Nadie sabe qué ocurrirá el 10 de enero

El nivel de la democracia en nuestro país tiende a 0 (sino es que ya estamos en ese estado desde hace tiempo) y, aparentemente, estamos viviendo una historia repetida.

Sin embargo, nuestra incapacidad de predecir el futuro con exactitud debe ser un realce a nuestra moral para mantenernos esperanzados por los eventos futuros. En otras palabras, dado que el futuro es desconocido, no podemos desmoralizarnos por un evento que ni siquiera podría ocurrir, al contrario, el mismo proceso de desmoralización podría llevarnos a eso que tememos (a eso le llaman profecía autocumplida).

Nadie sabe lo que ocurrirá el 10 de enero de 2025. Puede que resuciten nuestras aspiraciones por la transición  a la democracia; puede que Maduro y compañía aplasten toda esperanza. Lo único que sabemos con certeza es que somos horrorosamente malos pronosticadores de lo venidero (ver los estudios de Philip Tetlock y Dan Gardner, quienes encuentran que los pronósticos de los expertos  son levemente mejores que dejar las decisiones al azar).

Ciertamente, por estos días, muchos subestiman las probabilidades de que ocurra un cambio de gobierno negociado el próximo mes de enero; otros sobreestiman la posibilidad de ese cambio. Estamos en plena disyuntiva y la ambigüedad de los escenarios también distorsionan los hechos.

Preguntas sin respuestas

Es absurdo creer que tengamos respuestas a todos los giros que ofrecerá el futuro. Estamos llenos de consecuencias imprevisibles. ¿Qué tal si se genera una convocatoria opositora prolongada que erosiona las bases de la dictadura? ¿Qué pasaría si se produce el quiebre interno de las Fuerzas Armadas? ¿Qué tal si la ebullición social es indetenible? ¿Qué tal si todo sigue igual? ¿Qué pasará si los mismos poderes del Estado dominados por Maduro y compañía se alzan contra estos últimos?

Los acontecimientos son tercos y la historia aún más, por lo tanto, difícilmente las naciones se congelan eternamente (aunque los autoritarios trabajen obsesivamente para convencernos de eso). Lo único que no ha cambiado es el curso natural de la vida (nacimiento, desarrollo y muerte), pero el resto de nuestra existencia está sujeta a los fuertes sacudones acumulativos de cada decisión personal y colectiva. Nuestro país no está libre de esta dinámica.

Reitero, la democracia nacional tiende a 0, ¿pero quién dijo que ese es el estado definitivo de nuestro país? No sé cuántas veces los historiadores nos han demostrado el auge y caída de diferentes civilizaciones, la solución de innumerables crisis, aplicación de disímiles sistemas para establecer un orden social compartido, el gozo/sufrimiento de tendencias prósperas/destructivas, en fin, mil cosas relativas a la estructuración de nuestra vida en sociedad que escasamente duran varias décadas.

Claramente, el 10 de enero es crucial para nuestro país, y las fuerzas opositoras, pese a toda la persecución que conocemos, se están preparando para diferentes escenarios, y mucho dependerá de lo que sobrevaloren o subvaloren y, por cierto, de lo que hagamos como ciudadanos. Pero, en cualquier caso, ni la tristeza ni la alegría son infinitas, mucho menos una dictadura hecha por agentes de carne y hueso.

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