

SEÑALES SILENCIOSAS QUE AFECTAN NUESTRA VIDA.
Muchas veces convivimos con ciertos hábitos que parecen inofensivos o incluso parte de nuestra “personalidad”, pero que en realidad son respuestas aprendidas a la ansiedad. Con el tiempo, estas conductas se vuelven tan automáticas que dejamos de percibirlas como síntomas y las vemos como algo normal. Identificarlas es un paso clave para recuperar la calma y el bienestar integral.
Hábitos que suelen ser ansiedad disfrazada.
Morderse las uñas o la piel: mecanismo inconsciente de descarga de tensión.
Mover constantemente las piernas o pies: el cuerpo busca liberar la energía acumulada de la ansiedad.
- Comer sin hambre (picoteo constante): llenar un vacío emocional con estímulos rápidos.
- Revisar el celular de forma compulsiva: necesidad de distracción ante pensamientos incómodos.
- Interrumpir o hablar rápido: miedo a perder la atención o a no ser escuchado.
- Dormir demasiado o evitar el descanso: el sueño se convierte en un escape o, al contrario, en una batalla por el insomnio.
Causas principales.
- Estrés prolongado: cuando el cuerpo y la mente no tienen pausas para recuperarse.
- Miedo a perder el control: la ansiedad busca expresarse en conductas repetitivas.
- Falta de gestión emocional: emociones reprimidas se canalizan en hábitos inconscientes.
- Presión social y cultural: normalizamos actitudes como el “estar siempre ocupados” sin reconocer el desgaste interno.
Consecuencias.
- Desgaste físico (problemas digestivos, musculares, sueño).
- Afectación de la autoestima (culpa por no poder controlar los hábitos).
- Deterioro en relaciones personales (irritabilidad, impulsividad).
- Cronificación de la ansiedad si no se identifican los patrones.
Importancia de identificarlos.
Reconocer que estos hábitos son señales del cuerpo y la mente nos permite:
- Dar nombre a lo que sentimos.
- Entender que no somos débiles, sino que necesitamos nuevas herramientas.
- Prevenir que la ansiedad se convierta en un trastorno más profundo.
Medidas de afrontamiento.
- Practicar la atención plena (mindfulness): observar cuándo y cómo aparecen los hábitos.
- Respiración consciente: técnicas de pausa para reducir la tensión en el momento.
- Ejercicio físico moderado: canalizar la energía acumulada en el cuerpo.
- Hábitos de autocuidado: dormir bien, alimentarse de forma equilibrada y organizar rutinas sanas.
- Apoyo terapéutico: aprender herramientas psicológicas para sustituir la compulsión por conductas conscientes.
- Espiritualidad y reflexión: orar, meditar o conectar con lo trascendente ayuda a dar calma al corazón.
Los hábitos que nacen de la ansiedad no nos definen, son solo gritos silenciosos de nuestra mente y cuerpo pidiendo atención. Lo que hoy creemos “normal” puede estar ocultando una lucha interna que merece ser reconocida y sanada.
Sin embargo, no estamos llamados a cargar solos con ese peso. Cuando invitamos a Dios a nuestra vida, no solo en los momentos de vulnerabilidad, sino como un hábito diario de comunión y confianza, encontramos la paz que sobrepasa todo entendimiento.
La Palabra nos recuerda:
“Echen toda su ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de ustedes.” (1 Pedro 5:7)
Convertir la oración, la gratitud y la búsqueda de Dios en prácticas cotidianas nos ayuda a que la ansiedad no dirija nuestra vida, sino que sea transformada en fortaleza y esperanza. Porque al caminar de la mano del Señor, nuestros hábitos ya no nacen del miedo, sino del amor y la confianza en Aquel que nos sostiene cada día.
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Dra. Elizabeth Rondón.
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