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Los 30 años de la primera marcha del orgullo LGBT+I de Brasil, la de Río de Janeiro, se celebrarán este domingo (23). La manifestación regresa a la Playa de Copacabana, su escenario desde 1995, para celebrar su trayectoria y apostar por el futuro, con el lema “30 años haciendo historia: de las primeras luchas por el derecho a existir a la construcción de futuros sostenibles”.

Tres décadas se cuentan a partir de la Marcha de la Ciudadanía del 25 de junio de 1995, realizada al final de la 17ª Conferencia Mundial de la Asociación Internacional de Gays y Lesbianas (ILGA).
La celebración del evento internacional en Río de Janeiro, solicitada y concretada por el movimiento LGBT+ brasileño, brindó gran visibilidad a la comunidad, ayudó a articular a los grupos a nivel nacional e impulsó las marchas del orgullo en el país. En varios lugares, los activistas ya se estaban organizando desde décadas anteriores, pero con un enfoque en la urgencia de contener la epidemia de VIH/Sida, explica Renan Quinalha, profesor de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp) y presidente del Grupo de Trabajo Memoria y Verdad LGBT+.
“No era la primera vez que el movimiento LGBT+ salía a las calles, pero sucedió en aquel momento con este formato de manifestación, en diálogo con la sociedad, con una agenda de reivindicaciones más amplia”, dice.
Quinalha explica que la marcha de 1995, en Río de Janeiro, es icónica porque inicia un proceso de acumulación y aprendizaje que se extiende por el país en los años siguientes y alcanza la escala de millones de participantes en los años 2000, destacándose la Parada LGBT++ de São Paulo, que se convierte en la más grande del mundo.
“Se puede decir que las marchas son las mayores manifestaciones democráticas de Brasil. Ningún otro movimiento convoca a tanta gente a las calles anualmente en varias ciudades.”
Primer intento
La historia de la llegada de la conferencia de la ILGA a Brasil comienza cuatro años antes, en 1991, cuando el activista Adauto Belarmino logra oficializar la candidatura de Río de Janeiro como sede del evento, elección que se confirma en 1993.
Aquel año, el Movimiento de Emancipación Homosexual Grupo Atobá, el recién creado Grupo Arco-Íris y otros movimientos ya habían intentado convocar una parada en la Playa de Copacabana, pero el intento fracasó: hubo menos de 30 participantes, y la mayoría de ellos eran los propios organizadores.
Cláudio Nascimento, presidente del Grupo Arco-Íris de Ciudadanía LGBT+, entidad que organiza la parada desde su primera edición, tenía 23 años y fue uno de los que se sentaron, al final de la caminata, en un bar de la Galería Alaska, antiguo punto de encuentro de la comunidad en Copacabana, para discutir lo que había salido mal.
“Los más viejos estaban muy insatisfechos, diciendo que las personas eran traicioneras, no tenían sentido de colectividad, de comunidad. Y nosotros, los de Arco-Íris, un grupo muy joven que estaba naciendo, tuvimos la osadía de decirles que, en lugar de culpar a la comunidad, teníamos que analizar los factores que perjudicaron la participación. Primero, había que trabajar la autoestima”, recuerda.
La conclusión llegó tras un punto de inflexión que vivió el movimiento LGBT+ en el país en los años 90. La experiencia de más de una década de lucha contra la epidemia de Sida y la reapertura democrática sacaron al movimiento “de la defensiva”, explica Cláudio, y permitieron la construcción de una agenda sobre ciudadanía, orgullo y reivindicación de políticas públicas.
Cuando Río de Janeiro se confirmó como sede de la Conferencia de la ILGA, el Grupo Arco-Íris se dio cuenta de que se trataba de una oportunidad para fortalecer esta movilización.
El expresidente del Grupo Arco Íris, Augusto Andrade (izquierda), Luiz Carlos Ramos (centro) y Claudio Nascimento (derecha) en la Marcha de la Ciudadanía de 1995, la primera Marcha LGBT de Brasil – Augusto Andrade/Archivo personal
Autoestima
Aunque se vieron avances, todavía había un contexto que alejaba a los LGBT+ de la parada: miedo a ser reconocido en público y sufrir agresiones verbales y físicas, a quedarse sin empleo, a ser expulsado de casa e incluso a perder parejas que no estuvieran dispuestas a asumirse públicamente.
“En 1994, decidimos no hacer más la parada, pero promovemos eventos sociales y culturales, encuentros semanales que llegan a reunir a 60, 70 personas”, explica Cláudio, contando que el grupo quería estimular a los participantes a ganar confianza.
Uno de esos eventos es la propia ceremonia pública de matrimonio de Cláudio y Adauto Belarmino, en 1994, celebrada por ex seminaristas católicos. También aquel año, un encuentro al aire libre en el jardín del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro, llamado “tarde de convivencia”, llegó a reunir a 600 personas.
A medida que crecía la movilización, paralelamente, la preparación para la conferencia y la anhelada parada en la ciudad permanecían en el horizonte, recuerda Cláudio.
“Recibimos de Nueva York un facsímil, con más de 50 páginas y una serie de exigencias [respecto a la conferencia de la ILGA]. Entonces, decidimos mentir y decir que teníamos todo asegurado. Si hubiéramos dicho la verdad, que todavía íbamos a buscar el apoyo y las alianzas, [la conferencia] podría haber sido cancelada”, admite Cláudio.
Él recuerda que solo se sintió más tranquilo con la realización de la tarde con 600 participantes. “Allí, tuvimos la certeza de que era posible, porque pasamos de menos de 30 a 600”.
El marco inicial: 1995
El Grupo Arco-Íris era presidido en la época por Augusto Andrade, quien lo había fundado con amigos en la sala de la casa en que vivía con Luiz Carlos Barros, en mayo de 1993.
Augusto cuenta que, tras la confirmación de la conferencia, el grupo enfrentó todo tipo de obstáculos para su realización, incluso desde el punto de vista financiero, contrayendo deudas a nombre propio de los integrantes para garantizar el evento.
Las inscripciones de participantes extranjeros y las donaciones de entidades internacionales, activistas y artistas, como el cantante Renato Russo, nombrado padrino de la conferencia, fueron fundamentales. Automóviles con altavoces y otros recursos ofrecidos por sindicatos como el de los bancarios y de trabajadores de empresas telefónicas, también fueron indispensables para la marcha.
“La ILGA, en aquella ocasión, tenía el estatus de órgano consultivo de la ONU. Entonces, usamos eso como un sello para abrir puertas. Porque, para muchas personas, era un shock, una cosa inadmisible, inaceptable”, cuenta él.
“Logramos una visibilidad inmensa. Sacamos la homosexualidad de las páginas policiales a las páginas de economía, de política, de cultura, de moda.”
La conferencia se realizó entre el 18 y el 25 de junio de 1995, en un hotel en la Playa de Copacabana. En el centro de las discusiones, que reunían entre 2 mil y 3 mil personas por día, estaban puntos que solo se conquistarían cerca de 20 años después, por la vía judicial: el matrimonio igualitario (legalizado en Brasil por la Corte Suprema en 2011) y el reconocimiento de la discriminación contra la población LGBT+ (tipificada por la Corte en 2019).
Con la parada al final de ese evento, la ambición de Arco-Íris era crear un símbolo de movilización que pudiera repetirse en los años siguientes.
“La parada fue la solución que encontramos para que, en los años subsiguientes, la discusión continuara, y nuestra agenda se mantuviera viva”, relata Augusto.
Cláudio Nascimento exalta el símbolo principal de la parada de Río, la bandera arcoíris de 124 metros de largo por 10 de ancho, que ya estaba presente en 1995. Este gigantismo era estratégico:
“Queríamos que todo el mundo pudiera tener el lujo de sostenerla, de tocarla, y que, cuando la prensa tuviera que elegir solo una foto, la eligiera a ella. Y hasta hoy, 30 años después, es lo que sucede.”

Pertenencia
La activista lesbiana Rosangela Castro participaba en el Grupo Arco-Íris en aquella época y recuerda que, además del público de la conferencia internacional y de los activistas de otros estados, la adhesión a la parada también fue resultado de un trabajo de divulgación en bares, discotecas y otros puntos de encuentro de las comunidades de gays, lesbianas, bisexuales y travestis.
“Tuvimos muchas manos colaborando con esta parada. Entonces, fue una sensación muy buena, de pertenencia, de que, a partir de allí, las cosas comenzarían a cambiar. Había muchas miradas que no eran favorables, pero también muchas que lo veían como novedad, preguntándose: ‘¿Vaya, es tanta gente?’”, cuenta ella.
Después de la marcha en Río, Rosângela y el Grupo Arco-Íris viajaron a otros estados, ayudando en la organización de una serie de primeras paradas, como la de São Paulo, en 1997. La activista estuvo en Arco-Íris hasta principios de los años 2000, cuando fundó el Grupo de Mujeres Felipa de Sousa, en 2001, dedicado a mujeres lesbianas y bisexuales y, posteriormente, enfocado en las mujeres negras de esa población.
“Hace poco que empecé a ver mi importancia en todo esto, de tanto que la gente me lo dice. Para mí, era algo que tenía que hacer, era como estar viva. El activismo es lo que me mueve hasta hoy. El año que viene, voy a cumplir 70 años, y esa es mi forma de vivir. Si tuviera que hacerlo todo de nuevo, lo haría”.
Fuente de esta noticia: https://agenciabrasil.ebc.com.br/es/direitos-humanos/noticia/2025-11/la-pionera-marcha-del-orgullo-lgbt-en-rio-cumple-30-anos
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