Columnista Rubén David Salas Arias
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Desde la acumulación de la experiencia y la practicidad de los hechos, adquirimos herramientas de existencia que componen nuestras cumbres del pensamiento. En ese proceso continúo -el transcurso de la proeza- podrían quedar elementos descuidados y convertidos en ruinas -fortalezas transformadas en falencias olvidadas o desconocidas, por la constante construcción de la cumbre-. Esas potenciales ruinas serían vestigios de cimientos en el presente. Resulta que, el ser se eleva, dejando al pasado lo que alguna vez fue, quedando en un engaño del aparente progreso constante, y en el futuro no se reconocería lo formado en la vida, como la capacidad de escuchar, (des)aprender, la (auto)crítica, el mantenimiento de la curiosidad, estar abierto al diálogo, componer vínculos desde el encuentro con el prójimo, entre otros elementos convertibles en ruinas.
¿Usted es de aquellos que en una charla se toma el tiempo de escuchar, comprender y enriquecer el diálogo, desde el encuentro de dos cumbres que confluyen para en la unidad potenciar la experiencia de vida; o, es de aquellos que habla sin atender a lo expresado por el otro y simplemente busca revalidar posturas, incluso peor, imponerlas? La anterior pregunta invita a realizar una reflexión importante sobre nuestra capacidad de entablar diálogo constructivo. Y en caso de que no seamos capaces de escuchar y articular con el otro discursos que enriquezcan el debate público, habrían ruinas en nuestras cumbres.
La situación anteriormente descrita es el caso del debate público colombiano en lo que refiere al encuentro de país entre algunos sectores de representación, las entidades privadas y parte de la institucionalidad en cabeza de lo público. Cada orilla, ve a sus cumbres del pensamiento como lustrosas maravillas, desconociendo sus notables ruinas. De las cuales, se destaca la incapacidad de promover un diálogo constructivo.
Por una parte, el sector privado venía de una zona de confort, porque los sectores de representación y la institucionalidad escuchaban su voz y amplificaban las ideas provenientes de sus modos de ver la vida en sociedad, en especial desde el ámbito económico empresarial. No había contraposición y el diálogo quedaba en una continúa aceptación, incluso, en algunos casos sin fundamento socio-científico riguroso, más bien meramente contable -de ganancia-. La voz de las asociaciones privadas, era palabra del pueblo, era palabra del Estado y palabra de Dios.
Ahora, los papeles han cambiado, el sector público está en manos de una “ideología popular” -aparentes representantes de la palabra del pueblo-, movilizando su plan de cambio y reformas de acuerdo con sus formas de ver la vida. Una posición que tiene una intencionalidad aparentemente “noble”, pero, sin capacidad de reconocer sus falencias y de llegar a acuerdos con parte de la representación política. Mientras, en ese proceso de cambio, el sector privado perdió su zona de confort y la amplitud de su voz. Ahora tiene las puertas cerradas ante la institucionalidad y está en una situación desfavorable -aunque le quedan múltiples herramientas de poder que usa a discreción sin vacilar-.
El debate público está en una brecha comunicativa entre cumbres del pensamiento que desconocen las ruinas de sus posturas. Por un lado, la obstinación y la incapacidad de comprender la realidad de la interacción socioeconómica, así como de ajustarse a los modos de cambio transicional; y, por el otro lado, una carencia de contrapropuesta con datos concretos y evidencia para contrarrestar planteamientos irreflexivos. A su vez, ambas cumbres fueron compuestas por unas visiones dogmáticas de la realidad, de las cuales no se pueden bajar con facilidad.
Es así como hay un pulso entre poderosos para medir fuerzas. Sin reconocer que, esta es una oportunidad para adquirir sentido democrático de sociedad, aprendiendo a llegar a acuerdos de manera progresiva desde el encuentro de la pluralidad de las cumbres, trabajando en reconstruir las ruinas de cada posición en conjunto. De lo contrario, estas se extenderán, afectando a aquellos que quedan en medio del pulso: las personas de a pie. Sucede que sin la capacidad de reconocer nuestras fallas y corregirlas en comunidad, el resultado sería que la ruina se apoderaba del panorama.
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