

El acoso escolar no es un episodio aislado ni una travesura sin consecuencias: es una forma de violencia continuada que compromete la salud, la convivencia y el aprendizaje. Cuando se ignora, se normaliza o se minimiza, el daño se multiplica para la víctima, para quien agrede, para los testigos y para todo el centro educativo.
En estas líneas reunimos y ordenamos de forma clara lo que sabemos sobre su origen, sus causas y factores de riesgo, los tipos más frecuentes, las señales de alerta, así como la prevención e intervención desde la escuela y la familia. El objetivo es práctico: ofrecer herramientas concretas para detectar a tiempo, actuar con rigor y construir entornos seguros y respetuosos.
¿Qué entendemos por acoso escolar?
El acoso escolar, también llamado bullying, es un maltrato físico, verbal, social o psicológico que un estudiante (o varios) ejerce contra otro de manera sistemática y prolongada, aprovechando un desequilibrio de poder. No es la única forma de violencia en los centros, pero sí una de las más lesivas por su repetición y la indefensión que genera.
Puede darse dentro del colegio, pero no se limita a él: las agresiones y la intimidación pueden extenderse al barrio, al transporte escolar o a los canales digitales, dando lugar al ciberacoso. Este último amplifica el alcance del daño al no entender de horarios ni espacios, y por la sensación de anonimato que favorecen algunos entornos en línea.
Para que el acoso prospere suele requerirse un entorno que, de forma explícita o sutil, tolera o normaliza la violencia como respuesta a los conflictos cotidianos. Aquí entran en juego los testigos: su papel es clave para cortar la dinámica o, por el contrario, reforzarla si aplauden, callan por miedo o miran hacia otro lado.
El acoso, además, vulnera derechos básicos de la infancia como el de educación y protección. Por eso el abordaje no es opcional: cualquier centro que aspira a un clima sano necesita protocolos, coordinación y cultura preventiva.

Causas: una mezcla de aprendizaje, emociones y beneficios sociales
La investigación en psicología del aprendizaje social ha mostrado que la agresión se aprende observando e imitando modelos cercanos (personas adultas, iguales) y mediáticos. Cuando ese comportamiento recibe refuerzo (estatus, risas del grupo, impunidad), es más probable que se repita y se generalice.
En el acoso conviven dos planos. Por un lado, un componente emocional: frustración, activación fisiológica elevada o dificultades de autocontrol, que algunos canalizan mediante conductas agresivas por carecer de estrategias alternativas de gestión del estrés. Por otro, un componente instrumental: se busca un beneficio social o de poder (ascender en la jerarquía del grupo, dominar, excluir al diferente), lo que exige un entorno que lo tolere o aplauda.
El contexto cultural y social importa. En climas donde se permiten o se reproducen prejuicios (machistas, xenófobos, LGTBIfobos, capacitistas), es más probable que la agresión se dirija a quien encarna aquello que el grupo etiqueta como «diferente». De ahí la relevancia de trabajar de forma explícita los valores democráticos y los derechos de la infancia en la escuela.
Además, existen factores de riesgo personales y familiares que se asocian con mayor probabilidad de participar en conductas de acoso como agresor: impulsividad, egocentrismo, fracaso escolar, consumo de sustancias, antecedentes de violencia en casa o bullying familiar, estilos parentales coercitivos o excesivamente permisivos, estrés familiar, así como ciertos trastornos del neurodesarrollo o de conducta (por ejemplo, TDAH, negativista desafiante o disocial) cuando no cuentan con apoyos ni intervención apropiada.
En cuanto al entorno educativo y sociocultural, influyen variables como la ausencia de normas claras y límites en el centro, la baja supervisión de zonas de riesgo (baños, pasillos, recreo, transporte escolar), tamaños de grupo elevados, pertenencia a grupos de iguales con prácticas de riesgo y la justificación social de la violencia como vía para lograr objetivos.

Tipos de bullying que solemos encontrar
Aunque comparten el propósito de humillar y someter a la víctima, los tipos de acoso se manifiestan de formas distintas y, a menudo, se solapan. Conocerlos ayuda a detectarlos antes y mejor.
Bullying físico. Es más visible y frecuente entre chicos: empujones, golpes, patadas, zancadillas, palizas, así como daños o robos de pertenencias. Además del perjuicio corporal, suele ir acompañado de ansiedad anticipatoria y miedo a acudir al centro.
Bullying verbal. Insultos, motes degradantes, amenazas o comentarios hirientes. Busca erosionar la autoestima y exponer a la víctima al ridículo público. Algunas investigaciones señalan que gana peso en la adolescencia, especialmente entre chicas.
Bullying social o relacional. Aislamiento intencionado, difusión de rumores, manipulación de relaciones y exclusión de actividades. La finalidad es que la persona quede marginada del grupo, ya sea de forma directa (no dejarle participar) o indirecta (ignorar su presencia).
Bullying psicológico. Formas menos explícitas pero igualmente dañinas: miradas despectivas, gestos hostiles, chantaje emocional y conductas pasivo-agresivas que minan la seguridad y el autoconcepto de la víctima.
Bullying sexual. Comentarios, insinuaciones, tocamientos no consentidos u otras conductas de acoso por motivo sexual u orientación/identidad. Afecta de forma especial a menores LGTBI y, en sus casos más graves, puede evolucionar hacia abuso sexual.
Ciberacoso. Hostigamiento a través de redes sociales, mensajería, correos, imágenes o vídeos manipulados. El entorno digital amplifica el alcance del daño, facilita el anonimato y lo hace permanente en el tiempo (no descansa fuera del horario escolar).
Para tener de un vistazo las expresiones más habituales, este resumen resulta útil:
| Tipo | Cómo se manifiesta |
|---|---|
| Físico | Golpes, empujones, patadas, daños/robos de objetos de la víctima. |
| Verbal | Insultos, motes, amenazas, burlas con ánimo de humillar. |
| Social/relacional | Aislamiento, rumores, exclusión de grupos y actividades. |
| Psicológico | Intimidación sutil, chantaje emocional, gestos hostiles. |
| Sexual | Comentarios, insinuaciones o conductas de acoso de índole sexual. |
| Ciberacoso | Hostigamiento por medios digitales: mensajes, imágenes, perfiles falsos. |
Impacto y consecuencias: víctimas, agresores, testigos y comunidad
Las consecuencias dependen de la duración, intensidad y apoyos disponibles, así como de la resiliencia y recursos personales de cada menor. En las víctimas, los cuadros más comunes incluyen estrés agudo, ansiedad, depresión, retraimiento social, baja autoestima, distorsiones cognitivas sobre sí y el mundo y, en casos extremos, ideación suicida.
Quien agrede tampoco sale indemne: la agresión sistemática deforma el desarrollo socioemocional, favorece problemas de adaptación, estigma social y posibles consecuencias legales si media denuncia o expediente sancionador. Además, no es raro que algunos estudiantes transiten por un doble rol (víctima y agresor) en distintos momentos o contextos.
Los testigos y colaboradores sufren también: pueden desensibilizarse frente a la violencia y perder empatía, o vivir con miedo y sentimientos de culpa por no intervenir. A largo plazo, el clima escolar se resiente, disminuye el rendimiento y aumenta el malestar de toda la comunidad educativa.
Sobre magnitud, los estudios varían, pero hay señales de alerta: trabajos citados en España hablan de cifras en torno al 10% en Primaria que afirman haber sufrido algún tipo de acoso, y diferentes investigaciones internacionales sitúan la prevalencia a lo largo de la vida entre el 15% y el 50%, según metodología y muestra.
El centro educativo y la sociedad pagan un precio: se deteriora la convivencia, cae la satisfacción familiar con el colegio y se perpetúan modelos violentos que colonizan otros espacios de relación presentes y futuros.

Quiénes corren más riesgo de ser víctimas y dónde ocurre
Cualquier menor puede ser víctima, pero el contexto marca. Allí donde se toleran prejuicios raciales o xenófobos, tienen mayor probabilidad quienes pertenecen a minorías étnicas o religiosas. En entornos sexistas, homófobos o tránsfobos, las agresiones se centran en cuestiones de género u orientación. Si no se trabaja la inclusión, el alumnado con discapacidad o TEA se vuelve especialmente vulnerable.
También hay riesgo cuando no se cumplen cánones dominantes (moda, físico, actitudes) o, paradójicamente, cuando destaca el éxito académico, social o deportivo del menor y aparecen rivalidades mal gestionadas. Por ello conviene mirar menos a rasgos personales y más a los valores y sesgos que circulan en el grupo.
¿Dónde sucede con más frecuencia? En sitios y tiempos de menor supervisión: recreos, pasillos, baños, entradas y salidas, transporte escolar o comedor. Incluso en el aula, puede ocurrir cuando la atención del docente se centra en otra tarea.
Señales de alerta y detección temprana
El acoso suele producirse a espaldas de adultos, por lo que detectar sin esperar «pruebas» concluyentes exige observar cambios sutiles. En el profesorado, conviene vigilar señales como absentismo creciente, bajada de rendimiento, apatía, tristeza, nerviosismo al intervenir en clase, risas o murmullos cuando un alumno entra o responde, o que nunca sea elegido para trabajos en grupo.
Indicadores en posibles agresores: conductas desafiantes, faltas reiteradas de respeto, burlas a iguales, prepotencia con hermanos o amigos, reincidencia en peleas y incumplimiento sistemático de normas de convivencia.
Para las familias, algunas alertas incluyen cada mañana dolores de cabeza o estómago sin causa médica clara, insomnio o pesadillas, pérdida de apetito (o volver con hambre porque le quitaron el almuerzo), cambios bruscos de humor, aislamiento, ropa u objetos rotos, lesiones sin explicación, rechazo del transporte escolar o rutas habituales y excusas inverosímiles. En escenarios graves, puede aparecer ideación suicida, lo que exige intervención profesional inmediata.
Prevención: escuela y familia con el foco en valores y participación
La prevención empieza desde etapas tempranas con educación en valores de paz, respeto y tolerancia. Trabajar los derechos de la infancia de forma práctica ayuda a que el alumnado los integre en su vida diaria. Implicar a toda la comunidad educativa (familias, alumnado, docentes y personal no docente) crea el clima de confianza necesario para frenar a tiempo los conflictos.
Una figura clave es el coordinador o coordinadora de protección en el centro, referente para activar protocolos, formar al claustro, orientar casos y, si procede, impulsar la denuncia. Esta función estructura medidas preventivas y de actuación que no dependen del voluntarismo.
Además de la acción continua, fechas como el 2 de mayo (Día Internacional contra el Acoso Escolar) son oportunidades para visibilizar, debatir y ensayar soluciones con actividades que involucren a todo el centro. Hacerlo reduce el tabú y dota de herramientas de detección y respuesta a estudiantes y profesorado.
Actividades eficaces en Infantil y Primaria incluyen dramatizaciones y role playing (cambiar de rol entre víctima, agresor y observador para cultivar empatía y habilidades de resolución), círculos de diálogo para compartir emociones y conflictos, lecturas y cuentos sobre amistad e inclusión con debate posterior, tablas de responsabilidad para normar la convivencia y dinámicas de refuerzo positivo que reconozcan las conductas prosociales.
Desde el colegio conviene mapear zonas de riesgo y reforzar su vigilancia, crear un código de convivencia integrado en el proyecto educativo (qué hacer y a quién acudir), formar al personal en habilidades sociales, mediación y uso seguro de la tecnología, realizar estudios de estructura social del grupo para identificar perfiles de riesgo y definir protocolos de intervención sin margen para la improvisación.
Desde casa, mantener canales de comunicación abiertos, escuchar sin juzgar, reforzar la autoestima y la empatía, y establecer límites y normas coherentes es decisivo. Estar alerta a síntomas físicos y emocionales e informar al centro ante cualquier sospecha permite acortar los tiempos de sufrimiento.
Intervención: protocolo, medidas de protección y apoyo terapéutico
Una vez que aparezcan indicios razonables o la confirmación, hay que actuar con celeridad. Seguir el protocolo del centro y, si no existe, la normativa autonómica. Comunicar a la dirección y, si la gravedad lo exige, a fiscalía de menores o policía. Entrevistar a la víctima, a la persona agresora y a testigos con garantías y confidencialidad.
El centro debe adoptar medidas cautelares proporcionadas (protección de la víctima, separación de espacios, acompañamiento en entradas y salidas, e incluso expulsión temporal o definitiva del agresor si corresponde). Todo ello respetando la normativa de protección de datos y el interés superior del menor.
En paralelo, la víctima necesita apoyo psicológico. Una terapia especializada comienza con evaluación clínica y contextual, continúa con un plan individualizado (reestructuración cognitiva, entrenamiento en habilidades, regulación emocional, fortalecimiento de la autoestima) y, cuando procede, terapia familiar.
La coordinación con el aula ayuda: ajustes razonables en dinámicas, sensibilización grupal y medidas para reforzar la seguridad. Abordar también al agresor con intervención psicoeducativa reduce la probabilidad de reincidencia y atiende la raíz de la conducta violenta.
Recursos y referencias para profundizar
El campo cuenta con abundante literatura y documentación. Resulta útil conocer trabajos clásicos del aprendizaje social, análisis sobre formas de agresión humana, así como informes de organismos internacionales sobre violencia y acoso en el entorno escolar. En el ámbito local, destacan estudios recientes sobre el impacto de la tecnología en la adolescencia y proyectos específicos de sensibilización y datos actualizados.
Los centros pueden apoyarse en materiales de organizaciones especializadas, en guías de buenas prácticas para protocolos de prevención e intervención, y en programas probados de mejora del clima escolar basados en la participación, la cooperación y la corresponsabilidad entre alumnado, profesorado y familias.
Mirar de frente el acoso escolar significa asumir que se aprende, se refuerza y se puede desaprender: si el centro y la familia reman en la misma dirección, si la comunidad educativa cuenta con protocolos claros y si se trabaja a diario la empatía, la participación y el respeto, el bullying pierde terreno y gana la cultura de paz que toda escuela merece.
Alicia Tomero
Fuente de esta noticia: https://www.postposmo.com/origen-del-bullying/
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