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Mar. Dic 3rd, 2024
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¿Alguna vez has metido el putt en un zapato descomunal o has perdido la pelota de golf en un arroyo de color artificial? Si es así, es probable que hayas jugado a uno de los deportes más populares de la época, el minigolf o golf en miniatura, una diversión cuyos orígenes son tan discutibles como si realmente conseguiste ese hoyo en uno.

Lo que no se discute es la historia sorprendentemente subversiva del minigolf. Apartados de los campos de golf por su sexo, raza o clase social, los marginados de este deporte ayudaron a que el golf llegara a las masas y le dieron su animado sentido de la diversión. Aquí tienes más información sobre cómo este deporte volvió tan inclusivo.

Las mujeres y los orígenes del minigolf

La historia del origen del minigolf es objeto de debate. Algunos remontan la idea a las casas privadas de las élites tanto en Europa como en Estados Unidos, mientras que otros atribuyen el desarrollo del juego a su nacimiento comercial durante la década de 1920. Pero hay un grupo que siempre ha formado parte intrínseca de este deporte: las mujeres.

La participación femenina en el golf es tan antigua como el golf mismo, que surgió en Escocia durante la Edad Media y se formalizó en el siglo XVIII. A las mujeres les interesaba este deporte, pero se les impedía participar debido a las restricciones de su época, que condenaban a las mujeres activas como “poco femeninas” e incompetentes. Como escribe la historiadora Jane George, la presencia femenina en los campos de golf “se consideraba una distracción para el golfista masculino serio”. Aunque los clubes de golf de prestigio permitían la presencia de mujeres, éstas quedaban relegadas a la recaudación de fondos, los actos sociales y el apoyo al juego de sus familiares varones.

Esta segregación por sexos frustró a las mujeres y contribuyó a dar origen a uno de los precursores del minigolf. En el legendario campo de golf de St. Andrews, en Escocia, a las mujeres, que tenían prohibió jugar los hoyos principales, empezaron a sumar golpes en el campo destinado a los caddies. Sus maridos, sin embargo, se opusieron a que sus mujeres se relacionaran con caddies, a los que consideraban inferiores socialmente, por lo que designaron un campo aparte, más “adecuado” para las mujeres: un pequeño recorrido tan accidentado que se conocía como el Himalaya. Así, en 1867, un centenar de mujeres se unieron para crear el St. Andrews Ladies’ Golf Club.

El putting green, diseñado por la leyenda del golf escocés Old Tom Morris, tenía nueve hoyos y obstáculos como un arroyo y un puente. Las mujeres adineradas jugaban allí durante las competiciones mensuales, lujosamente organizadas, compitiendo por premios como copas de ópera y anillos. El pequeño tamaño del Himalaya, que sigue abierto hoy en día, presagiaba la locura por el putt que se avecinaba y el papel que desempeñarían los marginados en el desarrollo de este deporte.

Mini golf para las masas

Cuando el golf se extendió del Reino Unido a Estados Unidos, sus primeros jugadores fueron hombres de élite, en su mayoría miembros de exclusivos clubes de caballeros de la Edad Dorada. Fundaron clubes deportivos (los precursores de los clubes de campo) tanto en sus ciudades de residencia como en sus retiros de verano, como Newport y Saratoga Springs.

Mientras la élite social se apresuraba a separar su deporte favorito de las masas, el golf se iba filtrando en la corriente dominante, atrayendo a gente de todas las clases, razas y sexos. Las ciudades empezaron a construir campos de golf municipales, empezando por el Van Cortlandt Park de Nueva York en 1895. Como señala el historiador del deporte George B. Kirsch, el deporte recibió un impulso aún mayor después de la Primera Guerra Mundial, cuando una combinación de mayor tiempo libre, suburbanización, consumismo y prosperidad “generó nuevas oleadas de entusiasmo” por el golf. En la década de 1920, el golf se había convertido en una moda nacional.

Pero la popularidad del golf tenía un problema: el espacio. Los campos de golf tradicionales ocupan hasta 80 hectáreas, una superficie de la que carecían muchas ciudades e incluso fincas privadas adineradas. Y ese dilema es el que, según muchos, dio lugar a los verdaderos orígenes del golf en miniatura, un deporte más fantasioso y accesible de lo que los golfistas de clase alta podían prever.

El magnate naviero británico James Wells Barber ayudó inadvertidamente a crear una versión más pequeña de este deporte al construir en 1917 en su finca de Pinehurst (Carolina del Norte) “Thistle Dhu” ( “This will do“, o, en castellano, “Esto servirá”), un minicampo de 18 hoyos. El minicampo tenía obstáculos naturales y artificiales, así como detalles arquitectónicos y paisajísticos que influirían en los campos de minigolf posteriores.

Mientras tanto, Garnet Carter, propietario de un hotel de Georgia, probaba su propia modalidad de golf en miniatura. Los diseños de minigolf de Carter, que creó a mediados de la década de 1920 con su mujer, Frieda, llevaban la idea de “miniatura” al extremo, con diminutos elementos arquitectónicos de cuento de hadas y mucha estatua chillona, luces de neón y obstáculos de fantasía, como troncos huecos y puentes vigilados por figuras parecidas a gnomos. El concepto (completado con un green artificial hecho de cáscaras de semillas de algodón) fue tan popular que Carter lo patentó, y así nació el campo de golf “Tom Thumb” (es decir, campos de Pulgarcito).

Los campos de Tom Thumb eran diferentes de los greens frecuentados por los golfistas adinerados: los campos en miniatura patentados sólo necesitaban 195 metros cuadrados y podían instalarse en interiores o exteriores. “He aquí el juego de putting que despertará el apetito del golfista más avezado y entusiasmará hasta la punta de los dedos a los millones de aficionados a Tom Thumb”, rezaba un anuncio de 1930 en el que se buscaba inversión para la versión de interior del juego.

Fue un éxito: la gente empezó a construir sus propios campos de minigolf, cada vez más lujosos, por todo el país. Pronto se pudo encontrar minigolf en azoteas y parques públicos, y a finales de la década de 1930 había hasta 50 000 atracciones en miniatura (a menudo denominadas “golf enano”) en todo el país.

Incluso cuando Estados Unidos se hundió en la Gran Depresión, la moda persistió. Como explica Nancy Hendricks, historiadora de la cultura pop, este juego barato se consideraba una forma de “curar la depresión”, de imitar a los ricos e incluso de ganar dinero para quienes convertían sus pequeñas parcelas en campos cada vez más extravagantes.

Derechos civiles en el minigolf

El minigolf se había convertido en una verdadera obsesión nacional. No sólo atraía a los estadounidenses blancos: el diminuto juego también intrigaba a los golfistas negros, que llevaban mucho tiempo practicando este deporte en Estados Unidos, primero como caddies esclavizados y luego en clubes de campo segregados y en algunos campos municipales. La historiadora Lane Demas señala que muchos de los 150 campos de minigolf que había en Nueva York en 1930 estaban situados en Harlem, muchos de ellos afiliados a locales legendarios como el Apollo Theater y el Savoy. “Casi todos los enclaves negros del Norte experimentaron la moda del minigolf”, escribe Demas.

El minigolf también despegó en el Sur de Jim Crow. Muchos golfistas negros, excluidos de los clubes de campo propiedad de blancos, sólo podían practicar en instalaciones de minigolf, pero no en las que eran propiedad de blancos. En respuesta, las organizaciones de la comunidad negra construyeron sus propios campos de minigolf.

El golf desempeñó incluso un papel histórico en la desegregación de las zonas recreativas públicas de la capital del país, y un minicampo fue uno de los primeros en ser desegregados. En 1941, los golfistas negros ya habían presionado para conseguir sus propios campos de golf municipales en el Distrito de Columbia, pero los terrenos estaban descuidados y eran inferiores a los de sus homólogos blancos. Ese verano, un grupo de hombres negros intentó jugar en el campo de golf municipal segregado de East Potomac Park en señal de protesta, pero los golfistas blancos los rechazaron a gritos.

En respuesta al incidente, el Secretario de Interior, Harold Ickes, abolió la segregación en el parque, incluido su campo de minigolf, algo inédito en la era de Jim Crow. Icke también declaró integrados todos los campos de golf del distrito financiados con fondos federales. Aunque el Distrito tardaría más de una década en integrar todas sus instalaciones recreativas públicas, la protesta fue una primicia histórica para los golfistas negros.

Otros campos de minigolf desempeñaron también un papel en la historia de la lucha por los derechos civiles; por ejemplo, un minigolf municipal de San Agustín (Florida) se convirtió en 1964 en el primer lugar público de la ciudad abierto a los negros.

Desde entonces, este deporte ha tenido sus altibajos. Los locos por los coches de la década de 1950 marcaron el comienzo de otra época dorada para este deporte de fantasía, pero se enfrentó a un largo declive a medida que se extinguía el siglo XX.

Sin embargo, el minigolf (y su espíritu subversivo) sigue entreteniendo a golfistas aficionados y profesionales por igual. Y sigue proporcionando una salida a un amplio abanico de personas: la Fundación Nacional de Golf calcula que sólo en 2022 jugaron al minigolf 18 millones de personas, el 45% de ellas mujeres y el 24% de raza no blanca.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

National Geographic
Fuente de esta noticia: https://www.nationalgeographic.es/historia/2024/05/historia-minigolf-origenes-subversivos

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