La intervención gubernamental a 40 federaciones, en el 2012, evidenció la existencia de una hoja de ruta ministerial para captarlas. El discurso oficialista aludió a una supuesta necesidad de ordenarlas, pero recurriendo a dirigentes de alquiler, clubes de papel y vergonzosas subastas de lealtades.
El renunciado ministro descargó toda su artillería en contra de las federaciones que él quiso. A la FEF no la tocó, pese a que esta y sus clubes filiales tampoco tenían reformados sus estatutos, sumada su falta de transparencia, gasto dispendioso, turismo deportivo y demás cuestionamientos.
La intervención fue la herramienta para satisfacer consignas extradeportivas, aplicando la ley con manifiesta discrecionalidad. Cevallos precauteló la autonomía de la FEF y la FIFA, pero no lo hizo con la de sus pares nacionales e internacionales, violando el precepto constitucional de igualdad ante la ley. Los contenidos de esta, en beneficio exclusivo del fútbol profesional, son discriminatorios y atentan contra al principio de generalidad que debe caracterizar a toda ley, volviéndola inconstitucional.
La obligación legal de las federaciones de contar con clubes filiales fue la mejor coartada para el accionar ministerial, y así promovieron discrecionalmente los clubes de papel que, posteriormente, se apropiarían de estas y del COE. Las mínimas condiciones de elegibilidad para ser dirigente, facilitó la llegada de improvisados, en desmedro de la buena gobernanza y de los éxitos deportivos.
Una orquestada y rápida aprobación ministerial de clubes afines, mientras los otros enfrentaban una serie de obstáculos y arbitrios, no dejaba duda de esa discrecionalidad. Los representantes de las federaciones internacionales vetaron varios clubes afines, mayoritariamente de papel, pero muchos más se filtraron y lograron su cometido de apoderarse de las federaciones y, luego, del COE.
Y qué decir del ministro legalista e intransigente con 40 federaciones, pero tan permisivo con el fútbol profesional. Indolente ante futbolistas impagos, las ingentes deudas de los clubes con el IESS y SRI, la falta de transparencia. Con su silencio avaló elecciones de directorios incompletos y los acéfalos en el fútbol, al igual que presidentes fugaces o los electos por solo un puñado de socios.
El ex ministro confundió el rumbo, desarmó un COE bien manejado por Danilo Carrera y con los mejores resultados de su historia, así como federaciones bien acreditadas. Casi lo hace con la actual directiva del COE, pese a ser su gran obra. Definitivamente, fue un ministro prejuiciado contra el olimpismo y que poco o nada hizo por solucionar la peor crisis del fútbol de toda su historia, salvo remodelar estadios. Eso sí, movió cielo y tierra para reemplazar a los ex dirigentes del COE y de las federaciones por sus allegados.
El nuevo ministro deberá enderezar el rumbo, si no quiere zozobrar, pues ya se le hizo mucho daño al deporte ecuatoriano, y son tantos los tiempos y recursos perdidos. Y debería, en acto de justicia y nobleza, reivindicar el buen nombre de aquellos buenos dirigentes que fueron sacrificados por la discrecionalidad y apetencias del ex ministro. El deporte y el Ecuador así lo exigen.
Por: Emilio Ruiz Ortiz Corresponsal en Guayaquil
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