicería de parte de Archie, un oyente que está relacionando tres textos que aparecerán en nuestras lecturas bíblicas de este mes, según el plan de los Navegantes:
Pastor John, en nuestras lecturas bíblicas del Antiguo Testamento, leemos que los hechiceros y quienes practican la brujería deben ser ejecutados. Esto me queda muy claro según Éxodo 22:18 y Levítico 20:27. Pero cuando el apóstol Pablo, un erudito judío de las Escrituras, entra a Éfeso, una ciudad llena de magia, no pide que se ejecute a nadie; simplemente pide que todos los libros sean apilados en el centro de la ciudad y quemados. Esto lo veo en Hechos 19:19. Ciertamente Pablo habría conocido muy bien el contraste entre lo que vio en las Escrituras y lo que estaba pidiendo. ¿Por qué el Antiguo Testamento es más violento aquí? ¿Y por qué el mismo pecado es tratado de manera tan diferente en el Nuevo Testamento?.
Esto es importante, pues tiene que ver con la relación entre la manera en que Dios obraba en Israel en el Antiguo Testamento y Su manera de obrar hoy.
El trato de Dios con Su pueblo
Permítanme retroceder y comenzar con Abraham. Cuando Dios llamó a Abraham en Génesis 12, hizo surgir un pueblo para Su nombre. Este pueblo fue definido tanto por su linaje físico (como judío) como por el pacto, en el cual Dios se comprometió a obrar para su bien mientras confiaran en Él y obedecieran Sus leyes. Desde el principio, este pueblo constituía tanto una realidad política como religiosa. Eran una nación-estado y ocupaban una posición privilegiada ante Dios. Las leyes de su religión, el judaísmo, eran las leyes del Estado. Israel funcionaba como una nación más entre otros estados políticos. Tenían un ejército permanente y reclamaban un territorio geográfico como el lugar legítimo de su existencia nacional terrenal.
Así que durante dos mil años, desde Abraham hasta Cristo, el centro principal de la obra salvadora de Dios estuvo en este pueblo. Así fue como Dios llevó a cabo Su plan redentor en el mundo. Se centró en Israel. Pablo dice en Romanos 9:4-5:
Porque son israelitas, a quienes pertenece la adopción como hijos, y la gloria, los pactos, la promulgación de la ley, el culto y las promesas, de quienes son los patriarcas, y de quienes, según la carne, procede el Cristo, el cual está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.
Una de las razones por las que Dios estableció Su presencia entre las naciones a través del pueblo de Israel de esta manera —esta manera específicamente nacional— fue para demostrar la condición desesperanzada de la humanidad y prepararla para la venida de un Salvador. La historia de Israel no es una historia de relaciones exitosas con Dios. Es principalmente una historia de fracaso. La Ley fue dada a Israel para mostrar que la salvación por medio del cumplimiento de la ley era imposible debido a cuán profundamente pecadores son los seres humanos.
La Ley fue dada a Israel para mostrar que la salvación por medio del cumplimiento de la ley era imposible debido a cuán profundamente pecadores son los seres humanos
Pablo lo resume en Romanos 3:19-20: «Ahora bien, sabemos que cuanto dice la ley, lo dice a los que están bajo la ley [como pueblo judío], para que toda boca [es decir, las naciones] se calle y todo el mundo [no solo Israel] sea hecho responsable ante Dios». Por eso Él creó a Israel de la manera en que lo hizo y le dio la ley como lo hizo. Y luego continúa: «Porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él; pues por medio de la ley viene el conocimiento del pecado».
Así, uno de los propósitos de Dios al tratar con Israel de esta manera durante dos mil años fue mostrar que si Israel no podía ser salvo por medio del cumplimiento de la ley, mucho menos podrían serlo quienes no tenían sus privilegios. Todo esto preparaba el camino para la venida del Salvador, Jesucristo. Durante esos dos mil años, Israel, el pueblo de Dios, era un Estado geográfico, político y nacional, donde las leyes religiosas funcionaban como las leyes nacionales. Por esto, los castigos por desobediencia a estas leyes eran ejecutados por Israel en su función de Estado político nacional. El propósito de Dios para esos siglos era manifestar en la tierra la naturaleza de Su santidad y la gravedad del pecado.
Un ejemplo de cómo Dios trató con Israel
De este modo, por ejemplo, la ejecución de la pena capital era parte de las lecciones para las naciones. La ley de Dios se materializaba en Israel. Así de serio es el pecado. Por eso, la hechicería era un delito capital (Éx 22:18). Maldecir a tu padre o a tu madre era un delito capital (Lv 20:9). La bestialidad, es decir, tener relaciones sexuales con un animal, era un delito capital (Éx 22:19). El adulterio era un delito capital tanto para el hombre como para la mujer (Lv 20:10). La práctica de relaciones homosexuales era un delito capital (Lv 20:13), y así sucesivamente.
Esto fue para mostrar en la tierra, entre las naciones (y para nosotros en nuestras biblias), los estándares supremos de la santidad de Dios; por tanto, no deberíamos leer esta historia, la historia del trato de Dios con Israel, y decir: «Bueno, eso no debería haber sucedido. Eso no debería haber pasado en aquellos días». No deberíamos decir eso. No deberíamos cuestionar el proceder de Dios en ese tiempo. Él escogió que sucediera de esa manera, y lo hizo para que temblemos ante la perspectiva de cometer pecado y corramos a Cristo.
En esos castigos, Dios estaba mostrando Su intensa oposición a las actitudes y conductas que exaltan la autodeterminación humana y menosprecian Sus leyes. Tales castigos eran sin duda severos, pero no más que los castigos que aguardan a pecados tan flagrantes en nuestro tiempo, pues Dios vendrá a juzgar a vivos y muertos. Es solo cuestión de tiempo hasta que todo pecado que no sea confesado y abandonado sea traído a juicio, un juicio tan severo como la pena capital en el Antiguo Testamento; de hecho, mucho más severo.
Cómo Jesús cambió el mundo
Pero con la venida del Mesías, Jesucristo, el Salvador, vinieron cambios profundos al mundo que transformaron la naturaleza del pueblo de Dios y la manera en que este pueblo daba testimonio de Él en el mundo. «El reino de Dios les será quitado [a Israel] y será dado a una nación que produzca los frutos del reino» (Mt 21:43). El nuevo pueblo de Dios, la iglesia de Jesús, ya no está formado por aquellos que lo son por origen étnico o por circuncisión, sino solo por fe en el Mesías Jesús. Así es como se llega a ser parte del pueblo peregrino de Dios, la iglesia cristiana.
No somos una nación ni una entidad política. No tenemos ubicación geográfica y, por tanto, no hay correlación directa entre las leyes del Estado y la ley de Cristo en Su iglesia. Somos trasladados de las tinieblas al reino de Cristo (Col 1:13). «[El] reino [de Cristo] no es de este mundo» (Jn 18:36). De otro modo, usaríamos la espada para imponer Su gobierno, pero no lo hacemos.
Los estándares de santidad prevalecen hoy como en aquellos días, pero vivimos en un tiempo de misericordia, un tiempo de salvación y reconciliación con Dios
Somos peregrinos y expatriados esparcidos entre las naciones y no estamos definidos por fronteras nacionales, políticas o geográficas ni por estructuras políticas. El antiguo pacto, dice Hebreos, ha pasado. El sacerdocio es reemplazado por Cristo. Los sacrificios son reemplazados por Cristo. Hemos muerto a la ley. Todos los alimentos son declarados limpios, así que ya no existen esas leyes ceremoniales en la iglesia. El templo ya no es el centro de nuestra vida religiosa, y nuestra vida en este mundo ha sido puesta sobre un nuevo fundamento.
La vida en Cristo como pueblo de Dios
Esta nueva vida en la iglesia en Cristo se caracteriza por el hecho de que Jesús no vino a condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por medio de Él (Jn 3:17). La iglesia tiene la misión de rescatar a los pecadores de la condenación ofreciéndoles perdón por medio de Cristo. Esto incluye el perdón de pecados que una vez habrían sido castigados inmediatamente con la pena capital. Pablo enumera algunos de esos pecados en 1 Corintios 6:9-10 que habrían sido castigados con la muerte, y luego dice: «Y esto eran algunos de ustedes, pero…» (1 Co 6:11). Aquí están ustedes, con su cabeza aún sobre sus hombros. En otras palabras, en lugar de ser ejecutados, los pecadores arrepentidos son justificados, limpiados, santificados, perdonados e incorporados al nuevo pueblo de Dios.
Los pecados son igual de serios ahora. Eran serios en el Antiguo Testamento y son igual de serios hoy. El castigo que aguarda a aquellos cuyos pecados no son confesados y abandonados será mucho más severo en el infierno que cualquier pena capital ejecutada en el Antiguo Testamento. Los mismos estándares de santidad prevalecen hoy como en aquellos días, pero vivimos en un tiempo de misericordia, un tiempo de prórroga, un tiempo de salvación y reconciliación con Dios. Y así, la iglesia continúa dando testimonio de la absoluta santidad de Dios mientras hace que el mundo sepa: «Pero ahora es “el tiempo propicio”; ahora es “el día de salvación”» (2 Co 6:2). «¡Reconcíliense con Dios!» (2 Co 5:20).
John Piper
Fuente de esta noticia: https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/at-nt-hechiceria/
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