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Mario Vargas Llosa, gigante de las letras hispanoamericanas y uno de los narradores más influyentes de la literatura universal, ha muerto este domingo en Lima, a los 89 años. La noticia fue confirmada por sus hijos Álvaro, Gonzalo y Morgana, quienes en un comunicado pidieron respeto y privacidad para despedir al escritor en familia. “Deja una obra que lo sobrevivirá”, escribieron, con la certeza de que su legado continuará latiendo en millones de lectores alrededor del mundo.
Vargas Llosa fue mucho más que un novelista. Fue un pensador, un polemista incansable, un intelectual a la antigua que creyó en la palabra escrita como herramienta de combate, en la ficción como arma de rebelión. Su vida estuvo marcada por la literatura desde temprano: debutó a los 23 años con Los jefes y jamás dejó de escribir. En octubre de 2023, con Le dedico mi silencio, puso punto final a su trayectoria novelística, cerrando un ciclo de más de seis décadas en las que llevó a la novela en español a sus más altas cumbres.
Nacido en Arequipa el 28 de marzo de 1936, creció entre Piura, Cochabamba y Lima, en una infancia quebrada por la inesperada aparición de su padre, a quien creía muerto. Ese episodio marcaría el tono de su narrativa: la tensión entre el orden y el caos, la rebeldía frente a la opresión. A los 27 años, con La ciudad y los perros, ganó el premio Biblioteca Breve y se convirtió en una de las voces esenciales del llamado “boom” latinoamericano. De allí en adelante, su nombre se inscribió junto al de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes como parte de una generación que reinventó el idioma.
Conversación en La Catedral, La casa verde, La guerra del fin del mundo, La fiesta del Chivo, Tiempos recios… Cada una de sus novelas fue un espejo de la realidad distorsionado por la potencia del lenguaje. Y, sobre todo, un cuestionamiento constante del poder. “¿En qué momento se jodió el Perú?”, se preguntaba en una de las frases más célebres de su obra, resumen de una vida entregada a interrogar la historia, la política y la condición humana.
En 2010, tras años de elusiones que muchos atribuyeron a sus posturas ideológicas, le llegó el Premio Nobel de Literatura. Fue un reconocimiento “por su cartografía de las estructuras del poder y sus afiladas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”. Vargas Llosa ya tenía en su haber todos los grandes galardones del mundo hispano: el Cervantes, el Rómulo Gallegos, el Príncipe de Asturias y el Planeta. Era miembro de la Real Academia Española y, desde 2021, también uno de los “inmortales” de la Académie Française, a pesar de no escribir en francés. “Yo aspiraba secretamente a ser un escritor francés”, confesó alguna vez con su habitual ironía.
Su vida personal fue tan intensa como su obra. Se casó dos veces —primero con su tía Julia, luego con su prima Patricia— y protagonizó un romance mediático con Isabel Preysler que acaparó titulares en la última etapa de su vida. Pero detrás del personaje público, estaba siempre el escritor: disciplinado, apasionado, lector voraz. Su gran temor era convertirse en estatua. Por eso escribió hasta el final, siempre en busca de nuevas formas de entender el mundo.
Vargas Llosa también fue un protagonista del debate político. En los años 70 rompió con el comunismo tras el caso Padilla y abrazó el liberalismo como una apuesta ética por la libertad individual. Su candidatura a la presidencia del Perú en 1990, enfrentando a Alberto Fujimori, fue un hito en su biografía: perdió las elecciones, pero ganó una experiencia que convirtió en literatura en El pez en el agua, su autobiografía más íntima.
No fue un pensador complaciente. Su liberalismo incomodó a muchos, incluso a quienes admiraban su prosa. Defendía la libertad con una vehemencia que lo llevó a distanciarse de antiguos aliados, pero siempre con el afán de ser coherente consigo mismo. “Las ideas tienen consecuencias”, solía decir, y en su caso, fueron las ideas —más que las modas— las que marcaron su trayectoria.
En el centro de su pensamiento y de su literatura estaba la convicción de que leer es un acto subversivo. En su discurso del Nobel lo expresó con una claridad conmovedora: “La lectura inocula la rebeldía en el espíritu humano”. Para él, la ficción no era un simple entretenimiento, sino una forma de resistencia contra la mediocridad del mundo. “Escribir, leer, soñar: la más eficaz manera de aliviar nuestra condición perecedera”, dijo entonces.
Hoy, con su partida, no se cierra solo la vida de un escritor: se despide una era de la literatura en español. Vargas Llosa, el sartrecillo valiente, el peruano universal, el polemista brillante, nos deja una obra deslumbrante que, como él mismo anticipó, lo hará vivir más allá del tiempo. Porque hay escritores que pasan. Y otros que se quedan para siempre en la memoria de sus lectores.
carloscastaneda@prensamercosur.org
