Colombia | Bogotá respira: cae la percepción de inseguridad y crece la confianza en la denuncia


Imagen Cámara de Comercio
Bogotá, una ciudad que durante años pareció acostumbrarse a convivir con el miedo, empieza a dar señales de un giro que pocos habrían imaginado en pleno pico de la pandemia o en las noches agitadas de protestas y toques de queda. Hoy, cifras en mano, la capital colombiana insinúa una leve, pero valiosa victoria: menos hogares temen por su seguridad y más ciudadanos se atreven a levantar la voz para denunciar los delitos que los golpean.
La Encuesta de Percepción y Victimización (EPV) de la Cámara de Comercio de Bogotá, presentada este mes, marca un hito no solo por sus resultados sino por su alcance. En su versión 2024, este termómetro social cubrió de forma presencial a más de 26.000 hogares, incluyendo, por primera vez en sus 26 años de historia, 16 municipios de Cundinamarca. Se trata de uno de los ejercicios estadísticos de mayor envergadura del país, cuyo rigor y detalle ofrecen una radiografía tan cruda como reveladora de lo que pasa, y lo que cambia, en la calle.
En 2021, cuando el país salía de confinamientos forzados y se debatía en protestas que tomaron avenidas y estaciones de transporte, la percepción de inseguridad en Bogotá tocó techo: 87,7% de los hogares creían que la delincuencia se había disparado. Hoy, esa percepción ha bajado casi 19 puntos y se ubica en 69,3%. Aunque sigue siendo una cifra alta —siete de cada diez bogotanos sienten que la inseguridad aumentó— la tendencia a la baja rompe con la narrativa de resignación que había calado en la ciudad.
Esta caída no es un simple matiz estadístico. Detrás hay dinámicas que cuentan historias de barrios que se resisten a ser devorados por la delincuencia. Localidades como Chapinero, Teusaquillo y La Candelaria, epicentros culturales y universitarios, muestran las mejores cifras, con proporciones que rondan el 55% al 60% de ciudadanos que perciben un deterioro en la seguridad, muy por debajo del promedio de la ciudad. En el extremo opuesto, barrios como Barrios Unidos, Antonio Nariño y Kennedy -vitales para la economía popular y la movilidad-cargan todavía con niveles que superan el 73%, un recordatorio de que la capital no es homogénea y que la seguridad, o la falta de ella, tiene códigos postales muy claros.
La tasa de victimización, es decir, el porcentaje de personas que efectivamente han sido víctimas de un delito, también da un respiro: pasó de 17,7% en 2023 a 15,3% en 2024. Un descenso que se explica, en parte, por la disminución de delitos de alto impacto como el hurto a personas, que bajó cuatro puntos, y el cibercrimen, que retrocedió 2,6 puntos. Aunque el celular sigue siendo el botín favorito -sigue concentrando más del 73% de los robos personales-, su caída en la estadística muestra que medidas como el bloqueo de IMEI y operativos contra bandas organizadas empiezan a surtir efecto.
Sin embargo, no todo el balance es alentador. Otros flagelos encuentran terreno fértil: la extorsión subió de 5,2% a 7,3% y los actos de vandalismo pasaron de 7,6% a 9,9%, reflejando que la criminalidad se transforma cuando se le cierran puertas. La delincuencia callejera cede, pero nuevas amenazas se enquistan, especialmente en entornos vulnerables y en esquemas de microextorsión, que muchas veces quedan invisibles a la opinión pública.

Foto:Secretaría de Seguridad de Bogotá
Un punto que llama la atención de los analistas es el salto en la disposición a denunciar. En una sociedad donde la desconfianza hacia la autoridad ha sido crónica, pasar de 44,6% de denuncias en 2023 a 52% en 2024 no es menor. Es, de hecho, uno de los logros más celebrados por quienes leen esta encuesta como una herramienta para orientar políticas públicas. La gente no solo percibe menos inseguridad, sino que se anima más a usar los canales de denuncia, algo que envía un mensaje claro a las autoridades: cuando la ciudadanía confía, el Estado funciona.
Sin embargo, esa confianza es frágil. La EPV advierte que uno de los principales reclamos sigue siendo la convivencia. Bogotá enfrenta problemas que van más allá de la criminalidad organizada: casi tres de cada diez hogares reportan conflictos vecinales, basuras en las calles (66,6%), consumo de drogas en espacios públicos (44,1%) y heces de mascotas sin recoger (64%). Y aunque parezcan asuntos menores, terminan moldeando la percepción de inseguridad tanto como un atraco o un robo de celular.
El fenómeno del transporte público merece mención aparte. Pese a las mejoras en algunos frentes, la sensación de inseguridad en TransMilenio empeoró: hoy el 70,6% de los usuarios lo consideran inseguro, cuando en 2023 era 67,5%. Para las mujeres, la experiencia es aún más compleja: la cifra pasó de 71,1% a 74,5%. Las estaciones repletas, los paraderos colapsados y la tensión que generan las protestas en horas pico se combinan para hacer del trayecto diario un caldo de cultivo para la intimidación y el acoso. No en vano, el sondeo revela que los piropos, silbidos y comentarios sexuales siguen siendo una agresión cotidiana que afecta a las mujeres siete veces más que a los hombres.
La radiografía no se queda solo en el diagnóstico. Las recomendaciones son tan sensatas como urgentes: fortalecer la formación de la Policía, dignificar sus condiciones laborales, reforzar la presencia con tecnología en puntos críticos, optimizar los canales de denuncia -incluidos los digitales- y recuperar la confianza de los usuarios del transporte. Y un énfasis especial: intensificar estrategias de seguridad con enfoque de género, como la Patrulla Púrpura, para contener formas de violencia que, aunque menos visibles, dejan huellas profundas.
En un mundo donde la narrativa de la inseguridad se expande con facilidad por redes sociales y noticieros -principales fuentes de opinión sobre el tema, según la encuesta-, Bogotá demuestra que la lucha no está perdida. Recuperar la confianza ciudadana es una tarea larga, frágil y muchas veces silenciosa, pero cada punto que cae en la percepción de inseguridad y cada denuncia que se interpone son pequeños triunfos de una sociedad que se resiste a normalizar el miedo.
La capital colombiana no ha vencido a la delincuencia, ni mucho menos. Pero el mensaje que deja la EPV es claro: cuando La gente cree que denunciar sirve, cuando confía en su Policía y cuando la ciudad se cuida a sí misma, el miedo empieza a perder poder. Y en tiempos donde la inseguridad se ha convertido en una bandera política para muchos, el dato habla por sí solo: Bogotá, con todas sus heridas abiertas, no se rinde. Y ese, quizá, es su mayor acto de coraje.
carloscastaneda@prensamercosur.org
