

Durante la gestación, el cuidado de la salud materna es clave porque ciertas infecciones pueden afectar tanto a la madre como al bebé; entre ellas, la hepatitis ocupa un lugar destacado por su potencial de transmisión y complicaciones. En términos generales, hablamos de inflamación del hígado causada por virus que pueden cursar de forma aguda o volverse crónicas, con impacto variable en el embarazo según el tipo viral, la carga de virus y el momento gestacional.
Aunque la hepatitis aguda no es muy frecuente en embarazadas, cuando aparece puede asociarse a riesgo elevado de patologías maternas y fetales, especialmente en el caso de algunos virus como la hepatitis E. Por eso, en obstetricia moderna se priorizan el cribado, la prevención de la transmisión madre‑hijo y las decisiones terapéuticas seguras, con medidas bien establecidas para proteger al recién nacido desde los primeros minutos de vida.
¿Qué es la hepatitis y por qué importa en el embarazo?
La hepatitis es una inflamación hepática provocada con más frecuencia por virus específicos del hígado: hepatitis A, B, C, D y E. También pueden implicarse otros patógenos, como el virus de Epstein‑Barr, citomegalovirus, el de la fiebre amarilla, la rubéola, adenovirus o el herpes simple, capaces de desencadenar cuadros similares durante la gestación.
Estas infecciones pueden ser agudas (de corta duración) o crónicas (persistentes), y algunas reactivarse si ya existían previamente. En el embarazo, el abanico de síntomas es amplio: desde ausencia de molestias hasta fiebre, cansancio extremo, dolor abdominal e ictericia, junto a náuseas, vómitos, prurito, inapetencia y orina oscura; la intensidad depende del virus y del estado del hígado.
Las implicaciones también varían: hay virus que rara vez complican el embarazo y otros que pueden desencadenar eventos graves como insuficiencia hepática, prematuridad o, en escenarios extremos, muerte materna o fetal. Comprender qué virus están en juego y cómo se transmiten ayuda a definir el mejor plan de seguimiento y prevención en cada caso.
En términos de contagio, hepatitis A y E se adquieren sobre todo por vía fecal‑oral (agua y alimentos contaminados), hepatitis B y C se transmiten por sangre y fluidos, y la hepatitis B, en particular, puede pasar de la madre al bebé en el nacimiento si no se actúa a tiempo. Por su potencial crónico y transmisible, las hepatitis B y C son las que más preocupan en obstetricia.
Formas de contagio y riesgos de transmisión madre‑bebé
Las vías principales son: fecal‑oral (A y E), contacto con sangre o agujas (B y C), relaciones sexuales sin protección (B y algunos virus no hepáticos), y transmisión vertical. El momento crítico para la transmisión de B y C suele ser el parto, cuando el recién nacido puede exponerse a sangre materna, mientras que en hepatitis E existe además riesgo durante el propio embarazo con consecuencias más severas.
En hepatitis B, el mayor riesgo de contagio al bebé se concentra alrededor del nacimiento; por fortuna, una combinación de inmunoglobulina antihepatitis B (HBIG) y la primera dosis de vacuna, aplicada de forma correcta y temprana, reduce drásticamente la infección neonatal. En hepatitis C, el riesgo medio de transmisión vertical se sitúa en torno al 5–10% (puede ser menor o mayor según la situación clínica), incrementándose con cargas virales altas o coinfección por VIH.

La hepatitis E constituye una excepción por su mayor gravedad en el embarazo, sobre todo en el tercer trimestre: se han descrito tasas importantes de transmisión al recién nacido con morbilidad y mortalidad elevadas en los primeros días de vida. Este patrón obliga a una vigilancia clínica y de soporte intensiva cuando se sospecha o confirma esta infección.
Hepatitis A en el embarazo
La hepatitis A se transmite esencialmente por la ingesta de agua o alimentos contaminados con heces de personas infectadas; se trata de un virus resistente en el medio ambiente y muy contagioso desde unas dos semanas antes de que aparezcan los síntomas hasta aproximadamente diez días después del inicio del cuadro.
El periodo de incubación suele rondar los 30 días. En adultos es más sintomática que en niños y puede causar fiebre, malestar general, náuseas, vómitos, dolor abdominal e ictericia. Lo habitual es que sea una infección autolimitada, con resolución espontánea sin tratamiento antiviral específico.
En el contexto del embarazo, no se ha demostrado de forma consistente que la infección activa de la madre se traduzca en infección neonatal, y la evolución suele ser favorable con medidas de soporte. Aun así, se han descrito complicaciones obstétricas aisladas, por lo que la valoración médica es imprescindible para descartar deshidratación u otras incidencias.
La prevención se basa ante todo en la higiene de manos y en vacunación cuando está indicada. La vacuna frente a hepatitis A es de virus inactivado y ofrece protección prolongada (de una a dos décadas); en embarazadas se reserva para situaciones de riesgo concreto, como viajes a zonas con alta endemicidad, siempre bajo criterio clínico.
Hepatitis B en el embarazo: cribado, tratamiento y protección del recién nacido
La hepatitis B se transmite por contacto con sangre y fluidos corporales. En obstetricia, el pilar de la prevención es el cribado universal temprano: todas las mujeres deben realizarse la prueba de hepatitis B durante el embarazo para detectar antígeno de superficie (HBsAg) y, si procede, profundizar con antígeno e (HBeAg) y carga viral (ADN del VHB).
Cuando una gestante es HBsAg positiva, el objetivo es reducir al mínimo la transmisión vertical. Si la carga viral es muy alta (por ejemplo, >200.000 UI/mL), el especialista puede recomendar antivirales orales en el tercer trimestre para disminuir el nivel de virus antes del parto. El tenofovir es de primera línea y ha mostrado un perfil de seguridad adecuado en embarazo y lactancia; en situaciones concretas, podrían valorarse telbivudina o lamivudina.
Al nacer, el recién nacido de madre con hepatitis B debe recibir, en la sala de partos y dentro de las primeras 12 horas de vida, dos inyecciones: una dosis de HBIG y la primera dosis de vacuna anti‑VHB. Administradas correctamente y a tiempo, estas medidas ofrecen una protección superior al 90% frente a la infección crónica de por vida.
Después, es crucial completar el calendario de vacunación con las dosis restantes según pauta. En países donde se usa vacuna pentavalente a las 6, 10 y 14 semanas, esa combinación no sustituye la dosis de nacimiento: esperar a la pentavalente es demasiado tarde para neonatos de madres HBsAg positivas, por lo que se requiere la dosis monovalente al nacer (más HBIG si está disponible) y luego continuar el esquema. Cabe recordar que la HBIG no existe en todos los sistemas sanitarios, por lo que conviene planificar con antelación.
Para verificar que el bebé quedó protegido y no se infectó, se indica una serología posvacunal entre los 9 y 12 meses (HBsAg y anti‑HBs). No hay una segunda oportunidad para blindar al recién nacido: la coordinación entre obstetricia y pediatría es esencial desde el embarazo.
En la madre, si se pautaron antivirales en el tercer trimestre, lo habitual es mantenerlos unas 12 semanas posparto y controlar la ALT cada tres meses durante seis meses, para decidir con el hepatólogo si se continúa o se detiene el tratamiento. No debe interrumpirse la medicación sin indicación médica y una revisión de resultados analíticos.

Sobre el curso gestacional, la hepatitis B por sí misma no suele empeorar el embarazo si no existe daño hepático avanzado previo, aunque en fases agudas puede aumentar el riesgo de parto prematuro. Además, salvo situaciones muy específicas, la lactancia materna es segura cuando el recién nacido ha recibido la profilaxis de nacimiento correctamente.
Hepatitis C y embarazo: diagnóstico, transmisión y lactancia
La hepatitis C se transmite principalmente por exposición a sangre infectada. Durante la gestación, suele diagnosticarse con una prueba de anticuerpos anti‑VHC y, si es positiva, se confirma con ARN‑VHC para saber si hay infección activa. La mayoría de gestantes cursan sin síntomas o con molestias leves.
La transmisión vertical puede ocurrir durante el embarazo o en el momento del parto (lo más común por la exposición a sangre). El riesgo promedio se sitúa en torno al 5–10%, con cifras descritas entre 1,7% y 20% según las series. Factores que incrementan la transmisión incluyen cargas virales altas, coinfección por VIH, uso intravenoso de drogas, antecedentes de transfusiones, rotura prolongada de membranas o procedimientos invasivos durante el parto.
- Mayor riesgo con carga viral elevada en la madre.
- Riesgo incrementado si existe coinfección por VIH.
- Asociación con uso de drogas intravenosas y exposición a sangre.
- Rotura de membranas prolongada o exposición del bebé a sangre materna en el parto.
- Historia de transmisión vertical en un parto previo.
Respecto al tratamiento, los antivirales de acción directa para VHC, altamente eficaces, no se recomiendan durante el embarazo por falta de datos de seguridad; suelen plantearse tras el parto y cuando la lactancia haya finalizado (o antes, si no se amamanta). La lactancia es compatible con hepatitis C, exceptuando situaciones de pezones agrietados o sangrantes.
El seguimiento del recién nacido no se realiza intraútero: se programa una prueba diagnóstica a partir de los 18 meses (o antes con protocolos específicos), para confirmar si hubo o no transmisión. Mientras tanto, los cuidados se centran en la salud materna y en reducir cualquier factor evitable de contagio.
Medidas de autocuidado recomendadas durante la gestación con VHC incluyen: evitar alcohol y sustancias, vacunarse frente a hepatitis A y B si aún no se hizo, informar a los profesionales que atenderán el parto, mantener relaciones sexuales seguras y no compartir objetos personales que puedan tener restos de sangre (cuchillas, cepillos, cortaúñas).
- Acudir a todas las visitas prenatales y comunicar el estado VHC al equipo.
- Evitar alcohol, tabaco, marihuana y drogas ilegales; pedir ayuda si se precisa.
- No iniciar medicación nueva sin consultar; algunos fármacos (p. ej., paracetamol en dosis altas) pueden complicar el cuadro hepático.
- Usar preservativo, no compartir objetos personales y cubrir heridas.
Hepatitis D y coinfecciones
La hepatitis D solo afecta a personas que ya tienen hepatitis B, porque requiere del HBsAg para replicarse. Su presencia puede agravar el curso clínico, aunque la transmisión madre‑hijo es rara; la profilaxis neonatal estándar frente a VHB (dosis de nacimiento de vacuna y, si es posible, HBIG) reduce el riesgo de infección por VHD en el recién nacido.
Hepatitis E en el embarazo: mayor gravedad y vigilancia estrecha
La hepatitis E se contagia por vía fecal‑oral y puede cursar con fiebre, anorexia, náuseas, dolor abdominal, ictericia y cansancio. En el embarazo, especialmente en el tercer trimestre, se asocia a un riesgo elevado de fallo hepático agudo, partos prematuros, abortos y complicaciones maternas como la hepatitis fulminante y síndromes hipertensivos graves.
Se han descrito tasas relevantes de transmisión vertical (aproximadamente entre un 33% y 50%), con casos de hepatitis neonatal grave y mortalidad temprana. Algunos estudios han mostrado cifras muy altas de infección perinatal con desenlaces adversos dentro de la primera semana de vida, lo que obliga a un manejo hospitalario de alta complejidad cuando se confirma la infección en la madre.
En torno a la lactancia, no existen pruebas concluyentes de transmisión por la leche materna; recursos expertos de farmacovigilancia de lactancia catalogan la compatibilidad como probable. En formas graves o si la madre presenta descompensación, debe individualizarse con su equipo clínico la conveniencia de amamantar mientras se estabiliza la situación.
Prevención general y vacunas en la gestación
Las medidas preventivas combinan higiene, vacunación y reducción de exposiciones. En embarazadas con riesgo, las vacunas de hepatitis A y B, al ser inactivadas, pueden utilizarse cuando estén indicadas (por ejemplo, viajes a zonas endémicas o contactos de riesgo), siempre con valoración profesional individual.
Para hepatitis B, además de la dosis de nacimiento a todos los recién nacidos, se recomienda la vacunación sistemática en la infancia y en adultos con factores de riesgo (contacto con sangre en el trabajo, múltiples parejas sexuales, usuarios de drogas inyectadas, convivientes de portadores, enfermedad renal avanzada, viajes a regiones de alta prevalencia, entre otros). Muchos países han ampliado la recomendación a prácticamente toda la población adulta no inmunizada.

También conviene extremar precauciones con tatuajes y piercings (material estéril y locales con garantías), reducir prácticas de riesgo, usar preservativo si se desconoce el estado serológico de la pareja y evitar compartir agujas o cualquier objeto que pueda tener restos de sangre. En caso de exposiciones de riesgo a VHB, consultar de inmediato porque la profilaxis posexposición es más eficaz si se administra en las primeras 24 horas.
Signos y síntomas: qué vigilar y cuándo consultar
La hepatitis durante la gestación puede pasar inadvertida o manifestarse con síntomas inespecíficos. Los más habituales incluyen dolor abdominal, náuseas, vómitos, fiebre, ictericia, orina oscura, cansancio marcado y dolores articulares; cualquier empeoramiento del estado general debe motivar una valoración clínica sin demoras.
Ante sospecha de exposición a virus de la hepatitis B (por ejemplo, pinchazo accidental o contacto con sangre), es fundamental contactar con el equipo sanitario de inmediato para valorar medidas preventivas. Si aparecen síntomas compatibles con hepatitis en el embarazo, la atención temprana permite descartar complicaciones y organizar el seguimiento más seguro para madre y bebé.
Finalmente, tanto el obstetra como el pediatra/neonatólogo deben conocer el estado de hepatitis de la gestante para coordinar la profilaxis del recién nacido al nacer (especialmente en hepatitis B) y el plan de pruebas posparto en el lactante cuando corresponda (como sucede con hepatitis C).
La gestación y la hepatitis pueden convivir con buena evolución cuando se aplican las estrategias adecuadas: cribado universal de VHB durante el embarazo, uso puntual y seguro de antivirales en VHB con cargas altas, profilaxis neonatal inmediata, controles posvacunales en el bebé, y prudencia con VHC (tratamiento diferido y lactancia permitida salvo sangrado en pezones). Con HEV, la clave es la vigilancia estrecha por su mayor gravedad y con medidas de soporte hospitalario si se precisa. La prevención mediante vacunas (cuando están indicadas), higiene y reducción de riesgos en sangre y fluidos completa el enfoque.
Alicia Tomero
Fuente de esta noticia: https://www.postposmo.com/hepatitis-en-el-embarazo/
También estamos en Telegram como @prensamercosur, únete aquí: https://t.me/prensamercosur Mercosur
