

Vallemí, Agencia IP.– Después de descender a las entrañas de la tierra en la Santa Caverna, el viaje por el norte paraguayo nos devolvió a la superficie con la misma intensidad con que el calor cae sobre Vallemí. Si ayer la historia se escribió bajo la piedra y en la penumbra, hoy el relato se abrió paso a la luz del río Paraguay. Así comenzó la jornada en Kamba Hopo, el peñón cueva que se levanta a orillas del agua y donde el paisaje, la memoria y el silencio se mezclan sin pedir permiso.
El calor caía sobre nosotros como una manta espesa, de esas que no abrigan sino que pesan. El aire en Vallemí parecía detenido, inmóvil, como si el sol hubiera decidido quedarse a observarnos sin pestañear. Aun así, subimos a la embarcación. El río Paraguay, ancho y paciente, nos esperaba como un camino líquido hacia una historia que no se cuenta sola.
Navegar hasta el peñón es, ante todo, un acto de tránsito: se deja atrás el ruido cotidiano y se entra en un territorio donde la naturaleza y la memoria conviven sin pedir permiso. El trayecto principal se realiza por el río, que avanza bordeando cerros calizos y vegetación espesa, mientras el sol se refleja en el agua como un espejo roto. El sudor corre por la piel, pero nadie se queja. El paisaje lo justifica todo.
Kamba Hopo se levanta imponente en las orillas del río, en el cerro Vallemí, dentro del predio de la Industria Nacional del Cemento. No es una caverna, aunque muchos la llamen así. Es una cueva de peñón: una formación rocosa que se abre como una herida antigua en la piedra. El peñón alcanza aproximadamente 45 metros de altura y forma parte de un área protegida, lo que se refleja en la riqueza del entorno. Aves, reptiles, insectos, sombras que se mueven entre las grietas: la biodiversidad habita el lugar con naturalidad, como si siempre hubiera sabido que ese refugio era suyo.
El calor sigue ahí, insistente, pero comienza a mezclarse con la brisa del río. Hay algo profundamente humano en ese alivio mínimo, casi simbólico, como si el cuerpo también entendiera que entraba en un espacio distinto. Kamba Hopo es hoy uno de los sitios turísticos más importantes del departamento de Concepción, pero no se presenta como un espectáculo ruidoso. Se ofrece en silencio, con respeto.
Los recorridos están a cargo de un grupo de jóvenes organizados, conocidos como Turismo Joven. Están formados y reconocidos por la Secretaría Nacional de Turismo y cuentan con el apoyo de la Municipalidad de San Lázaro. Su presencia se nota en los detalles: en la forma de explicar, en el cuidado del sitio, en la manera de guiar sin apurar. En un lugar como este, el guiado no es solo orientación; es traducción. Traducen el paisaje, la historia y los silencios.

El nombre «Kamba Hopo» arrastra una carga histórica que se remonta a la Guerra de la Triple Alianza. Aquí, según la memoria histórica del lugar, fueron ejecutadas personas afrodescendientes, conocidas en aquella época como «kambajos«, acusadas de traición a la patria durante el conflicto. Fueron castigadas y arrojadas al río. El peñón, que hoy se presta al turismo de aventura y el rapel de riesgo calculado, fue escenario de uno de los tantos episodios dolorosos que atraviesan la historia del país.
Pensar en eso mientras el sol comienza a bajar es inevitable. La puesta del sol es un espectáculo visual y, para nosotros, un cierre simbólico. El cielo se tiñe de naranjas y rojos intensos. El calor apenas afloja lo suficiente para permitir la contemplación. Entiendo entonces por qué este es un lugar al que la gente viene a relajarse, a mirar, a quedarse en silencio.

Cuando dejamos el peñón atrás y el motor vuelve a rugir sobre el río, el calor regresa, terco, como si quisiera recordarnos que nada de esto fue un sueño. Me llevo la imagen del peñón recortado contra el cielo y la certeza de que Kamba Hopo no es un lugar para pasar rápido. Es un sitio que se siente en la piel, en el cuerpo cansado por el sol y en la memoria, como una piedra caliente que uno guarda en el bolsillo mucho después de haberse ido.
Al llegar nuevamente a la orilla, pensé que el norte todavía tenía algo más por contar. Al día siguiente, el viaje continuaría hacia otro paisaje, distinto y luminoso, donde el agua ya no cae al río sino que corre libre entre rocas y vegetación. Esa historia ,la del arroyo Tagatiya, en Concepción, quedará para la próxima crónica, la que se publicará mañana.
Jazmín Romero
Fuente de esta noticia: https://www.ip.gov.py/ip/2025/12/25/cronicas-del-norte-kamba-hopo-y-la-memoria-del-paisaje/
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