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En un giro de profundo calado político, económico y simbólico, el presidente Gustavo Petro anunció la noche del 7 de agosto el fin del paro minero en Boyacá, y con ello, el inicio de un proceso que podría redefinir la historia energética de Colombia. El acuerdo alcanzado con los trabajadores y empresarios del carbón no solo clausura varios días de bloqueos y tensiones sociales, sino que traza una nueva ruta: sustituir, con apoyo estatal, la economía extractiva basada en combustibles fósiles por una apuesta audaz por la energía solar.
“Que los mineros del carbón, empresarios y trabajadores, se organicen en Boyacá para pasar de la extracción a la generación de energía solar, con la ayuda del Estado, es un ejemplo para el mundo”, declaró el presidente en su cuenta oficial, dejando claro que este no es solo un acuerdo sectorial, sino una declaración de principios sobre el tipo de país -y de planeta- que se quiere construir.
Boyacá, una región históricamente ligada a la minería del carbón, ha sido durante décadas el escenario de luchas laborales, tensiones ambientales y dependencia económica de un recurso que hoy, ante la crisis climática global, comienza a ceder paso a fuentes más limpias y sostenibles. Por eso, lo acordado no es solo una solución coyuntural a un paro: es la apertura de un camino de reconversión profunda, que requerirá transformar la infraestructura industrial existente, capacitar técnicamente a cientos de trabajadores y adaptar el marco normativo y financiero para una transición que, por primera vez, pone al pequeño minero en el centro del cambio.
La decisión llega en medio de un contexto nacional e internacional marcado por la urgencia climática, la necesidad de reducir la huella de carbono y los compromisos asumidos en cumbres globales. Pero también surge en un país que ha enfrentado enormes resistencias a abandonar modelos extractivos que han sido fuente de riqueza, pero también de desigualdad y conflicto.
Petro ha insistido en que esta transición no puede darse de forma vertical ni excluyente. El acuerdo con los mineros de Boyacá parece responder a ese principio: más que imponer un nuevo modelo, se trata de construirlo de forma conjunta, con las comunidades, los empresarios locales y el respaldo institucional del Estado. Una transición energética sin justicia social no es transición, ha repetido el mandatario en diversos escenarios. Y en Boyacá, ese principio comienza a traducirse en hechos.
No será fácil. Los desafíos técnicos, financieros y culturales son enormes. Pero el anuncio presidencial ha enviado una señal clara: Colombia quiere dejar de ser un país que extrae oscuridad del subsuelo para convertirse en uno que cultiva luz desde sus montañas. En un mundo donde las guerras por el petróleo y el gas aún marcan la geopolítica, el giro que empieza a tomar una región como Boyacá puede adquirir un valor estratégico incalculable.
El carbón fue durante años el sustento de miles de familias, y en no pocas ocasiones, el motivo de sus tragedias. Hoy, esas mismas manos que extrajeron la riqueza del subsuelo están llamadas a construir otro tipo de futuro. Un futuro que no destruye, sino que genera; que no envenena, sino que limpia; que no divide, sino que une. Y hacerlo desde la dignidad del trabajo, con garantías, con planificación, con participación.
Colombia, al igual que otras naciones del sur global, enfrenta el dilema de cómo transitar hacia energías limpias sin reproducir las desigualdades de siempre. Lo pactado en Boyacá no resuelve todos los interrogantes, pero sienta un precedente de enorme valor: que sí es posible sentarse a la mesa, escucharse, ceder y acordar un nuevo rumbo, incluso en sectores tan tradicionales como la minería.
Lo que suceda a partir de ahora será determinante. La implementación del acuerdo exigirá voluntad política sostenida, inversiones inteligentes, cooperación internacional y vigilancia ciudadana. Pero por primera vez, en uno de los territorios más marcados por el modelo extractivista, se asoma la posibilidad de una transformación estructural.
En tiempos en los que el futuro climático del planeta depende, en buena parte, de las decisiones que tomen los países emergentes, el mensaje que emite Colombia desde Boyacá trasciende sus fronteras. No es solo el fin de un paro. Es, potencialmente, el comienzo de una nueva era. Una era en la que el carbón deja de ser el símbolo de lo que fue, y el sol comienza a escribir lo que está por venir.
