Butch Wilmore y Sunita Williams se encuentran hace más de 75 días en la Estación Espacial Internacional. Cómo influye la incertidumbre y el aislamiento en su salud mental
Lo que podría ser una película de Hollywood, no tiene nada de ficción. Vivir indefinidamente en el espacio (o sin una fecha estipulada de regreso, como en este caso) tiene sus consecuencias y es una realidad para los astronautas estadounidenses Barry Wilmore y Sunita Williams, que desde que llegaron a la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) en el Boeing Starliner y quedaron varados.
Ocho días era todo lo que ellos iban a estar en el espacio. Pero ese tiempo, muy pronto, se convirtió en más de 75. Y el conteo sigue. Los problemas con la nueva nave de Boeing en su primer viaje espacial tripulado, como fugas de helio y fallos en los propulsores, ahora generan nuevas preocupaciones.
¿Cuáles? Sumado a la incertidumbre de la fecha de regreso a la Tierra, los astronautas varados se ven ante el desafío de la prolongada estancia en el espacio, lo que podría alterar la percepción del tiempo. Pero eso no es todo.
Después de que se conociera que los problemas eran más graves de lo que se pensaba, la NASA estudia que SpaceX, la empresa de Elon Musk ―y competidora de Boeing― traslade en una nave a los astronautas en febrero 2025. ¿El problema? La incompatibilidad de los trajes espaciales.
Más largo que seis meses y la pista antártica
Esperar nunca es fácil. Mucho menos cuando las condiciones son extremas, como el caso de los tripulantes del Boeing Starliner. Si bien Wilmore y Williams siguen una rutina exigente y ocupada, la convivencia extendida en el espacio trae consigo numerosos desafíos en el mantenimiento de la salud mental.
Vivir en este laboratorio orbital principal de la NASA y la permanencia prolongada en un espacio reducido y aislado puede afectar el bienestar psicológico. La monotonía de vivir y trabajar siempre en el mismo entorno, sin las reuniones sociales y estímulos de la vida en la Tierra, requiere una gran capacidad de adaptación y resiliencia. Es que, además de la ausencia de espacios e intimidad, la otra cuestión es el tiempo.
¿Cómo pasan las horas? ¿Existe en ellos la noción de los minutos? ¿Cuánto es mucho tiempo o poco? El estrés, la ansiedad y la percepción distorsionada del tiempo pueden hacer que estos períodos se sientan interminables para los astronautas.
“Esperar en condiciones extremas puede ser un purgatorio”, dicen Ruth Ogden, profesora de Psicología del Tiempo de la Universidad John Moores, de Liverpool, y Daniel Vigo, investigador principal en Cronobiología en la Universidad Católica Argentina (UCA) en The Conversation.
Y profundizan: “Esperar también ralentiza nuestra percepción del tiempo porque es lo que hacemos y lo que sentimos. La vida normal es agitada y está llena de actividades e interacciones que cambian constantemente. La necesidad repentina de esperar detiene el flujo de la vida, a menudo dejándonos sin nada más que hacer, lo que aumenta los niveles de aburrimiento y frustración”.
Los académicos, que investigan los efectos del tiempo en la psicología y la biología humanas, también dicen que “para los astronautas atrapados en la ISS, la ansiedad sobre cuándo regresarán, las oportunidades limitadas para realizar actividades y las menos oportunidades de contactar a amigos y familiares se combinan para hacer que su espera para regresar a casa se sienta significativamente más larga que seis meses, si llegara el momento”.
Las investigaciones sobre la vida en entornos extremos pueden ofrecer pistas sobre cómo los astronautas podrían manejar esta prolongada espera. Ambos científicos explican que, en condiciones extremas y aisladas, la percepción temporal puede desincronizarse del tiempo terrestre debido a la falta de variaciones naturales del medio ambiente, como la luz del día.
La preparación para estos eventos imprevistos incluye entrenamientos físicos y psicológicos intensos para los astronautas, pero enfrentar la realidad de una misión más larga de lo esperado puede afectar diferentes aspectos de su bienestar, incluido su reloj biológico. En situaciones anteriores, la Estación Espacial Internacional proporcionó importantes datos sobre cómo la microgravedad y el aislamiento afectan el cuerpo humano.
¿Qué lugar ofrece condiciones similares para comprender lo que sucede? La Antártida. Según explican los investigadores, cada año, organizaciones como el Instituto Antártico Argentino (que utiliza la estación antártica Belgrano II), el Instituto Polar Francés y el Programa Antártico Italiano, en cooperación con la Agencia Espacial Europea, envían tripulaciones al continente helado, donde viven hasta dieciséis meses para realizar investigaciones.
¿Qué tienen que soportar esos investigadores? Como los astronautas del Boeing Starliner, los equipos deben soportar meses de oscuridad y temperaturas extremas que alcanzan hasta -60 °C (−76 °F), además de vientos de 160 km/h (100 mph). “La vida en la Antártida influye en la experiencia del tiempo de las personas”, sostienen los científicos.
El análisis de las experiencias de los miembros de las tripulaciones que pasaron largas estadías en el continente helado agregan un dato interesante: estar constantemente ocupados con tareas complejas, como la investigación científica, ayudaba a que el tiempo pasara más rápido. La clave está, según Ogden y Vigo, en tolerar la incertidumbre.
De acuerdo a un artículo publicado por la revista Nature, las condiciones durante el vuelo espacial, incluida la ingravidez, el aislamiento prolongado en áreas confinadas, el estrés relacionado con la carga de trabajo y las expectativas de alto rendimiento, afectan las respuestas fisiológicas y psicológicas humanas, entre ellas. Es decir, podrían alterar las relaciones temporales percibidas.
“El presente estudio muestra que la percepción en los astronautas de duraciones que van desde un minuto a varias horas (que son convenciones humanas) también se altera durante el vuelo espacial de larga duración, y sorprendentemente esto ocurre en aproximadamente el mismo porcentaje que para las distancias percibidas”, concluyen los investigadores en el estudio.
Hay una arista más, que agrega complejidad a la misión.
La incompatibilidad de los trajes complica el regreso
Williams y Wilmore suman otro desafío poco común con los trajes espaciales. Entre las opciones que analiza la NASA para el retorno seguro de los astronautas varados, una posibilidad es que regresen en una nave Crew Dragon de SpaceX. A pesar de que la empresa de Elon Musk sea competencia de Boeing, ese no es el principal obstáculo.
La Estación Espacial Internacional cuenta con dos puertos de acoplamiento para naves comerciales. Ahora, uno de estos puertos está ocupado por la nave Starliner y el otro por una Crew Dragon de la misión Crew-8 de SpaceX. El mayor punto en contra es que los trajes espaciales de Boeing no son compatibles con las naves de SpaceX, y viceversa.
“Los trajes no son intercambiables”, dijo Joel Montalbano, de la NASA, en una conferencia de prensa. Los trajes espaciales, según supo indicar, son una medida de seguridad que brinda protección adicional a los astronautas en caso de que se presente algún problema en la cápsula en cuestión, como una despresurización.
Lo cierto es que cada fabricante decidió tomar su propio camino en cuanto a la confección de los trajes que hoy son incompatibles porque la NASA no creó un estándar para su programa de tripulación comercial.
En caso de que la NASA optara por usar una nave de SpaceX de la NASA, tendría que desacoplar la Starliner, ―y la nave quedar sin tripulación para devolverla a la Tierra― para que la próxima misión, Crew-9, programada para septiembre, se acople a la EEI con trajes adicionales a bordo.
Esperar. Eso es lo único que les queda a los astronautas.
infobae.com
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