Mientras idolatran a Carlos Vives, los samarios consideran un traidor al ídolo de la selección por invertir su fortuna lejos de la ciudad y a la sombra de los Char
Playa banca está atestada de gente. Un pelado de quince años, visiblemente rolo, está tirando piedras sin importar que hay un grupo de señoras con artritis haciendo ejercicios para retrasar lo inevitable, la putrefacción de la carne. Una señora se da cuenta de que el pequeño sicópata está suelto, lo reconviene, la mamá de niño-loco se mete. Se arma un zafarrancho familiar. ¿Se justifica que la gente empeñe hasta el inodoro por pasar tres días de placer en un balneario? Yo no veo placer, yo sólo veo gente y si hay gente ¿cómo putas puede haber placer?
Un vendedor de gafas de sol intenta enredarme con su jerga. Compro unas gafas de lente azul. Son horribles, pero quiero que se vaya rápido. Soy grosero y el tipo siente el golpe de mis palabras, de mi desesperación. Para congraciarme le digo que si le val Unión Magdalena, el equipo donde hizo sus primeros pinitos en el fútbol El Pibe Valderrama
En el barrio Pescaíto, a finales de los sesenta, Jaricho Valderrama intentaba crear una dinastía futbolera con su sobrino, Didi Alex y sus dos hijos, Ronald y Carlos. Didí pronto fue figura, un crack en Nacional. Ronald era laborioso volante del Junior y Carlos fue el que más tiempo duró para explotar.
Del Unión se fue a los veinte años para Bogotá, al Millonarios de Pinto que parecía más una escuela espartana. El frío de la sabana congeló el corazón de Carlos. Como andaba en sandalias vivía resfriado. En Millos nunca pudo conocer el destino que le tenían reservado.
En el Cali sí. Julio Avelino Comesaña, el popular pelo e’burra, le dio la libertad que Pinto no le ofreció en Millonarios. Con Bernardo Redín hicieron historia aunque ni así pudieron vencer al América de Gabriel Ochoa Uribe. El resto es leyenda. Fue el primer colombiano desde Ernesto Díaz en los setenta, en jugar en un club europeo, el Montpellier, ganó dos veces el trofeo que lo distinguía como el mejor de América y clasificó tres veces consecutivas a un mundial, hazaña que esta generación, por culpa de la cobardía de Reinaldo Rueda, no podrá cumplir.
¿Qué culpa tiene Valderrama que haya sido con el super Junior de 1993 con el que obtuvo su único título en Colombia? El gol de Mckensie, después de un pase monumental de él, todavía se escuche en las solitarias noches del Metropolitano el grito de gol.
En los Char encontró apoyo, la mejor asesoría para hacer crecer una fortuna que hoy estipulan en 20 millones de dólares. La furia del vendedor de gafas con el Pibe es muy parecida a la que siente el señor de la lancha que nos llevó hasta Santa Marta, el botones del hotel, el guía que nos llevó por la Quinta de San Pedro Alejandrino y todos los taxis que nos dejaban en Pozos Colorados, el Pibe no quiere a Santa Marta porque no ha dejado un peso en la ciudad. Es más, desde que murió su papá, Jaricho, en el 2016, dicen que no ha regresado. La comparación con Carlos Vives es inevitable
El Mono vive el paso de ser ídolo en un país sin oportunidades. Los pobres ven a sus ídolos como si estuvieran encerrados en lámparas y, al frotarlas, salieran a resolver todos sus problemas. ¿Qué culpa tiene Valderrama del saqueo de los Cotes, la casta política que se pegó como una sanguijuela a las arcas de una ciudad en decadencia? El Pibe ha dado tanto que hasta afuera del estadio Eduardo Santos le tienen estatua. Tantas alegrías, tanta inspiración, un bálsamo para ese acto de fe que es ser colombiano.
Le compré dos gafas, esperé la lancha y me fui. El mar ya empezaba a ponerse negro. La noche caía. Debió ser lindo crecer en estas playas. Desarrollar un talento al lado del mar. Es lindo crecer en Santa Marta. Cuando uno crece se vuelve un viejo chévere, como el Pibe a sus 60 años. Ojalá pudiera cruzármelo antes de que la noche acabe con la última franja roja en el horizonte. Le besaría sus pies chue
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