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Jue. Nov 28th, 2024
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Por: Carlos Fajardo- X: Fastidiardo
PARA PRENSA MERCOSUR

El infame atentado ejecutado por un número aún no determinado de comandos en un complejo comercial y cultural de Moscú, mismo que generó más de un centenar de muertos civiles y un número similar de heridos, muchos de ellos de gravedad, coincidente con recientes advertencias de la embajada de EEUU dirigidas a sus connacionales en Rusia solicitándoles evitar aglomeraciones urbanas en la capital rusa por el peligro de atentados terroristas, sumadas a las importantes y reiteradas operaciones militares ucranianas tratando de vulnerar la frontera rusa y bombardeando objetivos civiles en Belgorod y otras zonas, han generado un nuevo enfrentamiento de enormes dimensiones  en el plano diplomático entre Rusia y EEUU.

Como si fuera poco, en un ambiente cada vez más enrarecido se acentúa hasta un punto de no retorno la ya terrible desconfianza entre esas dos naciones en cuyas manos está el poder destructivo más colosal que haya existido jamás y que pone en vilo nuestra supervivencia como especie y el futuro de la vida en nuestro planeta.

Acusaciones van y vienen, los medios y las redes sociales se han convertido en un encarnizado campo de batalla donde, aparte de sospechas y señalamientos, se hacen verdaderos llamados a la guerra, la catástrofe mundial que ha amenazado por décadas a la humanidad.

De manera apresurada los EEUU, a través de sus voceros, intentaron sacar de la ecuación la probable responsabilidad de Ucrania en los luctuosos eventos de Moscú y extraña y muy convenientemente reaparición del hasta ayer casi extinto grupo fundamentalista ISIS con un comunicado, haciéndose responsable de la atroz masacre de civiles inocentes perpetrada en las instalaciones del Crocus City Hall.

Ante el lógico reclamo de los rusos hacia los norteamericanos en el sentido de presuntamente no haber compartido con las autoridades locales toda la información que tenías de los posibles atentados que podrían presentarse en Moscú y que motivaron su comunicado del 7 de marzo a los ciudadanos estadounidenses en Moscú, unos días antes de las elecciones en las que resultó reelegido por abrumadora mayoría Vladimir Putin, apareció también una escueta comunicación de las autoridades americanas asegurando que, en efecto, si habían puesto en conocimiento de las autoridades rusas la información que sustentaba sus sospechas.

Y es que la situación en cuanto a la paz mundial no es nada halagüeña, tiene visos más bien espeluznantes. Aterra la facilidad con que los países de la OTAN y el propio presidente Putin se refieren con cierto desenfado a la posibilidad de que se pueda detonar la tercera guerra mundial, la catástrofe nuclear que todos tememos.

Aterra el mensaje incandescente del presidente de la República francesa anunciando el envío de tropas a Ucrania, mensaje del cual después ladinamente se bajó, cuando se hizo patente el rechazo del 70% o más de la población gala y la contundente respuesta de Putin, en el sentido de que la llegada de un contingente de militares franceses a suelo ucraniano para apoyar las accione bélicas de Zelenski sería tomada como una declaración de guerra entre Francia y Rusia.

Muy preocupante este cuadro de amenazas, advertencias, apoyos políticos y envío constante de pertrechos de guerra al frente ucraniano, sobe todo cuando todos vemos que se camina con frialdad y desenfado sobre el filo de la navaja, exponiéndonos a todos a la tragedia que sería una tercera guerra mundial.

En las guerras mundiales anteriores han sido acciones precipitadas y extremadamente violentas las que han fungido como factores desencadenantes, en medio de críticas condiciones de desconfianza y beligerancia mutua:

El asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona austro-húngara, y de su esposa, la archiduquesa Sofía, en Sarajevo el 28 de junio de 1914 fue el detonante de la primera guerra mundial que tanto dolor, ruina, muerte y sufrimiento llevó a la población europea a comienzos del siglo XX.

La invasión dolosa y criminal de Hitler a Polonia el 1 de septiembre de 1939 desencadenó la segunda guerra, menos de tres décadas después de finalizada la primera, generando un trágico saldo aún mayor de víctimas y el desarrollo del arma más poderosa que la humanidad pudo crear hasta entonces: La bomba atómica.

Ante semejante poder, las potencias, en forma reverencial, lograron hasta hoy evitar la hecatombe final, la guerra nuclear, la madre de todas las guerras, pero ese poder disuasivo parece haberse debilitado frente al mensaje guerrerista de algunos “demócratas” como Macron.

El temor a  los efectos secundarios de una guerra nuclear no ha obstado para que se gasten ingentes recursos en el desarrollo de versiones mucho más poderosas de armamento atómico que hacen ver a aquéllas que los EEUU arrojaron sobre la población civil de Hiroshima y Nagasaki como patéticos triquitraques.

Las provocaciones, sin embargo, se presentan con marcada e indeseable frecuencia, un devaneo muy peligroso, una apuesta mortal y definitiva que hacen las potencias mostrándose los dientes, como si fueran realmente ellos dueños de la vida y del futuro de este planeta y no toda la humanidad y, en general, todos los seres vivos que han hecho de este zafiro su hogar.

La guerra en territorio de Ucrania ya de por si es una amenaza para todos, una guerra hasta el momento convencional que se ha venido degradando con acusaciones de parte y parte de afectación a la población civil, ha motivado declaraciones de importantes figuras mundiales, que van desde el llamado del Papa Francisco a que cesen los enfrentamientos bélicos y se llegue a una paz, partiendo de la premisa de que una paz imperfecta en mucho mejor que una guerra perfecta, hasta la incendiaria proclama a la que hicimos alusión de Macron, instigando abiertamente al envío de fuerzas militares de naciones occidentales pese al hecho que los rusos ya han advertido que una decisión de ese cuño sería por ellos interpretada como una declaración de guerra y no de cualquier guerra: La temida tercera guerra mundial.

Ese ajedrez macabro puede terminar muy mal por sí solo para todos, pero esa posibilidad se acrecienta cuando aparece el terrorismo: Cuando sujetos armados hasta los dientes llegan con el preciso propósito de asesinar civiles a un centro cultural y huyen dejando un rastro de muerte hacia la frontera ruso ucraniana y, atropelladamente, la gran potencia norteamericana sale a intentar exculpar a Ucrania de ese vil genocidio.

Cuando el odio y la insensatez se vuelven protagonistas y acallan la razón, lo que sigue es un baño de sangre, la destrucción y la miseria, pero en este caso particular la extinción de todo lo vivo en el planeta azul.


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