
Venezuela hasta 2025: Entre la rabia muda y la esperanza terca
Hablar de Venezuela en 2025 es sumergirse en un torbellino de emociones, cifras y relatos cotidianos que, aunque a veces parecen repetirse, siempre encuentran la manera de sorprendernos. El país, ese que alguna vez fue sinónimo de prosperidad petrolera, hoy se mueve entre la incertidumbre, la resistencia y una esperanza que, aunque golpeada, se niega a desaparecer.
Política: Entre la represión y la resistencia
El escenario político venezolano en 2025 sigue dominado por el férreo control de Nicolás Maduro, quien ha logrado mantenerse en el poder pese a la presión internacional, las sanciones y el rechazo de buena parte de la ciudadanía. La oposición, aunque aguerrida y liderada por figuras como María Corina Machado, enfrenta una realidad dura: más de 1.600 presos políticos, represión sistemática de protestas y una criminalización constante de la sociedad civil.
Las elecciones, lejos de ser una fiesta democrática, se han transformado en un campo minado de divisiones, cooptaciones y estrategias de clientelismo. El Consejo Nacional Electoral, bajo la sombra del oficialismo, intenta guardar las apariencias, pero la legitimidad de los procesos electorales está, para muchos, en entredicho. Y es que, tras la elección presidencial de julio de 2024, la confianza en el sistema electoral se ha erosionado aún más.
A pesar de todo, la resistencia democrática no desaparece. La sociedad civil, periodistas, defensores de derechos humanos y sindicalistas siguen luchando, aunque cada vez con menos espacio y más riesgos. La represión estatal, ejemplificada en la detención arbitraria de figuras opositoras, busca silenciar cualquier voz crítica, pero la verdad es que el descontento se cuela por cada rendija.
Economía: El espejismo de la recuperación
La economía venezolana, tras una década de colapso, sigue atrapada en un laberinto. Entre 2014 y 2020, el PIB se contrajo más del 80%, la pobreza se duplicó y la hiperinflación llegó a cifras absurdas. Aunque entre 2021 y 2024 hubo un tímido repunte, con un crecimiento promedio del 5% anual, la realidad en 2025 es otra vez sombría: se proyecta una nueva contracción del PIB real, superior al 2%, y la inflación amenaza con dispararse de nuevo, alimentada por un aumento de la base monetaria que parece no tener freno.
El talón de Aquiles sigue siendo el petróleo. La producción, golpeada por sanciones internacionales y una infraestructura deteriorada, apenas sostiene las finanzas públicas. Los ingresos petroleros, que representan la gran mayoría de las exportaciones, han caído en picada, generando un déficit fiscal considerable. El gobierno, sin muchas alternativas, recurre al financiamiento monetario, lo que solo aviva la inflación y la depreciación del bolívar.
El sector privado, especialmente el manufacturero, tampoco encuentra respiro. Aunque hubo cierta recuperación en 2023 y 2024, la sostenibilidad está en duda: apenas una cuarta parte de los empresarios espera que sus ventas aumenten este año, frente a la gran mayoría que lo creía posible el año pasado. Los salarios, por su parte, siguen siendo los más bajos y desiguales de la región, incapaces de cubrir una canasta alimentaria que se ha vuelto prohibitiva para la mayoría.
Y mientras tanto, millones de venezolanos siguen haciendo maletas. La emigración masiva no se detiene; es la válvula de escape de una sociedad asfixiada por la falta de oportunidades y la desesperanza.
Sociedad: La rabia muda y la vida en modo supervivencia
Quizá el aspecto más doloroso de la Venezuela de hoy es el social. Detrás de cada cifra, hay historias de esfuerzo, frustración y, sobre todo, de una rabia callada. En el país “hay una rabia muda”. La gente se burla de los bonos que recibe, pero esa burla esconde una tristeza persistente y la sensación de que, por más que se esfuerzan, no logran avanzar, mientras otros prosperan sin merecerlo.
La conflictividad social, lejos de disminuir, se transforma. En enero de 2025, se documentaron más de 400 protestas, la mayoría relacionadas con derechos económicos, sociales y ambientales. Los trabajadores públicos, especialmente del sector educativo, lideran las manifestaciones, exigiendo salarios dignos y mejores condiciones laborales. Pero también hay protestas por el colapso de los servicios básicos: agua, electricidad, gas, recolección de basura. El deterioro de la infraestructura pública y la acumulación de desechos han provocado problemas de salud graves, exacerbando una crisis humanitaria que parece no tener fin.
La respuesta estatal, lejos de buscar soluciones, ha sido la militarización y la criminalización de la protesta. La operación “Escudo Bolivariano” es solo un ejemplo de cómo el gobierno intenta controlar la movilización ciudadana y neutralizar cualquier forma de disidencia.
Sin embargo, la sociedad venezolana no se rinde. Hay una resistencia cotidiana, una terquedad admirable en quienes siguen luchando por un país mejor, aunque el horizonte se vea borroso. La verdad es que, entre la rabia y la tristeza, también hay destellos de solidaridad y creatividad. Los pequeños emprendimientos, las redes de apoyo comunitario y la perseverancia de los docentes y médicos son prueba de que, a pesar de todo, Venezuela sigue buscando su camino.
Mirando hacia adelante
Venezuela, en 2025, es un país que camina sobre el filo de la navaja. La crisis económica y social, las tensiones políticas y la represión dibujan un panorama difícil, pero no definitivo. La historia reciente ha demostrado que, aunque el régimen parece inamovible, la sociedad venezolana es capaz de reinventarse y resistir, incluso en las peores circunstancias.
Queda por ver si la “rabia muda” se transformará en acción colectiva, si la esperanza logrará abrirse paso entre la represión y la crisis. Por ahora, el país sigue siendo un laberinto, pero uno en el que, a pesar de todo, la gente no deja de buscar la salida.

