
Este es el último ejemplar impreso de Diario La Clave en este año 2025, un año que ha puesto a prueba la resistencia y la fe del pueblo paraguayo. Por ello, consideramos fundamental una reflexión profunda sobre la Navidad, ese tiempo sagrado en que la cotidiana vida de ajetreos y preocupaciones por la supervivencia hace una pausa en el encuentro familiar en torno al Niño de Belén. Su universal mensaje de humildad, concordia y solidaridad nos invita a reflexionar acerca de aspectos esenciales de la existencia, especialmente en momentos donde el país atraviesa circunstancias que demandan unidad y compromiso ciudadano.
La Navidad nos recuerda la necesidad de vivir de acuerdo a valores que pongan en el centro del comportamiento la ética como norma de conducta habitual, el respeto al semejante, el amor al prójimo, la justicia, el perdón como medio de recomponer las relaciones interpersonales y la sensibilidad para tender la mano a los necesitados. En la tradición paraguaya, la Navidad sigue siendo uno de los momentos más fuertes de las relaciones interpersonales. En el pesebre con flor de coco, frutas de la época y huevos de aves, el Niño Jesús repite su milagro anual de reunir a la familia con júbilo, olvidar las inevitables rencillas suscitadas en el contacto entre las personas y renovar el espíritu.
Dentro de esta atmósfera llega la Navidad de 2025, la celebración que nos recuerda anualmente el nacimiento de ese niño representado en un establo junto a sus padres José y María, los pastores y los Reyes Magos que arribaron guiados por una estrella. Sin embargo, este nacimiento de Jesús encuentra al Paraguay en un momento crítico donde muchos de los líderes políticos han olvidado por completo su labor esencial. Han dejado de lado su rol primordial y están embarcados en precautelar sus intereses personales, no los de la República como debiera ser.
El año 2025 ha sido testigo de acontecimientos que han marcado profundamente la vida nacional, departamental y local. A nivel nacional, hemos visto cómo persisten los problemas estructurales que aquejan a nuestra sociedad: la corrupción que carcome las instituciones, la falta de inversión genuina en infraestructura crítica, y la ausencia de políticas públicas efectivas que transformen la realidad de los más vulnerables. Los escándalos de corrupción han seguido ocupando titulares, mientras los recursos que deberían destinarse a hospitales, escuelas y rutas continúan siendo desviados hacia bolsillos privados.
En el ámbito departamental, hemos sido testigos de promesas incumplidas y obras iniciadas que permanecen abandonadas, como monumentos a la desidia administrativa. Las comunidades del interior siguen clamando por caminos transitables, centros de salud dignos y escuelas equipadas adecuadamente. La brecha entre la capital y el interior se ha ensanchado aún más, profundizando las desigualdades que fragmentan nuestra sociedad.
A nivel local, las familias paraguayas han enfrentado un año de desafíos económicos considerables. La crisis ha golpeado duramente el bolsillo de los trabajadores, muchos hogares han tenido que hacer malabares para llegar a fin de mes. El empleo digno, aquel que permite vivir con decencia y proyectar un futuro, sigue siendo una aspiración lejana para miles de compatriotas que se debaten en la informalidad y la precariedad laboral.
En cuanto a la economía, la misma no está exenta de la atmósfera de egoísmo y mezquindad que impide una distribución más justa de la riqueza. No hay políticas públicas destinadas a lograr una mayor equidad social a través de acciones sustentables en el tiempo, que superen el pernicioso asistencialismo que mantiene a las personas en dependencia perpetua sin ofrecerles herramientas reales para su desarrollo.
Su impacto en la vida social se refleja en el significativo porcentaje de la población que se debate en medio de la pobreza, en la migración constante que busca mejores horizontes dentro o fuera del país, en la ausencia de calidad en la educación impartida con fondos del Estado, en la precaria atención a la salud que cobra vidas que podrían salvarse, y en otros males de índole parecida. Las salas de los hospitales públicos siguen colapsadas, las escuelas continúan sin recursos básicos, y las promesas de cambio resuenan huecas en los oídos de una ciudadanía cada vez más hastiada.
Sin embargo, en medio de este panorama desalentador, han surgido señales inequívocas de esperanza que iluminan el camino hacia un futuro mejor. El año 2025 también ha sido testigo del despertar de la conciencia ciudadana, de un pueblo que ha comenzado a decir basta a través del voto popular y la movilización pacífica. Las elecciones y consultas realizadas este año han mostrado que la ciudadanía ya no está dispuesta a seguir tolerando la mediocridad y la corrupción. El electorado ha comenzado a castigar en las urnas a aquellos que han traicionado la confianza pública, enviando un mensaje claro: el cambio no es solo deseable, es inevitable.
Este despertar ciudadano es la luz al final del túnel, la señal de que los grandes cambios que necesitamos están gestándose desde abajo, desde la base social que ha comprendido que el poder transformador está en sus manos. De aquí hasta el año 2028, cuando se celebren las próximas elecciones generales, tenemos la oportunidad histórica de consolidar este proceso de renovación política y social. La ciudadanía ha comenzado a exigir rendición de cuentas, transparencia y resultados concretos, no promesas vacías ni discursos grandilocuentes.
El Niño de Belén trae consigo un modo diferente de enfrentar la vida, una sensibilidad que invita a tomar conciencia de los problemas y a no quedarse con los brazos cruzados en espera de que la Providencia provea. Lo suyo es un llamado al compromiso personal y social para que cada uno coopere de manera eficaz para alcanzar un bienestar personal y colectivo. Su nacimiento carecería de sentido si su mensaje no se adentrara profundamente en cada corazón humano para cambiar actitudes, renovar energías y dar fortaleza.
En esta Navidad de 2025, es imperativo hacer un llamado urgente a la clase política del Paraguay. Es hora de que comprendan que el pueblo ya no acepta más excusas ni dilaciones. La ciudadanía exige a gritos inversión real en salud, con hospitales equipados, medicamentos disponibles y personal médico dignamente remunerado. Demanda educación de calidad, con maestros capacitados, infraestructura adecuada y programas que preparen a nuestros jóvenes para los desafíos del siglo XXI. Reclama inversión en obras de infraestructura que conecten el país y faciliten el desarrollo económico. Y, sobre todo, suplica por la creación de empleos dignos que permitan a las familias vivir con decencia y proyectar su futuro con esperanza.
No se trata de peticiones exorbitantes ni caprichosas. Son los derechos básicos consagrados en nuestra Constitución Nacional, aquellos que el Estado tiene la obligación de garantizar. La Constitución dice, en su artículo 49: “La familia es el fundamento de la sociedad. Se promoverá y se garantizará su protección integral”. Sin embargo, en los hechos, el Estado continúa fallando en garantizar del modo debido los derechos que la ley manda.
La familia paraguaya de hoy enfrenta desafíos que se han multiplicado en este año 2025. Para cubrir las necesidades básicas del hogar, padre y madre se ven obligados a trabajar jornadas extenuantes, muchas veces en múltiples empleos. Esta realidad es aún más intensa cuando la cabeza de familia es la mujer, quien debe hacer malabares entre sus responsabilidades laborales y el cuidado de sus hijos. Los niños y jóvenes reciben el impacto negativo de esta situación porque ya no reciben en el hogar, con la fuerza debida, aquella educación en valores y actitudes que les ha de servir como norte a lo largo de toda su vida.
La pobreza sigue siendo el flagelo que se traduce no solo en falta de medios económicos, sino también en las múltiples limitaciones que de ella derivan. El no tener dinero para cubrir las necesidades básicas y desenvolverse con cierta libertad hace a los núcleos familiares extremadamente vulnerables en diversos aspectos. De esa pobreza derivan las migraciones del campo a las ciudades y al exterior, nace la drogadicción que destruye familias enteras, se incuba la violencia doméstica y social, y se genera el caldo de cultivo perfecto para la delincuencia que tanto nos preocupa.
Pero no todo es oscuridad en este final de año. El despertar ciudadano del que hablamos se manifiesta también en iniciativas comunitarias, en organizaciones de la sociedad civil que trabajan incansablemente por el bien común, en jóvenes que se comprometen con proyectos de transformación social, y en familias que, a pesar de las adversidades, mantienen viva la llama de la esperanza y los valores. Estas son las semillas del cambio que necesitamos cultivar y proteger.
Esta Navidad es propicia para recordar el valor fundamental de la familia y para instar a las instituciones públicas y a la sociedad civil a recuperar su esencia formadora. Es momento de que los líderes políticos comprendan que su legitimidad no proviene de sus cargos sino del servicio efectivo que presten a la ciudadanía. Es hora de que entiendan que el año 2028 se aproxima y que el pueblo tiene memoria. Las promesas incumplidas, la corrupción impune y la indiferencia ante el sufrimiento popular serán cobradas en las urnas.
Llamamos a la clase política a un examen de conciencia profundo en esta Navidad. Que el mensaje del Niño de Belén, ese mensaje de humildad y servicio, penetre en sus corazones endurecidos por el poder y la ambición. Que comprendan que gobernar es servir, no servirse. Que entiendan que los recursos públicos son sagrados porque provienen del esfuerzo de cada paraguayo que paga sus impuestos esperando recibir servicios dignos a cambio. Que asuman que la salud, la educación y el bienestar de la población no son favores que conceden, sino obligaciones que deben cumplir.
Instamos a los líderes departamentales y locales a priorizar las necesidades reales de sus comunidades por sobre sus ambiciones personales. Que las obras se ejecuten con transparencia y calidad, no como fachadas electorales. Que los presupuestos se destinen efectivamente a mejorar la vida de la gente, no a engrosar cuentas bancarias privadas. Que escuchen el clamor de su pueblo y actúen en consecuencia.
A la ciudadanía, le recordamos que el poder del cambio está en sus manos. Cada voto es un instrumento de transformación, cada acción ciudadana es un ladrillo en la construcción de la sociedad que anhelamos. No permitamos que la desesperanza nos paralice ni que el cinismo nos desarme. Mantengamos viva la llama de la esperanza y continuemos exigiendo lo que es justo. El camino hacia el 2028 ya ha comenzado, y cada decisión que tomemos hoy determinará el Paraguay que heredarán nuestros hijos.
Que el año 2026 nos encuentre más unidos, más comprometidos y más decididos a construir el Paraguay que merecemos. Las señales de esperanza están presentes; ahora depende de todos nosotros convertirlas en realidad concreta. El despertar ciudadano de 2025 debe consolidarse y fortalecerse, porque solo un pueblo consciente, organizado y activo puede transformar su destino.
Diario La Clave desea una Feliz Navidad para todos los paraguayos de bien. Que el Niño Jesús ilumine nuestros corazones y nos guíe hacia un futuro de justicia, prosperidad y dignidad compartida.
Fuente de esta noticia: https://www.laclave.com.py/2025/12/19/reflexiones-finales-del-2025-un-ano-que-presagia-cambios/
También estamos en Telegram como @prensamercosur, únete aquí: https://t.me/prensamercosur Mercosur
Recibe información al instante en tu celular. Únete al Canal del Diario Prensa Mercosur en WhatsApp a través del siguiente link: https://www.whatsapp.com/channel/0029VaNRx00ATRSnVrqEHu1W
