El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
En esta expresión, la celebración del Corpus Christi nos recuerda que el Señor está siempre con su Iglesia y que un sacramento es, por excelsitud, el silencio de la caridad. En ella se manifiesta el amor infinito de Dios que llevó a Jesús a dar su vida por nosotros.
La realidad de Corpus Christi, invita a interiorizarnos personalmente y como retiro espiritual, advertir que en el seno de la cultura actual nos lleva de la mano a realizar una recóndita cavilación si queremos que el símbolo del pan eucarístico no sea solo un rito vacío e irrelevante, no para la sociedad que ya lo es, sino para quienes nos gobiernan.
El autoritarismo que campea en Bolivia, es un atentado contra la población y una vil tentativa de aterrorizar a quienes piensan diferente. No hablemos ni siquiera de la crisis en nuestra institucionalidad manipulada psicológicamente con mentiras y subterfugios abyectos. Ni siquiera hablemos ahora de ellos, demasiado ajenos al corazón de los ciudadanos de bien en este momento, que por su especial contenido de desvalor frente a normas que no existen y el afán de no llevar a efecto las elecciones judiciales, suscita natural repugnancia entre las gentes. Lesiona no solo la sensibilidad y sentimientos personales, sino porque conmueve la conciencia pública.
En esta fecha de oración, nos acercamos a un dato sociológico incontestable que es mirar la realidad como un primer paso para saber dónde ir y hacia dónde encauzar nuestros caminos. El cómo es importante. Las fórmulas litúrgicas, la preocupación doctrinal y la rutina no son tampoco los mejores compañeros para el que busca encontrarse con Dios porque éste, como afirma el axioma, se da a conocer con palabras sencillas a los humildes, y gusta de ocultarse a los poderosos.
El propósito es remover la conciencia del gobernante, del político y del ciudadano que camina a pie. ¿Por qúe no orar por ellos que son una palabra que queda corta para aprehender el miedo y el dolor, matices de cada conflicto. Son lo que se esconden detrás de la ilusión de un ambiente único, global y redondo que construimos en las pantallas. Son los que habitan, como nosotros, otros fragmentos de una realidad que forzosamente hemos de experimentar a pedazos.
El poder de la oracion, acuñada en las virtudes teologales y cardinales, llama a profundizar en el para qué, quizá sea lo más importante y lo más coherente. Aquí es donde el suspenso de nuestras misas es mayor. Para cumplir con los mandamientos, aunque la mayor de las veces lo hagamos dejando de lado el único Mandamiento de Cristo: “amaos como yo os he amado”. Ni mucho ni nada tiene que ver con la Memoria del Crucificado por el sufragio por los pobres y su oposición a un Gobierno incapaz.
Tenemos que discernir y transformar nuestra fe y nuestra relación con la divinidad hasta arrancarla de lo accesorio para encontrar su verdadero sentido. Que su fuerza transformadora en nuestro tiempo y cultura, reconozcan la evidencia de los hechos y armarse de valor (el que procede del Espíritu de Jesús). Solo así podemos empezar a caminar en buena dirección. Primeros pasos sencillos, espontáneos y que tendrán que ser, necesariamente, atrevidos y concretos hasta configurar un estilo nuevo de ser seguidores de la justicia divina, desde la cercanía a los pobres y descartados.
En esta amarga realidad que Bolivia vive, donde ni la piedad mueve el corazón de los políticos oficialistas, advertimos que como un reloj inútil, un mundo dejó de funcionar. Quedó atrás un tiempo estéril y estamos paralizados en medio de la nada. Los bolivianos que solo observan tanta injustia, tanta persecución, son una especie de tristeza atascada en el tiempo, y una niebla espectral domina los días.
Basta leer y escuchar las noticias y la solidaridad incluso en las redes sociales, para comprobar que estamos más cerca de la mueca que del acto de sonreír. Lamentamos sin parar una plenitud que jamás tuvimos. La injusticia es una antología de la impotencia colectiva: aparte de la frustración y el resentimiento, el país es un infierno disfrazado de paraíso perdido, y varias expresiones acuñadas de todo el planeta resumen los rituales de este panorama desolador en el que más que revelaciones, solo se anuncian más conflictos. El escenario de los sitios en conflicto comienza a salpicar violencia. La posibilidad del diálogo asoma trunca.
Los países vecinos estornudan y nosotros nos resfriamos. Las guerras que se libran en territorios fuera de nuestras fronteras nos incomodan y frenan las pocas ilusiones, producto del amargo antihéroe que basa su filosofía en fanatismos y dogmas, haciéndose un harakiri frente a un horizonte gris.
Dados los términos imperantes, no tenemos solución alguna, salvo reinventarnos, inventar un nuevo mundo posible para el planeta. Se expresa que del propio mal sale la vacuna. Veamos entonces los rostros de tanta gente inocente presa, y asumamos eso como un espejo donde nuestra propia deformidad emite señales negativas, gemidos de agonía. Existen intervenciones de especialistas donde el nombre de la paz va y viene con aire compungido. Uno es tan indolente que anda así, recitando la letra de aquel tango que dice: “el mundo es y será una porquería”.
No obstante, convendría que recuperamos el contacto con la naturaleza y la capacidad de hacer que de la tierra salga nuestro propio pan y donde la existencia se asuma como una celebración, no como un castigo, donde el hombre y la mujer cultiven la ternura y la visión profética, donde nazcan nuevos niños para los cuales será preciso crear escuelas que enseñen el arte de vivir, en vez del terrorismo que hoy gotea sin parar como una baba caníbal.
La fiesta del Corpus Christi nos ofrece cada año un nuevo desafío. El signo del amor de Dios, el cuerpo que alimenta nuestra fe, no tendrá la eficacia sacramental que le suponemos, si no conducen al compromiso personal por la justicia, trabajando al mismo tiempo por la conversión personal, social y estructural. Un Corpus Christi sin escuchar la voz de los perseguidos es una gravísima profanación de la voluntad de Dios.
Es escritor y consultor
por: Julio Ríos Calderón
La Voz de Tarija
Fuente de esta noticia: https://lavozdetarija.com/2024/05/30/recapacitar-en-corpus-christi/
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