Un laboratorio a cielo abierto, ubicado en la transición entre dos biomas, el Cerrado y la Selva Amazónica, ofrece oportunidades ilimitadas para estudiar el medio ambiente, el impacto humano y la dinámica de los ecosistemas frente a diversas perturbaciones naturales e influencias antrópicas. Esta fascinante realidad se despliega en Fazenda Tanguro, un proyecto emblemático desarrollado por el Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonia (IPAM), una organización de la sociedad civil con estatus de Organización de la Sociedad Civil de Interés Público (OSCIP), situada en Querência, estado de Mato Grosso.
Originalmente propiedad de una empresa agrícola con una historia centrada en la ganadería, Fazenda Tanguro ha sabido conservar una porción significativa de su extenso territorio. Con una extensión que abarca casi 100.000 hectáreas a lo largo de 60 kilómetros, esta finca se erige como un campo de pruebas para experimentos que indagan en la interacción entre la naturaleza y la actividad humana. Además, se exploran la resiliencia y la resistencia de los ecosistemas que caracterizan ambos biomas.
Un contrato colaborativo entre productores y científicos, renovado cada quinquenio, allanó el camino para la investigación pionera sobre los impactos del fuego y la subsiguiente recuperación de un bosque estacional perennifolio, que mantiene sus características distintivas sin intervención humana, incluso durante períodos de sequía.
Leonardo Santos, investigador y director del proyecto en Tanguro, destaca que el propósito inicial fue examinar el comportamiento del fuego en una región preservada. Al llevar a cabo quemas en intervalos específicos, los investigadores pudieron evaluar los efectos en la flora y fauna locales. “Es una zona con características únicas que, hasta ese momento, no se había explorado en términos de fuego”, afirma Santos.
En 2004, se seleccionó una parcela de 150 hectáreas para la investigación, donde un estudio florístico detalló la vegetación, los animales y los insectos autóctonos. También se midió la cantidad de material combustible, como hojas y ramas secas. La parcela se dividió en tres secciones de 50 hectáreas: una permaneció sin cambios para servir como control, la segunda fue sometida a quemas cada tres años y la tercera experimentó quemas anuales, sumando diez en total.
A lo largo de una década, estas áreas fueron objeto de inventarios y monitoreo bianual mediante diversos métodos. El seguimiento abarcó aspectos como la estructura vegetal, el comportamiento del fuego, el flujo de agua y la producción de carbono. Estos datos proporcionaron valiosos insights sobre los efectos del fuego y la recuperación de las zonas afectadas.
“Durante las quemas, utilizamos dispositivos móviles para medir la velocidad del fuego, la altura de las llamas y la velocidad del viento. En 2010, al finalizar las quemas, instalamos dos torres con sensores para evaluar el flujo de agua y el flujo de carbono que el bosque comenzó a generar en la zona de control y en aquellas afectadas por el incendio”, explica Santos.
Recuperación natural
Una nueva fase comenzó con la generación de datos acerca del proceso de recuperación natural en áreas previamente afectadas por incendios. El investigador Felipe Arruda, especializado en el comportamiento de hormigas y abejas, explica: “Datos secundarios comenzaron a emerger, lo que condujo al desarrollo de nuevas investigaciones basadas en esta experiencia”.
Además de los insectos, semillas y plantas, los lugares experimentales también son objeto de estudio para mamíferos, aves y el ciclo hidrológico. Según el equipo, los resultados científicos acumulados a lo largo de casi dos décadas de proyecto han impulsado nuevas investigaciones y han influido en la formulación de políticas públicas.
En un entorno donde la agricultura desempeña un papel activo, con características como cursos fluviales, vegetación de galería y una diversidad de fauna y flora, las asociaciones con otras instituciones han permitido expandir la amplitud de la investigación. En la finca, se han llevado a cabo 244 estudios, de los cuales 190 han sido publicados en destacadas revistas científicas. Estos estudios exploran, entre otros temas, el impacto de determinados métodos agrícolas en el medio ambiente.
Investigación a largo plazo
Este espacio dedicado a la experimentación ha transformado la finca en un epicentro de intercambio de conocimientos entre investigadores de Brasil y de todo el mundo. Además, el proyecto se ha incorporado al Programa de Investigación Ecológica a Largo Plazo (PELD), una iniciativa del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq), que ha establecido una red de sitios de referencia para la investigación de la ecología de diversos ecosistemas.
“Si no comprendemos los efectos de los incendios en la vegetación autóctona, el impacto en la biodiversidad y el tiempo necesario para que las comunidades vegetales y animales se recuperen, careceremos de la capacidad para prever lo que acontecerá en el futuro. Los estudios a largo plazo nos brindan la información necesaria para realizar estas proyecciones”, sostiene.
*La reportera viajó invitada por el Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonia (IPAM).
Fuente de esta noticia: https://agenciabrasil.ebc.com.br/es/geral/noticia/2024-03/laboratorio-brasileno-al-aire-libre-investiga-incendios-forestales
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