
La diabetes mellitus es un conjunto de enfermedades metabólicas crónicas en las que el organismo tiene dificultad para mantener la glucosa (azúcar) en sangre dentro de rangos normales. Aunque hablemos muchas veces de “diabetes” como si fuera una sola cosa, en realidad hay varios tipos con causas, síntomas y tratamientos distintos, y eso es clave para entender cómo afrontarla en el día a día.
En la práctica, toda la diabetes gira en torno a la insulina y a cómo la usa el cuerpo. La insulina es una hormona producida por el páncreas que actúa como “llave” para que la glucosa entre en las células de los músculos, tejidos y cerebro y se transforme en energía. Cuando falta insulina, o cuando el organismo se vuelve resistente a su acción, la glucosa se acumula en la sangre: aparece la hiperglucemia, que con el tiempo puede dañar vasos sanguíneos, nervios, ojos, riñones, corazón y mucho más.
Qué es la diabetes y cómo funciona la glucosa en el organismo
Desde el punto de vista médico, la diabetes mellitus se define por la presencia persistente de glucosa elevada en sangre, acompañada de alteraciones en el metabolismo de los hidratos de carbono, las grasas y las proteínas. Afecta a entre un 5% y un 10% de la población general según las series, pero se sabe que por cada persona diagnosticada suele haber otra que aún no lo sabe, de ahí la importancia del cribado y el diagnóstico precoz.
Para entender la enfermedad, conviene repasar cómo se regula la glucosa en condiciones normales. La glucosa llega al organismo a partir de los alimentos y del hígado. Tras las comidas, los hidratos de carbono se transforman en glucosa, que pasa al torrente sanguíneo. El páncreas detecta esa subida y libera insulina. Esta hormona facilita que la glucosa pase del sangre al interior de las células para producir energía o almacenarse como glucógeno, sobre todo en hígado y músculo.
Entre comidas o durante el ayuno, el hígado actúa como “depósito” liberando glucosa cuando los niveles descienden demasiado. La insulina disminuye y entran en juego otras hormonas (como el glucagón) que ordenan al hígado deshacer el glucógeno almacenado. Así, en una persona sana, la glucosa se mantiene en un margen relativamente estable, incluso aunque pasen horas sin comer.
En la diabetes, este equilibrio se rompe porque falta insulina, no se produce en cantidad suficiente o el cuerpo no la utiliza bien. El resultado es una hiperglucemia mantenida que, si no se trata, provoca complicaciones microvasculares (en retina, riñones, nervios) y macrovasculares (en corazón, cerebro y arterias periféricas), aumentando de forma notable la mortalidad y reduciendo la calidad de vida.
Diferencias clave entre diabetes tipo 1, tipo 2 y gestacional
En la práctica clínica se reconocen tres grandes tipos de diabetes “clásica”: la diabetes tipo 1, la diabetes tipo 2 y la diabetes gestacional. Además, existe un grupo de formas menos frecuentes (diabetes monogénicas como la MODY, la diabetes LADA, la diabetes secundaria a fármacos o enfermedades del páncreas, etc.), pero el grueso de los casos se concentra en esos tres grandes grupos.
La diabetes tipo 1 se debe a una reacción autoinmune: el sistema defensivo del cuerpo destruye las células beta del páncreas que fabrican insulina. Esto conduce a una deficiencia prácticamente total, de forma que la persona necesita inyecciones de insulina desde el diagnóstico y a lo largo de toda la vida. Suelen ser personas jóvenes, incluso niños, pero puede aparecer a cualquier edad.
La diabetes tipo 2 es, con diferencia, la forma más habitual (alrededor del 90‑95% de los casos). Se caracteriza sobre todo por la resistencia a la insulina: los tejidos no responden bien a la hormona y el páncreas se ve obligado a producir más. Con el paso del tiempo, esa sobrecarga agota las células beta y se suma también una falta relativa de insulina. Suele relacionarse con sobrepeso, obesidad, sedentarismo y edad avanzada, aunque cada vez se ve más en adultos jóvenes e incluso en adolescentes.
La diabetes gestacional aparece por primera vez durante el embarazo, cuando las hormonas de la placenta aumentan la resistencia a la insulina. En la mayoría de las mujeres desaparece tras el parto, pero marca un antes y un después: esas madres y sus hijos tendrán más riesgo de desarrollar diabetes tipo 2 en el futuro si no se cuidan los hábitos de vida.

Síntomas más habituales de la diabetes
Los signos de la enfermedad dependen tanto del nivel de glucosa como del tipo concreto de diabetes. En la diabetes tipo 1 las molestias suelen aparecer de forma rápida e intensa, en cuestión de días o pocas semanas, mientras que en la diabetes tipo 2 pueden instaurarse lentamente y pasar casi desapercibidas durante años.
Entre los síntomas más frecuentes de la diabetes tipo 1 y tipo 2 se encuentran: sed intensa y continua, aumento claro de la cantidad de orina, hambre marcada (a pesar de comer), pérdida de peso sin motivo aparente, cansancio llamativo, visión borrosa, irritabilidad o cambios de humor y tendencia a tener infecciones repetidas (en la piel, encías, zona genital, etc.).
En las personas con diabetes mal controlada pueden detectarse cetonas en la orina, que son sustancias procedentes de la descomposición de grasas y músculos cuando no hay insulina suficiente y la glucosa no entra en las células. Su presencia en grandes cantidades es un dato de alarma porque puede desembocar en una cetoacidosis diabética, una urgencia médica grave.
La diabetes tipo 2 tiene la particularidad de que puede cursar prácticamente sin síntomas durante largo tiempo. A menudo el diagnóstico se hace al realizar un análisis por otro motivo, o cuando ya han aparecido complicaciones como infarto, ictus, problemas renales o alteraciones de la vista. Por eso se aconseja valorar la glucosa en personas de riesgo, aunque se sientan bien.
Cuándo acudir al médico
Es importante consultar con un profesional sanitario si se sospecha que uno mismo, un hijo o un familiar puede tener diabetes. La presencia de sed exagerada, orinar con mucha frecuencia, pérdida de peso rápida o un estado general “raro” sin causa clara merece una valoración médica sin demora.
Si ya se padece diabetes, el seguimiento médico periódico es tan importante como el tratamiento. Sobre todo en los primeros meses tras el diagnóstico se necesitan revisiones frecuentes hasta que la glucosa se estabilice, se ajusten la medicación, la alimentación y el ejercicio, y se planifique la prevención de complicaciones.
Cómo se diagnostica la diabetes y la prediabetes
El diagnóstico se hace mediante pruebas de laboratorio que miden la glucosa en sangre. Lo ideal es utilizar muestras de sangre venosa en ayunas (mínimo 8 horas sin ingerir calorías). A esta cifra la llamamos glucemia basal en plasma venoso. También se emplean otras pruebas como la hemoglobina glicosilada (HbA1c) y la prueba de tolerancia oral a la glucosa.
En general, se considera que la glucosa en ayunas es normal por debajo de 110 mg/dl. Hablamos de diabetes mellitus cuando, en al menos dos ocasiones distintas, la glucosa en ayunas es ≥ 126 mg/dl, o cuando en una medición al azar (sin ayuno) la glucemia es ≥ 200 mg/dl y hay síntomas típicos. Otra vía diagnóstica es que a las 2 horas de una sobrecarga oral de 75 g de glucosa la cifra sea ≥ 200 mg/dl.
Entre la normalidad y la diabetes confirmada existen situaciones intermedias, conocidas como prediabetes o metabolismo alterado de la glucosa. Incluyen la glucemia basal alterada (ayunas entre 110 y 125 mg/dl) y la tolerancia alterada a la glucosa (glucosa a las 2 horas de la prueba oral entre 140 y 199 mg/dl). No todas las personas con prediabetes desarrollarán una diabetes tipo 2, pero su probabilidad de hacerlo es mucho mayor que la de quienes tienen cifras normales.
La hemoglobina glicosilada (HbA1c) ofrece una “foto” aproximada de cómo han estado los niveles de glucosa en los últimos 2‑3 meses. Es un parámetro muy útil para valorar si el control es adecuado y para ajustar tratamiento. Junto a ella, a menudo se analizan otros factores ligados al riesgo cardiovascular, como el perfil lipídico y la presión arterial.
En cuanto al cribado, se recomienda valorar la glucemia en ayunas en adultos a partir de los 45 años cada cierto tiempo, y antes de esa edad si existen factores de riesgo (sobrepeso, antecedentes familiares, hipertensión, dislipemia, historia de diabetes gestacional, síndrome de ovario poliquístico, etc.). En niños y adolescentes, distintas guías proponen cribado en menores con obesidad y al menos otro factor de riesgo.
Factores de riesgo de cada tipo de diabetes
Los elementos que aumentan la probabilidad de tener diabetes varían según el tipo, aunque hay puntos en común, como los antecedentes familiares o ciertos componentes genéticos y ambientales.
En la diabetes tipo 1 cobra protagonismo el sistema inmunitario. A algunos familiares de personas con este tipo de diabetes se les pueden detectar autoanticuerpos (defensas dirigidas contra las células beta del páncreas) antes de que aparezca la enfermedad. Tener estos autoanticuerpos aumenta el riesgo, pero no significa que obligatoriamente se vaya a desarrollar la diabetes. También influyen la genética y quizá determinados desencadenantes ambientales, como infecciones víricas.
En la diabetes tipo 2 los factores de riesgo se asocian sobre todo con el estilo de vida y con la predisposición heredada. Tener sobrepeso u obesidad, llevar una vida sedentaria, presentar hipertensión, colesterol o triglicéridos elevados, padecer depresión, haber tenido diabetes gestacional, o sufrir síndrome de ovario poliquístico son situaciones que incrementan bastante la probabilidad de desarrollarla.
También la edad y la etnia importan. Las personas mayores de 45 años y las pertenecientes a ciertos grupos étnicos (población afrodescendiente, hispana/latina, indígena americana, asiática, nativos de Alaska, Hawái e islas del Pacífico, entre otros) presentan tasas más altas de diabetes tipo 2, posiblemente por una combinación compleja de genética, entorno y factores sociales.

La diabetes gestacional se ve favorecida por muchos de los mismos factores que la tipo 2: exceso de peso, ganancia de peso exagerada durante el embarazo, sedentarismo, antecedentes familiares, edad materna más avanzada y pertenencia a grupos étnicos de alto riesgo. Es habitual que la intolerancia a la glucosa aparezca en el segundo o tercer trimestre, por lo que se realiza un cribado específico en ese periodo con pruebas de sobrecarga de glucosa.
Otros tipos de diabetes menos frecuentes
Además de los tipos principales, existen formas menos comunes pero clínicamente relevantes. Un ejemplo es la diabetes LADA (Latent Autoimmune Diabetes in Adults), a veces llamada “tipo 1.5”, que combina rasgos de la diabetes tipo 1 y la tipo 2. Aparece en adultos, suele evolucionar lentamente y muchas veces se confunde al principio con una tipo 2, hasta que se confirma la presencia de autoanticuerpos y la necesidad de insulina.
La diabetes MODY (Maturity Onset Diabetes of the Young) es una diabetes monogénica, es decir, causada por mutaciones en un solo gen. Suele diagnosticarse antes de los 25 años, a menudo con historia familiar muy clara de diabetes en varias generaciones. Dependiendo del subtipo genético, el tratamiento y el pronóstico varían, y no siempre requiere insulina de entrada.
También se describen diabetes secundarias a enfermedades del páncreas o a determinados medicamentos. La pancreatitis crónica, ciertos tumores pancreáticos, o la extirpación parcial o total del páncreas pueden destruir suficientes células beta como para provocar diabetes. Algunas mutaciones genéticas, la fibrosis quística o la hemocromatosis (depósito excesivo de hierro) dañan de forma progresiva el tejido pancreático endocrino.
En el terreno hormonal, patologías como el síndrome de Cushing, la acromegalia o el hipertiroidismo elevan hormonas que contrarrestan la acción de la insulina y pueden favorecer la hiperglucemia. Entre los fármacos que incrementan el riesgo de diabetes están los glucocorticoides (corticoides sistémicos), ciertos diuréticos, antiepilépticos, psicofármacos, algunos tratamientos para el VIH, la pentamidina o los inmunosupresores usados tras un trasplante.
Incluso medicamentos muy extendidos como las estatinas, usadas para disminuir el colesterol LDL, pueden aumentar ligeramente la probabilidad de desarrollar diabetes. Sin embargo, sus beneficios en la prevención de infarto e ictus superan ampliamente ese pequeño riesgo en la mayoría de pacientes, por lo que no deben suspenderse por cuenta propia.
Complicaciones de la diabetes a corto y largo plazo
Las complicaciones de la diabetes se desarrollan de forma progresiva y están muy ligadas al tiempo de evolución y al grado de control. Cuanto más años se convive con hiperglucemia mal controlada, mayor es la probabilidad de problemas serios, algunos incapacitantes o potencialmente mortales.
A nivel cardiovascular, la diabetes multiplica el riesgo de enfermedad de las arterias coronarias, angina de pecho, infarto de miocardio, ictus y arteriopatía periférica. Muchos expertos consideran al paciente diabético como una persona de alto riesgo vascular “por definición”, lo que exige controlar con rigor el colesterol, la tensión arterial, el tabaco y otros factores asociados.
Entre las complicaciones microvasculares destacan la retinopatía diabética (daño en los vasos de la retina), que puede llegar a provocar ceguera; la nefropatía diabética (lesión renal progresiva), que puede conducir a insuficiencia renal crónica y necesidad de diálisis; y la neuropatía diabética, que afecta a los nervios y causa hormigueos, pérdida de sensibilidad, dolor o problemas digestivos y sexuales.
El llamado pie diabético es una combinación de mala circulación periférica y neuropatía que hace que pequeñas heridas pasen desapercibidas y cicatricen mal, favoreciendo la aparición de úlceras e infecciones profundas. En casos graves puede desembocar en necrosis y amputaciones, por lo que la revisión diaria de los pies y la elección de calzado adecuado son medidas prioritarias.
Además, la diabetes se asocia con problemas cutáneos e infecciones de repetición, deterioro de la audición, mayor riesgo de deterioro cognitivo y enfermedad de Alzheimer, alteraciones óseas y articulares, disfunción sexual, problemas digestivos y mayor incidencia de depresión y trastornos del estado de ánimo. La diabetes gestacional, por su parte, aumenta los riesgos para el embarazo, el parto y la salud futura de la madre y del bebé.
Complicaciones específicas de la diabetes gestacional
En la mayoría de los casos, las mujeres con diabetes gestacional logran tener bebés sanos si se controla bien la glucosa. Pero cuando la hiperglucemia no se vigila adecuadamente pueden surgir complicaciones tanto en la madre como en el feto.
En el bebé es relativamente frecuente la macrosomía (crecimiento excesivo), porque la glucosa de la madre atraviesa la placenta y obliga al páncreas fetal a producir mucha insulina. Este tamaño grande dificulta el parto, con más riesgo de cesárea o de lesiones obstétricas. También pueden presentar hipoglucemia poco después de nacer, ya que siguen produciendo mucha insulina cuando se corta el aporte materno de glucosa.
A más largo plazo, estos niños tienen más probabilidades de desarrollar obesidad y diabetes tipo 2 en la edad adulta, sobre todo si mantienen hábitos de vida poco saludables. Para la madre, la diabetes gestacional se asocia con mayor riesgo de preeclampsia (subida de tensión y proteínas en orina), cesárea y recurrencia de diabetes gestacional en futuros embarazos.
¿Se puede prevenir la diabetes?
La respuesta depende del tipo. La diabetes tipo 1, al ser una enfermedad autoinmune, no puede prevenirse con los conocimientos actuales. No es contagiosa ni está provocada por comer “demasiado azúcar”, ni hay una pauta de alimentación o ejercicio que la evite con certeza. Es probable que exista un componente genético sobre el que actúan desencadenantes ambientales, todavía no del todo conocidos.
Por el contrario, la diabetes tipo 2 sí puede prevenirse o al menos retrasarse de forma significativa en muchas personas. Buena parte de sus factores de riesgo están ligados a hábitos modificables: exceso de peso, sedentarismo, dieta poco equilibrada, consumo de tabaco o alcohol en exceso. Cambios relativamente sencillos, pero mantenidos en el tiempo, reducen mucho la probabilidad de que una persona con prediabetes llegue a cruzar la frontera diagnóstica.
La diabetes gestacional también está influida por el estilo de vida. Perder algo de peso antes del embarazo si existe obesidad, cuidar la alimentación y mantenerse activa durante la gestación (siguiendo las indicaciones del equipo sanitario) ayuda a disminuir el riesgo de que aparezca, aunque no lo elimina por completo.
Hábitos saludables para reducir el riesgo de diabetes tipo 2
Para protegerse frente a la diabetes tipo 2 y sus complicaciones, conviene apostar por un patrón de vida saludable, realista y sostenible, más allá de dietas estrictas e imposibles de mantener. Algunos pilares básicos son:
- Comer frutas y verduras en cada comida, priorizando los hidratos de carbono de absorción lenta (legumbres, cereales integrales) y la fibra, que ayuda a controlar la glucosa y aporta saciedad.
- Elegir fuentes de proteína de buena calidad, favoreciendo el pescado (especialmente azul), las aves, los lácteos bajos en grasa y las proteínas vegetales (legumbres, frutos secos), frente a las carnes rojas y los embutidos.
- Reducir las grasas saturadas y evitar por completo las grasas trans, presentes sobre todo en bollería industrial, snacks y ultraprocesados, que aumentan el riesgo cardiovascular.
- Limitar los azúcares añadidos y las harinas refinadas, evitando refrescos azucarados, zumos comerciales y dulces frecuentes; mejor agua, fruta entera y cereales integrales.
En cuanto al ejercicio, evitar el sedentarismo es casi tan importante como la propia dieta. Las recomendaciones de la OMS hablan de al menos 150 minutos semanales de actividad física moderada (unos 30 minutos al día, cinco días a la semana), que pueden incluir caminar a paso ligero, montar en bicicleta, bailar o cualquier actividad aeróbica que se pueda sostener sin ahogarse.
También ayuda incorporar pequeños gestos en la rutina diaria: subir escaleras en lugar de usar el ascensor, ir andando a los sitios cercanos, levantarse con frecuencia si se trabaja sentado, etc. No hace falta convertirse en atleta; se trata de moverse más que antes y mantenerlo en el tiempo.
Otros consejos igualmente relevantes son dejar de fumar y moderar el consumo de alcohol, ya que ambas sustancias empeoran el control de la glucosa y disparan el riesgo de enfermedad cardiovascular. Por último, realizar revisiones periódicas de salud para vigilar glucosa, tensión arterial, colesterol y peso permite detectar a tiempo desviaciones que se puedan corregir.
Tratamiento de la diabetes: pilares básicos
La diabetes es una enfermedad crónica que, a día de hoy, no tiene cura. El tratamiento no busca “eliminarla”, sino mantener las cifras de glucosa lo más cerca posible de los rangos objetivo para reducir al mínimo tanto las descompensaciones agudas (hipoglucemias e hiperglucemias graves) como las complicaciones a largo plazo.
El manejo integral se apoya en varios pilares: plan de alimentación personalizado, programa de ejercicio físico, medicación adecuada, hábitos generales de salud, autocontrol y controles médicos periódicos. Todos ellos deben adaptarse a las circunstancias de cada persona: edad, tipo de trabajo, comorbilidades, preferencias personales, entorno social y objetivos realistas.
En la diabetes tipo 1 la insulina es imprescindible desde el inicio, ya que el páncreas no produce prácticamente nada. Se utilizan esquemas de múltiples inyecciones diarias (insulina basal y bolos antes de las comidas) o bombas de infusión continua de insulina, a menudo combinadas con sistemas de monitorización continua o flash de glucosa. Ajustar dosis y horarios requiere formación y práctica, pero ofrece mucha flexibilidad una vez aprendido.

En la diabetes tipo 2 el tratamiento suele empezar por cambios de estilo de vida y, si no son suficientes, se añaden fármacos orales como la metformina (un sensibilizador de la insulina), sulfonilureas, inhibidores del SGLT2, análogos de GLP‑1 u otros según las características de cada paciente. Con el tiempo, una proporción importante de personas con tipo 2 también necesita insulina, ya sea sola o combinada con otros medicamentos.
La diabetes gestacional se maneja principalmente con dieta y ejercicio adaptados al embarazo. Si con estas medidas no se alcanzan las metas de glucosa, se recurren a preparados de insulina, ya que son seguros para el feto. Tras el parto, muchas mujeres normalizan sus cifras, pero es fundamental un nuevo control posterior y mantener buenos hábitos para disminuir el riesgo de diabetes tipo 2 en años posteriores.
Autocontrol y educación diabetológica
Un componente clave del tratamiento es que la persona con diabetes aprenda a autogestionar su enfermedad en el día a día. Esto incluye saber medirse la glucosa en sangre capilar (con glucómetro) o mediante sensores, interpretar las cifras y tomar decisiones sobre comida, ejercicio o dosis de insulina/medicación.
También implica reconocer y manejar las hipoglucemias (bajadas de azúcar) y las hiperglucemias, anticipar qué hacer ante cambios de rutina (viajes, turnos de trabajo, enfermedades intercurrentes), cuidar la piel y los pies, y entender la relación entre diabetes y otros factores de riesgo cardiovascular. La educación diabetológica, impartida por equipos especializados, se ha demostrado uno de los recursos más eficaces para lograr un buen control.
Los controles periódicos por parte del equipo sanitario sirven para evaluar el grado de control (por ejemplo con la HbA1c), detectar precozmente complicaciones (retinopatía con el fondo de ojo, microalbuminuria en orina como marcador de daño renal, exploración de pulsos y sensibilidad en pies) y ajustar los tratamientos. También es un momento clave para revisar objetivos, resolver dudas y reforzar la motivación.
Sabemos por grandes estudios clínicos como el DCCT (en diabetes tipo 1) y el UKPDS (en tipo 2) que un control metabólico intensivo reduce de forma muy importante la aparición y progresión de las complicaciones. No se trata de perseguir la perfección absoluta, sino de acercarse lo máximo posible a los rangos recomendados, siempre individualizando para evitar hipoglucemias y teniendo en cuenta la situación global de cada persona.
Todo este enfoque hace que, hoy en día, muchas personas con diabetes puedan llevar una vida larga, activa y con buena calidad, siempre que combinen medicación, alimentación, ejercicio, autocuidados y revisiones periódicas. Conocer bien los distintos tipos de diabetes, sus síntomas, factores de riesgo y opciones de tratamiento es el primer paso para perder el miedo, tomar decisiones informadas y vivir con la enfermedad de la manera más saludable posible.
Alicia Tomero
Fuente de esta noticia: https://www.postposmo.com/tipos-de-diabetes-tipo-1-tipo-2-y-gestacional-sintomas-y-tratamiento/
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