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Vie. Nov 22nd, 2024
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La pandemia reciente puso a prueba los modelos de atención a la salud a nivel mundial. Una serie muy interesante de estudios puso el foco sobre los estilos organizacionales, de liderazgo y de su administración.

En algunos países vimos a los líderes enfrentar al virus con un discurso bélico, como en Venezuela en que se anunció una ‘batalla por la vida’, en México López Obrador salió a abrazar a sus seguidores desafiando las normas de seguridad, y Bolsonaro aseguró que los brasileños eran inmunes al virus.

Sergent y Stajkovic demostraron empíricamente que los estados de los Estados Unidos conducidos por mujeres les fue mejor conteniendo el virus, que los conducidos por hombres, a la vez que el sociólogo Fukuyama encontró que los países que lidiaron mejor con el COVID fueron aquellos caracterizados por mayor cohesión social.

En el marco de estas reflexiones han surgido conceptualizaciones novedosas sobre organización y administración de bienes públicos que incluyen los términos “liderazgo post-heroico”, que se refiere a modelos de influencia menos guiados por el ego y las nociones de heroísmo, más bien marcadas por nociones de compartir esfuerzos, colaboración, humildad, y si queremos seguir al feminismo: sororidad.

En el proceso de levantar las historias que compartimos en esta serie de mujeres activistas, llama mucho la atención no solo la fuerza y valentía de las protagonistas, sino la manera en que ejercen el liderazgo que describen, fuertemente marcado por lo que se ha llamado la “ética del cuidado”, una ética en que prevalece el deseo de conectarnos entre todos para cuidarnos, a contraposición de lógicas jerárquicas de conquista y victoria, más típicos de la cultura masculina.

Para cerrar nuestra serie, quisimos conversar con Susana Medina, psicóloga social venezolana, profesora en su momento de la Universidad Católica Andrés Bello, miembro durante muchos años de Plafam y ahora directora de programas de una organización internacional llamada Fòs Feminista, para que nos ayudara a pensar en cómo estas historias de activismo local en Venezuela reflejan lógicas mayores en las que se está trabajando para transformar nuestras realidades.

Susana es un ejemplo estelar de este trabajo silencioso, poco dado al protagonismo, pero que, vinculada a procesos colectivos, ha desarrollado iniciativas contundentes en la transformación de las condiciones de la mujer en Venezuela.

Manuel: Cuéntanos un poco de tu trayectoria

Susana: Desde que me gradué estuve en la salud y vinculada con comunidades marginadas. Personas que vivían con VIH, personas LGBT y, en ese camino, llego a un proyecto muy interesante que era ¿cómo hablamos sobre la violencia contra las mujeres? Cuando había una ley de la violencia contra la mujer y la familia, trabajando en un centro de salud sexual y reproductiva, comienzo a entender cómo la violencia se transvsersalizaba en sus vidas, en sus cuerpos y en los síntomas. Y que la violencia estuvo siempre en la sala de espera de las clínicas, el tema era que el sistema de salud no lo integraba. Era una naturalización sistémica.

Comenzamos a comprender cómo trabajar con la detección de la violencia, en la atención, en asegurar que las personas del centro en todos sus roles desde la vigilancia, las personas en las cajas y el personal de salud, atendían a ese abordaje. Fue interesante cómo la seguridad fue, desde el comienzo, un punto crítico. Que no se podía hablar de violencia si la clínica no era un lugar seguro para las víctimas, pero también para los profesionales de salud. Entonces era posicionarse siempre en el objetivo del agresor, y el agresor es la persona que ejerce la violencia pero también es un sistema que naturaliza la violencia, y toda una academia que forma profesionales que naturalizan la violencia, incluso instaurando relaciones de poder violentas en la atención.

Entonces fue interesante atravesar ese proceso y enfrentar tanto en la vida personal como profesional un montón de realidades violentas que no podía hacer sino que yo estuviese en eso siempre. Y fui avanzando en comprender que cualquier realidad y sintomatología individual te conecta con muchos mecanismos de violencia estructural y en ese camino le das ese carácter histórico. Era un momento en que la Organización Mundial de la Salud, las organizaciones profesionales, recién descubrían y se generaba evidencia de que ‘oh sí, la violencia sí genera mayores indicadores de enfermedad’ y tiene efectos directos sobre la economía de las familias y por ende en la sociedad. Un efecto directo también en el malestar, en la impunidad en cómo opera el sistema de justicia y toda esa interconexión me ha llevado hasta hoy.

Haber logrado que una organización como Plafam incorporase este tema, que fue difícil en su momento, pero rompimos barreras, porque iban avanzando las evidencias y las leyes. Pero también ese camino, se ha dado para otras temáticas, por ejemplo el tema de la interrupción del embarazo. En casi los mismos contextos, es desmitificar una serie de temas que podrían ser considerados morales pero que aterrizan en una esfera de salud pública. Pero desmontar estos mitos alrededor de la violencia, de la interrupción voluntaria del embarazo, de la identidad de género ha requerido ver todas estas capas y bueno, creo que hoy en día la experiencia de haber comenzado en el consultorio para pasar a los grupos de mujeres, a las comunidades, a las instituciones, para trabajar ahora en una organización internacional que tiene todo un ecosistema, de organización en este tema, ha sido un recorrido muy satisfactorio y de visibilidad histórica de cómo un movimiento (el feminismo) que es un movimiento social pero que está en la ciencia, en la academia, en la política, hace posible que esto sea un debate público.

Manuel: Me recordé que en ese proceso inicial de atención a la violencia contra la mujer, unos cambios que parecían pequeños terminaron teniendo un efecto muy significativo, como el de incluir unas preguntas sencillas en la entrevista inicial que cambió de manera dramática la detección de violencia en la vida de las mujeres.

Susana: Así es, eso fue un acto, yo diría, de subversión. De cómo, desde una consulta clínica una persona decía, “sabemos que la violencia existe, sabemos que afecta la vida de las mujeres, hago estas preguntas a todas las clientas que asisten a Plafam. ¿Usted ha vivido violencia alguna vez en su vida, psicológica, física, sexual? Y la última ¿En su infancia recuerda haber sido tocada de manera inapropiada? Lo recuerdo casi como un rezo, porque fue realmente abrir, en un lugar seguro, una oportunidad para que las mujeres pudieran darse cuenta. Era un activador de darse cuenta.

Suena simple pero es un antes y un después en la vida de alguien. Y además es un proceso para dar cabida a que la violencia no es una responsabilidad individual y que hay un sistema que es co-responsable en la respuesta en la atención y eso fue maravilloso. Vimos el incremento de reportes pero también algunos médicos y médicas darse cuenta de que estos reportes de enfermedad crónica o fracasos, por ejemplo, en el tratamiento de las infecciones vaginales, tenían que ver con una situación de violencia. O cómo, por ejemplo, entender que una exploración ginecológica es un momento de mucha vulnerabilidad y que es un momento de cuidado, no un protocolo, sino un momento de confianza, porque en el cuerpo se alojan las experiencias. Todo eso fue impresionante. Y pienso cómo la misma organización que da ese paso, también sufre un cambio importante dentro de la misma clínica. Son las mismas resistencias que luego vimos en otros países. Que eso era inadecuado en una consulta, que quitan tiempo, las personas hablan, entonces ¿cómo gestionas la atención para que el turno sea costo-efectivo? Y también, por supuesto, decir que eso no era un tema médico.

Y ha sido increíble también descubrir que en la misma organización había agresores. Y entonces se destaparon casos en relaciones jerárquicas laborales en que había relaciones de acoso y la organización decidió denunciar, con resistencias de ‘¿cómo se meten con ese personaje que tenía jerarquía?’. Y se hizo. Se denunció y se procedió legalmente y además fue increíble darnos cuenta que la violencia puede suceder en todos lados, hasta en el consultorio médico. Descubrimos mujeres que no sabían qué era un examen médico y que ha habido violencia en la consulta médica. Puedo contar varios casos que era desmontar una violencia dentro de los servicios y ver cómo una organización puede transformar eso, por ejemplo, generando protocolos de cómo estar acompañada en la consulta, explicando en la sala de espera de qué debe ser la consulta ginecológica, así como atender al burnout y el cuidado psicosocial del personal de salud, todos esos cuidados realmente representaron los pasos que una organización tiene que dar. El posicionamiento de Plafam se basa en haber acompañado este proceso histórico desde sus propios servicios. Entender la evolución de los procesos, porque después de eso vinieron muchas cosas, como la atención al embarazo no planeado que ya es un servicio bastante instalado en Plafam, así como la atención a personas trans. Cuando tú desmontas la violencia comprendes una serie de las interseccionalidades que hay en ella.

Manuel: ¿Cuál fue el contexto de los derechos de la mujer en ese momento y la evolución que ha venido luego?

Susana: Plafam es una organización que surge para la atención a la planificación familiar y esto sucede en un momento histórico, la década de los ochenta que había todo un compromiso internacional de acceso a la anticoncepción como derecho. Innovador en su momento, pero el avance en este sector se da cuando se firma la Convención Internacional de Población y Desarrollo en el Cairo. Se avanza al pasar de la planificación familiar a la salud sexual y reproductiva como concepto mucho más amplio y eso sucede en el 94 y en el 93 las Naciones Unidas reconoce que la violencia basada en género es un abuso de los Derechos Humanos. En ese boom histórico tenemos en 1998 en Venezuela nuestra Ley de Violencia Contra la Mujer y la Familia. En todos los ámbitos sociales, académicos y científicos se hace un cuestionamiento importante en todas las inequidades de género. Vemos que el género está atravesado por el poder y la violencia implicaba muchos más lugares que el doméstico, entonces hay una evolución importante. Todavía hay, en muchos discursos anti-derechos, la idea de la violencia doméstica o violencia familiar, que son comprensiones muy parciales de la violencia.

Entonces nosotras comenzamos a articularnos con otras organizaciones que tenían interés en comprender, porque generamos un modelo muy exitoso. Pudimos validar muchas herramientas buenas, validarlas y obtener aprendizajes útiles. Comenzamos a articular con la UCAB, ¿recuerdas? para atender a agresores, por ejemplo. Y a la par de todo esto hubo un grupo de profesionales vinculados a la universidad que enriquecieron la discusión. Hubo muchos jóvenes que se quisieron vincular y nos dimos cuenta que hubo influencia. La influencia es un activo, el poder influir en el sector público, educación y la salud. Lo que permite intervenir.

La sociedad a nivel mundial venía dando una visibilidad al movimiento de las mujeres, del feminismo. En Venezuela ha venido con otra velocidad. Han habido dinámicas nacionales que no han puesto el tema sobre la agenda como en Méjico o Argentina. Y los procesos históricos son lentos cuando vemos la región latinoamericana y el Caribe, cuando vemos los movimientos de la Marea Verde o el Ni Una Menos o el Me Too. Creo que en Venezuela no han sido visibles porque hay procesos nacionales muy particulares. Pero esos movimientos ayudaron a que Plafam y otras organizaciones se vieran en la posibilidad de influir en otras instancias.

Nosotras hicimos muchos esfuerzos por mejorar la ley, se ampliaron los conceptos de violencia. Hacia 2007 se logró la Ley Orgánica por el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia, que incluyó diecinueve tipos de violencia que se tipificaron por primera vez, como la violencia obstétrica. Es un avance inmenso que un marco legal reconozca estos delitos.

Producto también de la visibilidad de casos trágicos y dolorosos, pero con la valentía de sus víctimas, como el caso de Linda Loaiza que nos permitió ponerle rostro a la crueldad no sólo del agresor sino de un sistema legal que no protegía a las víctimas y legitimaba la impunidad. Muchos incidentes nos han llevado a elevar este discurso en lo público. Hemos visto un movimiento de mujeres alineado, por muchos años el Instituto Nacional de la Mujer, luego el Ministerio que fue un lugar de congregación, de oportunidad. Que luego sí, se ha ido fragmentando cuando la agenda partidista se impone a la agenda de Derechos Humanos. Pero en ese impulso se lograron muchas cosas, viabilidad, una ley buena.

Pero sabemos que la ley no basta. Hacen falta presupuestos, hacen falta regulaciones y hace falta la formación de profesionales. Allí el desafío sigue siendo grande. Y hay un componente social que es la visibilidad del embarazo no planeado. Que se sigue criminalizando, por personas tratando de salvar sus vidas. La criminalización social puede ser más poderosa que la ley y ahí hay mucho trabajo por delante.

Manuel: Hay muchas cosas que preguntar, pero sobre todo a mí me han llamado mucho la atención la red de mujeres locales que han servido de activistas que han llevado estos servicios a las comunidades. ¿Háblame de esa red local?

Susana: Sí, esa es la parte más chévere. Es muy importante que en Plafam, mucha gente de su equipo, su directora, hemos llegado a este nivel luego del contacto directo con las personas, con los servicios. Hemos podido palpar directamente esto, porque es parte de nuestras vidas, de nuestra identidad. Eso se lleva a la institución. Se lleva a nuestra cultura.

Por ejemplo, cuando yo vivía en Margarita, teníamos los anticonceptivos y los vecinos me identificaban como la consejera de salud sexual. Entonces en un punto me tocaban la puerta de la casa y en el supermercado me decían ‘la señora de los aparatos’ (se ríe). Cuando estaba por pagar, la cajera empezaba a hablarme desde que estaba en la fila: ‘sabes que no me ha llegado la regla’. Era divertido. Recuerdo que mi hijo, todavía pequeño, cuando nos íbamos de Venezuela me preguntaba ‘¿y qué va a pasar con las mujeres del supermercado?’. Registraba la necesidad que estaba allí patente.

Con eso aprovecho para decir que canalizar los insumos a las comunidades es darle espacio a que las personas puedan ejercer su poder para cambiar sus vidas. Plafam no podría no estar vinculada a las comunidades, porque ese es su ADN. El 60% de la referencia a Plafam llega de boca a boca. La premisa clave es pensar cómo un servicio de salud puede favorecer la agencia de las personas. Eso se potencia cuando la gente tiene un rango en que pueden tomar decisiones. Eso genera proyectos y cambios positivos. Eso moviliza.

Un servicio de salud debe potenciar la agencia de las personas. Y las personas, cuando ejercen sus derechos, tomando decisiones sobre sus vidas, eso es una movilización social que se contagia. Porque las personas conectamos por nuestras necesidades con los pares. La clave es la conexión de mujer a mujer, de par a par, para generar y potenciar la agencia. Y en las comunidades, aliarnos con mujeres de las comunidades locales. No modelos de intrusión sino cómo potenciamos la agencia. El único límite es el acceso a los insumos. Es un poder, que las feministas queremos que sea un poder compartido, multiplicador. Esa generosidad de las comunidades es así, porque para sobrevivir lo hacemos en colectivo, hay un sentido de cuidado en las comunidades. Porque allí nos duele lo que le pasa al vecino. Se comparte un territorio, pero también algo social.

Allí aparece la ética del cuidado. Actuar con el liderazgo en las comunidades con información que ofrece soluciones, desde el cuidado. Yo creo que donde están las personas más alejadas del acceso, es donde tenemos que asegurar la atención. Eso ha sido muy importante y nos ha permitido crecer desde el boca en boca, lo que rompe totalmente con un vínculo de dependencia a las instituciones del Estado en que las personas ruegan para ser atendidas porque están en un lugar de demanda pasiva. En cambio, aquí es un lugar de acción colectiva. Se generan vínculos muy diferentes, con respuestas mucho más creativas y sostenibles. En Fòs Feminista todos los modelos de solución que generan nuestras socias son de la comunidad, dando respuestas a personas que no tienen vínculos con la institucionalidad tradicional. Te doy un ejemplo, ahora sabemos que los programas de auto-cuidado son esenciales para muchas áreas. Por ejemplo, la anticoncepción, los diagnósticos de VIH pueden ser auto gestionados. Todos son procesos de salud recomendados para hacerlos de manera auto-gestionada. Como hicimos con el COVID. Porque los estados no son capaces de dar respuestas a toda la población, pero también, porque en estos modelos queremos que la gente se pueda atender. Para eso las instituciones tienen que dar las medicinas, los tests, electricidad, son modelos de co-responsabilidad. Pero creemos que estos modelos de autonomía y agencia son los más efectivos para las comunidades más vulnerables.

Manuel: ¿Hay algunas herencias del movimiento feminista y de ética del cuidado que influyen en cómo gestionas una organización o los procesos de atención en salud?

Susana: Sin duda. Cuando hablamos de comunidades vulnerables nos referimos a comunidades que están en esa situación producto de los sistemas de relación que están montados con principios que legitiman injusticias. Pero son sistemas tan ineficaces que, cuando llegan a las comunidades, te das cuenta que estas comunidades tienen muchísimos años funcionando en el ámbito local de manera distinta, orgánica, horizontal, en que las jerarquías existen pero con funcionalidades para todos. Creo que la forma de organizarse que implica participación, distribución de recursos, cómo se toman decisiones, cómo se determinan las prioridades, sí influye en conseguir soluciones. Y las organizaciones que aseguran que las voces menos escuchadas se escuchen también suman maneras de resolver que se han utilizado siempre, pero que no siempre se instauran. Por ejemplo, la sabiduría local en temas de salud, de crianza, de economía pueden tener soluciones que chocan con lógicas de sistemas desiguales, en la crianza de niños, de niñas, por ejemplo. Pero además una mirada feminista es visibilizar los sistemas que influyen, es poder ver la dimensión política de las desigualdades.

¿Cómo influyen el racismo, el machismo, cómo influye el capitalismo?

Nombrar es problematizar, para empezar a generar evidencia para poder confrontar mitos. En el COVID, por ejemplo, vimos la mortalidad materna que está claramente asociada a la desigualdad racial. Sabemos que las mujeres afro-descendientes tuvieron una tasa de mortalidad mucho más alta que las mujeres blancas. Que las mujeres que murieron en la pandemia tenían además niveles de desnutrición importante y entonces hay un lazo con el nivel de acceso a nutrición. Tener datos que muestran eso permite retar a las organizaciones que han fracasado. Ahí todo el peso de la organización civil que ayuda a dar voces a las comunidades. En Venezuela podemos ver el peso de la auto-organización, de autogestión comunitaria tan impresionante, que hemos visto que el liderazgo de las mujeres es importante, porque al tener el cuidado del hogar hay un esfuerzo genuino y creativo por luchar por la vida, sobre cómo enfrentar las situaciones y resistir. Sin idealizar. Esto también implica mucho sacrificio y dolor personal.

Pero pensando en las historias de las mujeres que contamos en este proyecto, estoy segura que el dolor de estas mujeres, por ejemplo, que han perdido a sus hijos por violencia policial, lastimosamente movilizaron sus almas y sus comunidades, pero también estoy segura que estas mujeres ya antes, en su día a día, ya habían ejercido sus cuidados, su solidaridad, por un sentido colectivo y que el pensamiento feminista intenta incorporar esto en sus organizaciones.

Hay que entender que para que una organización internacional como la nuestra tenga influencia, no puede hacerlo sin organizaciones de base. Si queremos que estos cambios sean permanentes es importante cultivar ecosistemas fuertes, es decir, no una organización, sino redes de organizaciones. Eso de apoyar una organización más que otra tiene problemas. Por ejemplo, pones a las organizaciones locales a competir por fondos. Eso es algo importante. Por eso, por ejemplo, apoyamos ecosistemas, no una organización. Eso, además es interesante porque las organizaciones se complementan unas a otras. No puedes atender a la violencia, si no entiendes la alimentación o a las personas mayores.

Las organizaciones internacionales tienen que reconocer, en esa plaza de poder, donde está. Las organizaciones grandes tienen dinero y eso da poder, lo cual establece asimetrías. Reconocer eso es importante. Y entonces tenemos que abrir otros espacios de poder. Entonces el qué y el cómo deben hacerlo las organizaciones locales y para eso tenemos que educar a los donantes. Porque la filantropía puede convertirse en un acto de supremacismo, y no debe ser caridad, es un acto de transformación, y entonces la propuesta es qué es importante, cómo hacerlo, cómo darle voz a las organizaciones.

Finalmente, pensamos en la interseccionalidad. Este tema de la equidad, de la inclusión puede ponerse como una formalidad, por ejemplo, tenemos un grupo diverso en la organización. Pero cuando logras que una organización se cuestione cómo es su estructura y cómo legitima dinámicas de poder, profundizas esto. En nuestras organizaciones aseguramos que todas las identidades estén representadas. Procuramos que las discusiones de poder también sean hacia lo interno. Se dice fácil, pero sabemos que, por las conversaciones con donantes y organizaciones, esto puede ser disruptivo.

 

Manuel Llorens
Fuente de esta noticia: https://efectococuyo.com/la-humanidad/el-liderazgo-post-heroico-de-susana-medina/

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