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Dom. Dic 22nd, 2024
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La nota anterior publicada en esta misma página estuvo dedicada a Epitecto y al Enquiridion o Manual de vida, que nos dejó su pensamiento gracias a su discípulo el historiador y alto funcionario romano Flavio Arriano. El estoicismo no es una filosofía fácil de llevar a la práctica, ya sea en la versión de Séneca o en la de Quevedo. Pero el mensaje está disponible para quienes tengan la voluntad de seguirlo.

Por una circunstancia fortuita cayó en mis manos una edición de El profeta, la obra más conocida de Gibrán Khalil Gibrán. El libro tiene una larga dedicatoria. Una mujer escribe a una amiga:

“Mary: cuando te sientas sola, recorre estas páginas. Espero que te sirvan de aliento como me han servido a mí. Nos muestran nuestras imperfecciones y nos hacen más indulgentes con las flaquezas de los otros. […] Disfruta con lo que dice sobre la amistad, el matrimonio, el amor… [porque] ‘en el rocío de las pequeñas cosas el corazón encuentra su mañana y toma su frescura’”.

Mi madre era gran admiradora del pensador libanés y no faltaba el texto en la biblioteca de mi casa. En aquellos tiempos, para un niño de doce años no había otro entretenimiento que leer. Unos cuantos años después lo volví a leer y seguramente entendí un poco más de lo que pude haberlo hecho en aquella ocasión.

Gibrán no solo fue poeta y escritor, también fue pintor, aunque no haya sido la actividad que más lo distinguiera. Había nacido –única similitud con nuestro Juan Lindolfo Cuestas– un Día de Reyes, pero de 1883. Tenía once años cuando, igual que tantos miles que huían de la violencia, se radicó con su familia en Estados Unidos. Volvió a su país de nacimiento a sus catorce años para estudiar árabe. Unos años después ya radicado en Boston se dedicaba a escribir y organizaba su primera exposición de pintura. En ese mismo 1905 partió a París en busca de perfeccionar su arte, donde conoció a Rodin. De vuelta en Estados Unidos la pintura y la escritura se disputaron su tiempo hasta 1931, en que un cáncer puso fin a su vida terrena.

En este año a punto de despedirse, se cumplió el centenario de la publicación de El Profeta. Un texto que alcanzó fama mundial y que, escrito en inglés, fue traducido a más de cuarenta lenguas. El mejor homenaje que se puede rendir a un creador es replicar sus escritos. El Profeta tiene una estructura muy sencilla. Almustafá, tal como se denomina el mensajero, está a punto de partir y los habitantes del pueblo le piden “que nos hables y nos hagas el don de tu verdad” y, sobre todo, “dinos todo cuanto te ha sido mostrado de lo que existe entre el nacimiento y la muerte”. Le hacen preguntas y él da sus respuestas. He aquí algunas.

El amor

Cuando el amor os haga señas, seguidlo; aunque sus caminos son duros y escarpados; y cuando os envuelva en sus alas, doblegaos a él, aunque la espada escondida entre sus plumas pueda heriros, y cuando os hable, creed en él, aunque su voz pueda despedazar vuestros sueños como el viento del norte convierte el jardín en hojarasca.

Porque, así como el amor os ciñe una corona, así también os clavará en la cruz. Así como es para vuestra maduración, así también lo será para vuestra poda.

Así como asciende a vuestra cima y acaricia vuestras más tiernas ramas que tiemblan al sol, así descenderá a vuestras raíces y las sacudirá en su apego a la tierra.

El amor nada da sino a sí mismo, y nada toma sino de sí mismo. El amor no posee ni quiere ser poseído. Porque al amor le basta el amor. Cuando améis no debéis decir: “Dios está en mi corazón”, sino más bien: “Yo estoy en el corazón de Dios”.

El amor no tiene otro deseo que realizarse a sí mismo. Pero vosotros amáis, y no podéis menos que sentir deseos, dejad que tales deseos sean estos: Fundirse y ser como un arroyo que corre y canta su melodía a la noche. Despertar al alba con el corazón alado y dar gracias por otro día para amar.

Retornar a vuestro hogar a la hora del atardecer con gratitud, y luego dormir con una plegaria por el ser amado en vuestro corazón y una canción de alabanza sobre vuestros labios.

El matrimonio

Habéis nacido juntos y juntos permaneceréis para siempre jamás. Estaréis juntos cuando las blancas alas de la muerte dispersen vuestros días.

Sí; estaréis juntos aún en la callada memoria de Dios. Pero dejad que haya espacios en vuestra compacta unidad. Y dejad que los vientos de los cielos dancen entre vosotros. Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una atadura: dejad más bien que haya un mar meciéndose entre las costas de vuestras almas.

Llenaos mutuamente las copas, pero no bebáis de una sola copa. Compartid vuestro pan, pero no comáis de la misma tajada. Cantad y danzad juntos y estad gozosos, pero conservad cada uno vuestra soledad. Hasta las cuerdas del laúd están solas aunque vibren con la misma música.

Y estad juntos, pero no demasiado juntos: porque las columnas del templo guardan distancias, y el roble y el ciprés no crecen el uno a la sombra del otro.

Los hijos

Vuestros hijos no son vuestros hijos: son los hijos y las hijas de la vida: son los hijos y las hijas de las ansias de vida que siente la misma Vida.

Podéis darles vuestro amor; pero no vuestros pensamientos: porque tienen sus propios pensamientos. Podéis hospedar sus cuerpos; pero no sus almas: porque sus almas habitan en la casa del mañana que no podéis visitar, ni siquiera en sueños.

Sois los arcos mediante los cuales vuestros niños, como flechas vivientes, son disparados.

El mensajero y el mensaje

Gibrán nació en el seno de una familia de cristianos maronitas. La Iglesia maronita es una de las 24 Iglesias rituales que integran la Iglesia católica: la iglesia latina en Occidente y las restantes veintitrés en Oriente. Además, su ciudad natal, Bsharri es un bastión de la cristiandad enclavado en la cordillera del Líbano. Tal vez ese desarraigo temprano, esa mudanza a América del Norte y su cosmopolitismo lo indujeron a producir algunas interpretaciones, que no fueron bien recibidas. Algunas de sus biografías lo retratan excomulgado y luego perdonado por la Iglesia maronita. Como haya sido, lo cierto es que, fallecido en julio de 1931, su cuerpo fue embalsamado y enterrado en el cementerio Mount Benedict de Nuestra Señora de los Cedros del Líbano perteneciente a la Iglesia maronita de Boston. Poco después fue trasladado a su país natal. En 1926, Gibrán había comprado un monasterio en Bsharri y una ermita vecina dedicada a su descanso final. En la actualidad, el monasterio fue restaurado y es un museo que guarda sus manuscritos y pinturas.

Ese profeta que da consejos sobre el matrimonio y los hijos nunca se casó ni tuvo hijos. Algunas biografías denuncian su alcoholismo. Su secretaria, amante y biógrafa Henrietta Breckenridge Boughton, relata en su This Man From Lebanon,sus vivencias de los siete años de vida compartida. “Cuando estaba escribiendo El Profeta, El Profeta me estaba escribiendo a mí”, recoge Henriette, que firma el texto con el seudónimo de Bárbara Young. Borges había dicho: “Toda poesía es misteriosa; nadie sabe del todo lo que le ha sido dado escribir. La triste mitología de nuestro tiempo habla […] de lo subconsciente; los griegos invocaban la musa, los hebreos el Espíritu Santo…”, este parecería ser el caso de Gibrán.

Guillermo Silva Grucci
Fuente de esta noticia: https://www.xn--lamaana-7za.uy/cultura/ese-hombre-del-libano/

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