

En las relaciones afectivas, muchas veces se confunde el amor verdadero con la dependencia emocional. Aunque a primera vista puedan parecer similares, en realidad son dinámicas muy diferentes que determinan la calidad y la salud de los vínculos.
Amar: Es elegir compartir la vida con alguien desde la libertad, el respeto y el reconocimiento mutuo. El amor impulsa a crecer, respetar los espacios personales y valorar la individualidad de cada uno.
Depender: Es aferrarse a una relación por miedo a la soledad, por baja autoestima o inseguridad. En la dependencia, la persona siente que no puede vivir sin el otro y su bienestar depende exclusivamente de la relación.
Causas de la dependencia emocional.
- Baja autoestima: Sentir que no se es suficiente y buscar validación externa.
- Miedo a la soledad o al abandono: Creer que estar solo equivale a fracasar.
- Modelos familiares dañinos: Haber crecido en entornos de apego inseguro o relaciones de control.
- Carencias emocionales no resueltas: Vacíos afectivos que se intentan llenar con la pareja.
- Falta de autoconocimiento: No reconocer los propios límites, necesidades y valores.
Consecuencias.
- En la persona dependiente: ansiedad, celos, pérdida de identidad, dificultad para tomar decisiones por sí mismo.
- En la pareja: desgaste emocional, sensación de control o asfixia, conflictos constantes y desequilibrio en la relación.
- A largo plazo: relaciones tóxicas, pérdida de libertad personal, y en casos extremos, aislamiento social o sometimiento.
Medidas de afrontamiento.
- Fortalecer la autoestima: trabajar en la autoaceptación y el amor propio.
- Desarrollar la independencia emocional: cultivar intereses personales, hobbies y amistades fuera de la relación.
- Terapia psicológica: aprender a identificar patrones de dependencia y desarrollar habilidades de autogestión emocional.
- Comunicación sana: expresar sentimientos sin miedo y aprender a poner límites.
- Aceptar la soledad: comprender que estar solo no significa estar vacío, sino tener la oportunidad de crecer y conocerse.
Amar es elegir cada día a alguien sin perderse a sí mismo en el proceso. Depender es entregar la propia vida al otro por miedo a no ser suficiente. La diferencia entre ambos está en la libertad: cuando amo, soy libre y permito que el otro también lo sea; cuando dependo, me encadeno y encadeno a quien está conmigo.
El verdadero amor nace de la plenitud, no de la carencia. Y esa plenitud solo puede alcanzarse cuando aprendemos a mirarnos con los mismos ojos con los que Dios nos mira: con ternura, compasión y esperanza. Él nos recuerda en su Palabra que somos “maravillosamente hechos” (Salmo 139:14), dignos de amor y respeto.
Cuando nos amamos a nosotros mismos como Dios nos ama, dejamos de buscar en otros lo que solo el Creador puede darnos: identidad, valor y propósito. Así, nuestras relaciones dejan de ser cadenas de dependencia para convertirse en vínculos de libertad, respeto y crecimiento mutuo.
El amor humano es más sano cuando primero reconocemos el amor perfecto de Dios, pues solo quien se sabe amado desde lo alto puede amar en la tierra sin miedo ni necesidad de poseer.
“El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue”.
(1 Corintios 13:4-8).
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Dra. Elizabeth Rondón.
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