

El fogonazo histórico que fue la Revolución de 1952, todavía sopla desde el pasado exigiendo que sea reivindicado en épocas oscuras, mediocres, corruptas y sin liderazgos de estos tiempos. La guerra fría y sus visiones tradicionales de izquierda y derecha, eclipsaron otras maneras de ver y leer aquella revolución. Increíblemente no están investigados en profundidad sus legados más importantes, sino los tradicionales. De dirigentes políticos, de sindicatos heroicos o de monstruos como los barones del estaño.
Conviene releer nuestra historia, en los desafíos del presente que tenemos. Los fracasos que atravesamos y la inercia de nuestra pobreza, debería exigirnos a ser más responsables con las nuevas generaciones. Los jóvenes hoy condenados a la incertidumbre y al reino de la mediocridad, de la desinstitucionalización, de la ausencia de competitividad en nuestras casas superiores de estudios, en definitiva: de la ausencia de oportunidades como país. Merecen desde todos los puntos de vista visiones más positivas, más reales que ficciones de nuestros legados.
La Revolución del 52, la única revolución que tuvimos en nuestra historia, cambió totalmente el destino de nuestro país. Fue una hecatombe que movió desde las raíces de nuestra historia, para emprender otro rumbo. En primer lugar, otorgó por fin calidad de vida y un futuro más digno a trabajadores, clases medias, campesinos e indígenas. Claro que tuvo errores, sobre todo de traiciones y boicots internos de los mismos de siempre. Limitaciones también, pues las épocas de la guerra fría nublaron otras formas de ver aquellas realidades.
Aquellos profundos cambios y de visiones de nuestra historia, siguen siendo hoy las posibles herramientas sociales que las nuevas generaciones deban seguir. Resolviendo nuestros traumas colectivos hacia mayores inclusiones económicas, que no se han logrado hasta hoy. Resolviendo el terrible desorden y caos, que sólo nos atrasan y nos detienen en todas las formas posibles, perjudicando al país entero en sus ansias de salir adelante, de vencer a la miseria y la pobreza indignante.
La Revolución del 52 entregó al país un valor agregado mental, muy importante para la colectividad como mecanismo de enseñanza de que los cambios son posibles. De que la construcción de un Estado propio y nuestro es posible, cuando los sueños y utopías hacen carne desde abajo, desde las preocupaciones de los ciudadanos más sencillos de todos los rincones de la Patria.
En la distancia, en momentos de crisis y fracasos políticos, en momentos de hambre y miseria, acudir a nuestras memorias históricas que han sido potables y reales en favor de las mayorías, tiene que ser la forma y contenido para salir de la postración y el desánimo. Pues, aquella Revolución fue posible también en momentos de profundas crisis y desánimo generalizado. Y fueron precisamente los más humildes y pobres de la sociedad, entregando sus vidas mismas, que abrieron ese tránsito histórico para cambiar el rumbo y la historia de este país.
En pleno siglo XXI nuestro país sigue nomás en las fauces del siglo XIX. Sin tener realmente una autoestima como país, como Nación. Reluciendo en nuestras miserias humanas, sin ni siquiera entrar a la modernidad pues basta ver nuestras instituciones atrasadas y anquilosadas mentalmente en todo. Sin continuidad ni planificación en el mediano y largo plazo.
En pleno siglo XXI, la incertidumbre y la ausencia de visiones de futuro son la norma instalada en nuestra sociedad. Como costumbres trágicas y asociadas a la normalidad. Lo boliviano es la incertidumbre y el azar total, como sociedad, como historia y lo más grave: como costumbre. Destructivas maneras de funcionamiento colectivo, que nos dejan en la postración y la inercia de la pobreza.
Acudir a nuestra historia, viendo aquellos escenarios de triunfo y destello hacia nuevas utopías colectivas, comunitarias, es necesario. Salir de las frustraciones recurrentes de la tradicionalidad, que es la política actual mediocre y sin visiones de futuro para el país. Salir de la costumbre del fracaso constante, que sólo nos somete a mayor falta de autoestima que afecta al espíritu mismo de las nuevas generaciones.
Certezas y claridad de nuestro presente y futuro. Vocabularios que sólo conocemos como teóricos y líricos. No como carne de nuestras realidades. Ojalá los nuevos liderazgos y las nuevas generaciones sean más coherentes y éticas, más bolivianos desde las colectividades, desde los tejidos sociales. Certezas de nuestros presentes y responsabilidad con nuestras instituciones, desde las políticas de Estado inclusivas y patrióticas.
Es la Revolución del 52 un ejemplo de cambio, de generación de nuevos insumos históricos en favor de las mayorías. Ejemplo de cambio desde las condiciones más injustas, más desoladoras y negativas. Ese cataclismo social seguirá siendo el faro de todas las generaciones, como hechos absolutamente contundentes que cambiaron el destino de nuestra historia. Hechos que modificaron las maneras de ver de las generaciones y los hijos de aquellas generaciones.
No tienen que contaminarnos los fracasos políticos, los culpables pagarán en las líneas de la historia y el veredicto del país. Que nos iluminen aquellos hechos que han brillado con luz propia, desde las profundidades del alma de la Patria.
por: Max Murillo Mendoza
Publicado por: La Voz de Tarija
Fuente de esta noticia: https://lavozdetarija.com/2025/09/09/los-ecos-de-la-revolucion-de-1952/
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