El estudio y tratamiento de la toxicología adquiere una relevancia clave por su impacto sanitario. Al respecto, conversamos con una especialista que echa luz sobre un tema que nos afecta a todos.
Epidemiología ambiental, hidroarsenicismo crónico regional endémico, sitios contaminados, campos electromagnéticos, impacto de plaguicidas, de bifenilos policlorados y de otros contaminantes; todas estas son palabras cotidianas que la doctora Susana García, médica, magíster en Toxicología y especialista en Medicina del Trabajo, maneja con solvencia y conocimiento. La exdirectora de Salud Ambiental de Acumar, titular del Programa Nacional de Prevención y Control de las Intoxicaciones del Ministerio de Salud de la Nación (MSN), y hoy, presidenta de la Sociedad Iberoamericana de Salud Ambiental (SIBSA), explica para DEF que, desde el inicio de su carrera como psiquiatra, se interesó por la prevención en salud mental y la psicología comunitaria. Ese caminar por las cuestiones sociales la condujo hacia la problemática de las adicciones. Después de formarse en el Centro Nacional de Intoxicaciones del Hospital Posadas, junto a grandes profesionales como las doctoras María Rosa Llorens, Raquel Eugeni, Mónica Talamoni, Ana Digón, y su jefe, el doctor Osvaldo Curci, una de las máximas autoridades nacionales en la materia –porque, en ese entonces, no existía la carrera de especialización ni residencias médicas sobre la disciplina-, ingresó en el Departamento de Salud Ambiental del MSN. Allí, se desempeñó acompañando programas sobre la prevención de intoxicaciones, la calidad del aire y del agua, y la gestión de residuos. Fue entonces cuando comenzó a estudiar los impactos de los contaminantes atmosféricos en la salud que, según su experiencia, “son poco tratados dentro de la toxicología médica, porque la demanda está centrada, en general, en las intoxicaciones agudas, accidentales, las del hogar y de personas suicidas. La mayoría de las intoxicaciones ambientales que se ven suelen ser las laborales crónicas”.
LOS RIESGOS TÓXICOS AMBIENTALES
-Con ese panorama, ¿cuáles son los ámbitos más riesgosos?
–En las estadísticas hospitalarias, las consultas más frecuentes son por intoxicaciones en el hogar. Episodios agudos que, por lo general, involucran a niños que han ingerido productos de limpieza, medicamentos no correctamente guardados o plaguicidas que estaban a su alcance. Además, las intoxicaciones por monóxido de carbono –que alcanzan los 5000 casos por año en todo el país– y ocurren con mayor frecuencia en hogares con aparatos de combustión de mal funcionamiento o instalados de manera insegura.
-¿Algunos más?
–Sí, hay muchos riesgos tóxicos ambientales –tanto domésticos como laborales– que, al no producir síntomas manifiestos, no son consultados médicamente y quedan fuera de las estadísticas. Por ejemplo, las intoxicaciones por la contaminación del aire en las ciudades, o las de los trabajadores informales, debido a que no se realizan controles. Otro ejemplo es el que aporta la Superintendencia de Riesgos del Trabajo con datos de los exámenes periódicos de laboratorio realizados a trabajadores expuestos a agentes químicos donde se observan desviaciones, producto de un mal manejo en su tarea. Y otro problema que no suele ser motivo de consulta o no es bien diagnosticado son las intoxicaciones subclínicas, asintomáticas, en niños y adolescentes que viven o juegan en sitios contaminados o donde se realizaron quemas o fueron rellenados con tierra cuya calidad no fue controlada. En ellos, hemos encontrado niveles inaceptables de metales en la sangre, al igual que en aquellos chicos que acompañan a sus padres en trabajos informales con exposición a sustancias peligrosas, entre las que también se pueden mencionar los plaguicidas.
PESTICIDAS, UN TEMA CANDENTE
Como exintegrante de la Comisión Nacional de Investigaciones sobre Agroquímicos, la doctora García se refiere al uso de plaguicidas. “Me dediqué a estudiar el tema desde fines de los 80. Según los Centros de Información, Asesoramiento y Asistencia de Intoxicaciones, la tercera causa de consultas está originada en los plaguicidas y, en su gran mayoría, los utilizados en los hogares. Me refiero tanto a los llamados “domisanitarios” regulados por la ANMAT, como a los de la línea jardín o veterinarios que autoriza el SENASA, y que ocurren por accidentes o circunstancias suicidas”.
-¿Cuáles son los que se asocian con usos incorrectos?
-Por ejemplo, plaguicidas reservados para uso profesional o agrícola que se utilizan indebidamente para combatir piojos o plagas en el hogar; intoxicaciones laborales por fallas graves en los procedimientos (ingreso a campos recién tratados); o uso deficiente de los equipos de protección personal (no se usan guantes, máscara, antiparras, botas y traje impermeable). Hay que aclarar que representan un porcentaje mucho menor.
-¿Dónde se dan estos problemas?
–Las intoxicaciones con los plaguicidas de uso agrícola son más evidentes en los cultivos intensivos que en los extensivos. Alcanzan su máxima expresión en los cinturones hortícolas de las grandes ciudades, donde los productores tienen escasa capacitación, la fiscalización es mínima, las aseguradoras de riegos del trabajo no llegan y las prácticas de trabajo infantil son habituales. En general, son intoxicaciones accidentales o por exposición durante las prácticas laborales de aplicación; en cambio, son escasas las que se atienden por contaminación ambiental. En los pueblos donde la actividad agrícola es importante, se ven todavía costumbres reñidas con las buenas prácticas, como ingresar a zonas urbanas con las máquinas rodantes utilizadas para la pulverización (llamadas comúnmente “mosquitos”) y el lavado de los envases de plaguicidas en un curso de agua o su descarte sin realizar el “triple lavado” en cualquier basural.
-En ese sentido, ¿existe una regulación eficiente?
–En las últimas décadas, nuestro país acompañó el incremento del uso de plaguicidas con una prolífera regulación. No solo se prohibieron o restringieron muchas sustancias químicas, de acuerdo con los convenios internacionales, sino que, en algunos casos, se adelantó al pronunciamiento de Naciones Unidas, aplicando límites máximos más estrictos para ciertos residuos de plaguicidas en los alimentos, aumentando los controles, promoviendo las licencias para los aplicadores, mejorando su capacitación, haciendo obligatoria la receta agronómica, estableciendo franjas de exclusión para el uso de plaguicidas en áreas periurbanas, como fue la normativa del gobierno de la provincia de Buenos Aires (que todavía se encuentra sin efecto), y algunas ordenanzas municipales.
-¿Es factible prescindir de los fitosanitarios?
-Estamos muy lejos todavía, pese al incremento de mercados de productos “orgánicos”, “agroecológicos”, de los sistemas de certificación, promovidos por las autoridades y las campañas sobre los riesgos asociados al uso de los plaguicidas. Queda mucho por hacer. Nos debemos una actualización del Manual de Procedimientos para el Registro de los Fitosanitarios (todavía está vigente la Resolución de 1999), la internalización del Sistema Globalmente Armonizado de Clasificación y Etiquetado de Productos Químicos, un tratamiento regulatorio a los productos de la “Línea Jardín” pensando un poco más en la salud infantil que en la sanidad vegetal, ya que además de haber hormigas, en los jardines de las casas juegan niños.
LOS RAEE Y EL RIACHUELO
Los “famosos” RAEE (residuos de aparatos eléctricos y electrónicos), cuya recolección constituye una fuente de ingresos de muchas familias, “es una problemática que comienza a tener lugar en la agenda pública”, sostiene la especialista. “Por un lado, son depósitos secundarios de metales críticos y de alto valor, que ha dado en llamar a esta actividad ‘minería urbana’; y por otro, su manejo y disposición inadecuados los convierte en una importante fuente de contaminación con metales y otros compuestos persistentes.
-¿Cuáles son los riesgos de esa recolección informal?
-Lo más peligroso es que se mueve en ambientes contaminados y no cuenta con ninguna medida de seguridad. Una realidad bastante alejada de lo que podríamos llamar “economía circular sustentable”. En estudios toxicológicos realizados en tres barrios de Avellaneda, Lanús y Lomas de Zamora, de la Cuenca Matanza Riachuelo, entre 2017 y 2018, encontramos a más de 200 niños con presencia de plomo en sangre superior a la establecida por el Ministerio de Salud como “nivel de alerta” (5 microgramos por decilitro). En la mayoría de estos casos, se constató que, en los alrededores de las casas, se realizaban quemas de RAEE, principalmente cables, de las que los niños a veces participaban, y las mediciones de plomo y otros metales en el terreno arrojaron valores muy superiores a los permitidos para el suelo de uso residencial (según el decreto reglamentario de la ley de residuos peligrosos). La conclusión fue que, para poder prevenir o, al menos, minimizar esta situación sanitaria, era indispensable la limpieza de los sitios contaminados y la generación de alternativas para la gestión más sustentable de los RAEE.
-¿Alcanzan las medidas implementadas por algunos municipios para la recolección diferenciada de los RAEE?
-Si bien es una buena iniciativa, son medidas que no resuelven el problema. Hay que tener en cuenta que se trata de niños con un elevado índice de vulnerabilidad, necesidades básicas insatisfechas (hogares con hacinamiento crítico, viviendas de tipo inconveniente, con pisos de tierra o sin baño), baja accesibilidad a establecimientos educativos y de salud, que a veces no asisten a la escuela o cuyo jefe de hogar está desocupado y no completó la educación primaria.
-¿Cuál podría ser una solución viable?
-Entiendo que deberían crearse circuitos seguros de reciclaje para quienes dependen del procesamiento de RAEE y que permitan reducir la exposición a los contaminantes, en especial de las embarazadas y los niños. Hay instrumental adecuado (chipeadoras) que además separan por granulometría y peso los distintos elementos de valor que tienen estos residuos. Si se gestionaran a través de cooperativas, no solo generarían menor impacto en el entorno y mejorarían las condiciones de vida de la gente, sino que también se podría alcanzar una mayor valorización de los materiales obtenidos para su comercialización.
CONTAMINANTES EMERGENTES
En los últimos años, se encontraron grandes cantidades de residuos de medicamentos en ríos que son fuente de agua bebible y, además, se comprobó que los sistemas habituales de potabilización no logran abatirlos, de modo que podrían llegar a los hogares de manera inadvertida. “Esto podría transformarse en un problema serio, ya que ingerir pequeñas cantidades de antibióticos puede producir resistencia antimicrobiana, cuya consecuencia es que deje de surtir efecto cuando se lo necesita. O, en el caso de pequeñas dosis de hormonas, podrían alterar los sistemas de regulación de los procesos de diferenciación sexual y reproductivos, o incluso contribuir a generar algunos cánceres como los de mama, próstata, testículo. Este tipo de contaminación se está estudiando también en mares y océanos, y ya hay registros de su impacto en organismos acuáticos”, sostiene la especialista.
-¿Podría definir qué es un contaminante?
-Es algo que no deseamos se encuentre en el lugar donde está. Pero todo es una cuestión de proporción. Paracelso, médico suizo considerado el padre de la toxicología, ya a principios del siglo XVI, utilizaba venenos, como plomo y mercurio, en pequeñas dosis para curar a sus pacientes y decía “todo es veneno, nada es veneno, la dosis hace al veneno”. Cualquier contaminante químico industrial, si es tóxico, puede ser muy peligroso para una población expuesta, tanto a través del aire como del agua, el suelo o los alimentos. Las Naciones Unidas, ya hace varias décadas, intentan comprometer a los países a eliminar o restringir sustancias químicas cuyos beneficios ya no justifican los riesgos a los que exponen a las personas y al ambiente. Y esto dio lugar a convenios internacionales –como el de Minamata, Estocolmo, Montreal y Rotterdam– que definen listados de agentes químicos peligrosos para los cuales se limita el comercio internacional y algunos que deberían erradicarse: mercurio, ciertos plaguicidas y asbestos; los contaminantes orgánicos persistentes (COP) como PBC, dioxinas, furanos, polibromados retardantes de llama, perfluorooctosulfonatos; los agentes que reducen la capa de ozono, entre otros. E incluso los residuos peligrosos de las empresas, y las limitaciones al comercio internacional impuestas por el Convenio de Basilea fueron un intento para señalar los principales agentes de contaminación industrial.
-La actual pandemia incorporó la utilización de cabinas sanitizantes, que son consideradas peligrosas por muchos especialistas. ¿Cuál es su opinión?
-La Sociedad Iberoamericana de Salud Ambiental, que presido, fue la primera organización en el mundo en hacer pública la preocupación por el uso de estas cabinas. En abril de 2020, junto con otras 20 instituciones de América Latina y el Caribe, lideramos un pronunciamiento al respecto, avalado luego por la OPS y la propia ANMAT. En él, advertimos sobre la ineficacia de estos procedimientos y los riesgos derivados de los productos químicos irritantes que asperjan, los desinfectantes líquidos, el ozono y las radiaciones ultravioletas que se sabe que son agentes cancerígenos. Pedimos a los gobiernos de la Nación y la Ciudad que los prohibieran y, ante el silencio, solicitamos una medida cautelar a la justicia, que demoró un año en expedirse rechazando el pedido con argumentos que nos dejaron perplejos por su falta de fundamentos. De todos modos, la difusión mediática contribuyó a que su uso fuera prácticamente desestimado.
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