

El deporte es un elemento fundamental para la formación integral y estado de bienestar de las personas, razón por la cual el Estado está obligado a fomentarlo y protegerlo, en el marco de sus políticas sectoriales y normativas constitucionales y legales. Igualmente, a proteger a los niños con sujeción a las normativas nacionales e internacionales. Ello incluye su protección en las participaciones deportivas, entre ellas las de la alta competencia.
La iniciación deportiva precoz es un tema muy complejo, que suele surgir del ansiado aprovechamiento de los resultados por los gobiernos y la presión que ejercen sobre los menores sus padres, entrenadores y cazadores de talentos. Ella generalmente también se ve influencia por intereses comerciales, ante la escasa protección de los menores. Por ende, es preocupante el significativo incremento de esas participaciones en la alta competencia, sin siquiera evaluarse responsablemente los riesgos a que se exponen los menores.
Llegar a la élite del deporte demanda mucha dedicación, presión y exigencias de todo orden. Aun así, ello no ha sido óbice para que la super especialización deportiva se la realice a edades cada vez más tempranas, en el ilusorio afán de alcanzar ese objetivo cuanto antes. Para posibilitarlo se recurre a estudios del ADN del deportista desde su infancia y el de sus padres, así como a métodos predictivos de estatura y otros.
Esa búsqueda desenfrenada del éxito deportivo y del bienestar económico impide la evaluación de los riesgos implícitos en esas participaciones a edades tempranas y menoscaba el derecho de los menores a su pleno desarrollo, cuando éste debe primar por sobre las exigencias del deporte. Bajo esas circunstancias, los menores se vuelven mucho más vulnerables y su interés superior no es respetado, lo que a pocos parece importarle.
El interés superior del menor
El interés superior del menor debe precautelar su desarrollo físico y emocional en todos los aspectos de su vida y, además, prevalecer siempre por sobre los intereses meramente deportivos. Ninguna medalla vale más que su salud y bienestar, más aun cuando el éxito suele ser pasajero.
La evolución del deporte, la nueva percepción de las edades tempranas, los cambios sociales y aquellas consideraciones que van más allá de lo puramente jurídico son, sin duda, los aspectos que más han incidido para que ese interés evolucione de forma muy cambiante. Pero, lamentablemente, esa evolución no ha sido siempre para beneficiar a los menores ni al deporte.
Dada su importancia, la protección de los menores constituye uno de los ejes de actuación de los poderes públicos, al igual que de las organizaciones deportivas, cuando su preparación y participación en las competiciones son aspectos relevantes. De su parte, sus padres tienen una responsabilidad mayor, pues son sus representantes y quienes finalmente deciden su futuro y participación en las actividades deportivas. Y determinan cómo proteger su interés superior.
El deporte de alta competencia en la infancia no sólo tiene límites fisiológicos de rendimiento sino, también, riesgos de índole psicológico y de relacionamiento social. La preparación super especializada puede provocar alteraciones en su desarrollo, lesiones, sentimientos de frustración o ansiedad descontrolados. Los estudios biomecánicos así lo corroboran, cuando concluyen que el cartílago de crecimiento es más sensible al estrés en los niños que en los adultos. Esas afectaciones y otras más suelen acarrear su pronto y hasta traumático abandono de la actividad deportiva.
El contenido y los métodos del entrenamiento deben ser, por tanto, los adecuados para los menores, y la diversidad de movimiento y la preparación física general tener prioridad sobre la especialización que viene después. Tienen que considerar, a su vez, que el crecimiento mismo es un factor de riesgo en las lesiones por todo exceso físico que pueda darse, lo que vuelve necesaria la vigilancia y protección del deportista en toda su evolución fisiológica.
Los ambientes para entrenar deben ser, asimismo, apropiados y seguros, y los implementos a utilizar corresponderse con sus edades, la naturaleza de su deporte y los tipos de entrenamiento. Los entrenadores tienen que ser seleccionados con rigurosidad, haciendo énfasis en sus capacidades técnicas y pedagógicas, así como en la especialización y experiencia que acrediten, y su empatía con los menores y sus padres.
Los niveles de rendimiento deportivo de los menores
Los variados niveles de rendimiento a una determinada edad son frecuentemente el resultado de distintos grados de madurez, más que de una diferencia de habilidades y destrezas. El nivel de rendimiento en muchos tipos de deportes depende más de la edad esquelética que de la edad cronológica. Por esta razón, durante la adolescencia, los criterios de clasificación en razón de la edad cronológica no son satisfactorios o confiables, lo que obliga a utilizar otros sistemas basados en la evaluación del desarrollo sexual secundario.
En los deportes de contacto, los participantes no deben clasificarse en razón de la edad cronológica sino según su madurez, tamaño corporal, destreza y sexo. Las reglas y duración de los partidos deben ser adecuadas para su edad, y las sesiones de entrenamiento han de ser relativamente breves. El levantamiento de pesas no debe recomendarse antes de que se alcance la edad de maduración física en el crecimiento esquelético. Las carreras competitivas de gran fondo tampoco son recomendables para los menores antes de la madurez. En los demás deportes deberán observarse las directrices de sus entidades rectoras.
Es preciso que los padres y entrenadores sean conscientes de los procesos y tensiones psicológicas que experimentan los menores que practican el deporte de alta competencia. En su formación deben participar previamente en una amplia variedad de actividades, que les permitan encontrar los deportes que mejor se adaptan a sus necesidades, intereses y capacidad física. De ese modo, lograrán aumentar sus posibilidades de éxito y disfrute del deporte, y reducir el riesgo de abandonarlo. Sólo cuando tengan 12-13 años de edad empezarán a advertir que los resultados dependen tanto del esfuerzo como de la capacidad.
Las capacidades motoras, las aptitudes personales y las necesidades sociales de los menores deben ser priorizadas, pues a través del deporte aprenden a trabajar en equipo, a lidiar con la victoria y la derrota. Sólo cuando ellos logran tomar conciencia de ese conjunto de atributos llegan a encontrar la motivación necesaria para participar de manera planificada y segura en la alta competencia, y para alcanzar sus metas. Conquistarlas y superar los desafíos deportivos contribuye a mejorar su autoestima y autoconfianza.
Aprovechamiento de los resultados deportivos
En la participación precoz de los menores en la alta competencia mucho incide el afán de los países y sus gobernantes de contar con los mejores deportistas del mundo. Pero, esa no es una aspiración que prioriza lo deportivo, pues sólo busca reivindicar, a través de las participaciones exitosas, algún tipo de supremacía o réditos políticos. Inicialmente fueron los países de la órbita comunista, pero después se fueron sumando otros, que llegaron a adoptar algún deporte como parte de su identidad nacional o de su proyecto político.
Uno de los más conocidos ejemplos de lo primero ha sido China, país caracterizado por su estricto control e intervención en el deporte. Sus líderes lo han utilizado como medio de propaganda y para exhibir los triunfos deportivos ante la población como prueba de la superioridad del sistema comunista sobre el capitalista. El nazismo lo hizo durante los Juegos Olímpicos de Múnich 1936, al buscar que esos triunfos se vuelvan expresión de una supuesta supremacía de la raza aria. Sin embargo, fracasó en ese intento, tras la participación memorable del corredor afroestadounidense Jesse Owens y otros atletas más.
Sometimiento de los menores a la alta competencia
En la actualidad, la mayor rivalidad deportiva es la que mantienen China y Estados Unidos, corroborada con su empate en medallas de Oro en París 2024. Ese afán de prevalecer en el deporte ha sido una obsesión de China durante años, tal como lo fue de otros países comunistas, décadas atrás. Para lograrlo instaló más de 10 “fábricas de campeones”, destinadas a formar sus campeones olímpicos desde edad temprana, e hizo grandes inversiones en infraestructura. La más importante de aquellas es el Centro de Alto Rendimiento de Shichahai, con sede en Beijing. El éxito deportivo sigue siendo su único gran objetivo.
En ese Centro, ninguno de sus niños alumnos es seleccionado sólo por sus habilidades deportivas. El pulmón, el corazón, el sistema circulatorio, todo es estudiado por los mejores médicos chinos para asegurarse de que los menores que allí ingresen cuenten con el biotipo y condición genética adecuada para convertirse en campeones olímpicos. Cada uno es escogido teniendo en cuenta su calidad corporal, las medidas de sus músculos y su capacidad de crecimiento, además de estudiarse también a sus padres.
Todos son entrenados desde los cinco años en artes marciales, gimnasia, bádminton, voleibol, levantamiento de peso y tenis de mesa. Los entrenadores deciden qué deporte debe practicar cada alumno. Los de reflejos más rápidos son enviados al tenis de mesa, las chicas a gimnasia y los que llegan del campo al levantamiento de peso. El éxito deportivo de China es su gran meta, así lo reafirma aquel mensaje pintado en el Centro: “Ganar la gloria para la patria”.
Lamentablemente, la obsesión china no ha tenido límites, no ha precautelado el interés superior de los menores, ya que muchos de ellos han terminado luciendo cuerpos desproporcionados. Sus músculos se desarrollaron de forma espectacular, pero sus cabezas mantuvieron el tamaño normal para su edad. El castigo corporal sigue siendo aceptado, aunque los profesores aseguran que tratan de evitarlo y sólo lo utilizan “cuando es estrictamente necesario para mejorar el rendimiento”. Quejarse está prohibido.
Los niños viven en un sistema de severo internamiento en el que no hay tiempo para los juegos o la diversión. Se levantan a las cinco de la mañana, entrenan cinco horas diarias y, apenas, los domingos logran ver a sus padres. Lejos del éxito de los medallistas, muchos de ellos han contribuido inconscientemente a deshumanizar el deporte. La mayoría que no alcanza la gloria deportiva malvivirá entrenando a menores en colegios rurales o realizará cualquier otro tipo de trabajo. Todo el esfuerzo y sacrificios habrán sido en vano y su futuro sólo les interesará a sus padres, ya no a China.
El marco regulatorio de las FI
Corregir esa clase de excesos al interior de cada país siempre será competencia de sus autoridades, a través de la aplicación de su marco legal y de la Convención sobre los Derechos del Niño. En las competiciones internacionales, incluidos los Juegos Olímpicos, son las FI las que regulan las edades para participar en ellas. Empero, pese a los innumerables casos de iniciación precoz en el deporte y sus riesgos, algunas no han reglamentado la edad mínima para incursionar en la alta competencia.
Dicha problemática, generalmente relacionada con la gimnasia, tuvo un giro inesperado en el último mundial absoluto de natación, tras la participación de la china Yu, nacida en 2012, iniciada en ese deporte a los seis años. Si bien el reglamento de Word Aquatic establece la edad mínima en 14 años al 31 de diciembre del año de la competición, también permite una excepción: los nadadores más jóvenes pueden competir si cumplen los requisitos de clasificación. Yu lo hizo y su presencia no pasó desapercibida, al ganar medalla de bronce en el relevo 4×200 m estilo libre y conseguir dos cuartos puestos.
A nivel de las FI no ha existido uniformidad para fijar la edad mínima reglamentaria. La Unión Internacional de Patinaje sobre Hielo la incrementó de 15 a 17 años, tras el escándalo de Beijín 2022 que involucró a Kamila Valieva. World Athletics exige que los atletas tengan al menos 16 años antes del 31 de diciembre del año de sus eventos sénior, incluidos los Juegos Olímpicos. En gimnasia artística y rítmica su FI ha mantenido por mucho tiempo el estándar de 16 dentro del mismo año calendario.
La FI de Escalada Deportiva aumentó su edad mínima de 16 a 17 años a partir de 2025. El taekwondo olímpico, bajo World Taekwondo, fijó el listón en 17 años para los Juegos. La FI de Hockey aplica reglas de elegibilidad similares en sus eventos. Todos estos ejemplos y otros que no alcanzamos a mencionar, nos permiten concluir que salvaguardar el desarrollo deportivo a edades tempranas no es un obstáculo para los menores sino una forma de proteger sus derechos.
Si bien las regulaciones de las FI son importantes, no garantizan la adecuada solución de la problemática planteada, y es que competir con 16 años de edad en categoría absoluta implica que un deportista ha cumplido un proceso de entrenamiento exigente desde los 8 a 10 años, orientado seguramente más a la búsqueda del éxito deportivo temprano que al de su interés superior o disfrute. Por ello, se vuelve necesario que su protección deba ser garantizada por la legislación deportiva de cada país.
Al ser la práctica deportiva un derecho humano, los Estados y organizaciones deportivas deben impulsar acciones afirmativas y sostenibles para evitar su deshumanización, y contribuir, a través de ellas, al desarrollo integral de los niños y al disfrute pleno de sus derechos, en un marco de libertad, dignidad y equidad.
En otro ámbito, aún resta por conocer toda la incidencia que tendrá el uso de la Inteligencia Artificial en el deporte, en especial en los menores de edad inmersos en la alta competencia. La manipulación genética es otra preocupación real. Ojalá que los cambios que se generen, favorezcan y salvaguarden el interés superior del deporte y los deportistas.
Los niños no sólo son futuro sino presente, y ese presente y sus derechos tienen que ser garantizados y defendidos. El Estado y las organizaciones deportivas así lo deben entender y asumir. Sus padres también. Esa es su obligación.
Finalmente, respondiendo a la interrogante planteada al inicio, debemos afirmar enfáticamente que nuestros niños se merecen respeto y protección, el deporte también. Ese es su derecho.

César Pólit Ycaza. Destacado especialista ecuatoriano en deporte, licenciado en Ciencias Sociales y Políticas, con una amplia trayectoria en gestión y política deportiva. Ha sido presidente de la Federación Ecuatoriana de Voleibol, secretario nacional del Deporte, directivo del Comité Olímpico Ecuatoriano y secretario de la Federación Ecuatoriana de Tenis. Fue director de la Comisión de Eventos de la Confederación Sudamericana de Voleibol y presidente del Panathlon Club Guayaquil. Es autor del libro Estado y Deporte. Amigos y enemigos íntimos y ha participado activamente en la elaboración de leyes deportivas, promoviendo la ética, la transparencia y el desarrollo institucional.
