El aplazamiento abre una ventana decisiva: un pacto birregional gigantesco promete eliminar aranceles, impulsar inversiones verdes y reconfigurar cadenas de valor, aunque exigirá adaptación regulatoria y competitiva para las empresas.
Tras el frustrante anuncio por parte de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, del aplazamiento de la firma del Acuerdo UE-Mercosur, prevista para el 20 de diciembre, la posible nueva fecha de firma, a mediados de enero de 2026, se muestra como una oportunidad que no debemos perder.
Después de tantos años hablando del Acuerdo UE-Mercosur, para no perder la perspectiva conviene empezar recordando simplemente dos cifras abrumadoras: el acuerdo engloba a una población de 780 millones de personas que representan aproximadamente un 25% del PIB mundial. Sin duda eso lo convierte en uno de los pactos birregionales más relevantes del sistema internacional, tanto por su dimensión económica como por su impacto geopolítico. Y hace que el bloque conjunto creado sea una de las mayores zonas económicas integradas del planeta, con un mercado interno gigantesco, diversidad productiva y un poder adquisitivo significativo.
En realidad el acuerdo impulsará una relación que hoy en día ya es notable: actualmente, la UE es el segundo socio comercial del Mercosur, con un intercambio superior a los 110.000 millones de dólares anuales; además, absorbe el 14% de las exportaciones del bloque y provee el 20% de sus importaciones. Y la complementariedad entre ambos bloques es clara: la UE quiere fortalecer y diversificar sus relaciones comerciales, y busca entre otras cuestiones seguridad económica, expansión de las exportaciones y estabilidad en sus cadenas de suministro, mientras que el Mercosur busca ampliar su inserción internacional mediante acceso a bienes de capital, tecnología e inversión extranjera directa.
La entrada en vigor de la parte comercial del Acuerdo (mediante la firma del llamado «Acuerdo Interino«) desencadenará a corto y medio plazo unas crecientes interrelaciones comerciales positivas para ambas partes, que representan oportunidades para el sector privado a ambos lados del Atlántico.
Entre las más relevantes destacan el impulso al crecimiento económico, al facilitar el acceso a mercados, inversiones y nuevas oportunidades de internacionalización en ambas regiones, la eliminación progresiva de aranceles (el Acuerdo eliminará o reducirá más del 90% de los aranceles bilaterales), y el fomento de inversiones en sectores estratégicos, como energías renovables, combustibles de bajas emisiones y manufacturas de alto contenido tecnológico. Además, el aseguramiento del suministro de materias primas esenciales para la transición energética y la producción industrial europea será un beneficio crucial para la UE.
Las proyecciones de impacto comercial anticipan un aumento del comercio birregional de un 37%. Sin embargo, aunque las perspectivas comerciales son sumamente favorables, la puesta en marcha del acuerdo conlleva también desafíos de adaptación para las empresas. Por ejemplo, para las industrias del Mercosur la apertura arancelaria incrementará la presión competitiva, dado el ingreso de productos europeos a menor costo. Al mismo tiempo, las empresas sudamericanas deberán cumplir con los exigentes estándares europeos en materia ambiental, sanitaria y de trazabilidad, lo cual implica inversiones y ajustes productivos profundos. Además, en la aplicación práctica del Acuerdo deberán enfrentarse a la complejidad regulatoria y en la toma de decisiones en la UE (basada en la interacción entre instituciones como la Comisión, el Parlamento y el Consejo), en un momento en que se están produciendo numerosos cambios regulatorios en la UE basados en los paradigmas de la simplificación y la mejora de la competitividad.
No obstante, las transformaciones también pueden convertirse en palancas de modernización para las empresas: por ejemplo, la reducción de costos por insumos más baratos y economías de escala podría aumentar la productividad local, a la vez que la adopción de mejores prácticas y tecnologías (impulsadas por la necesidad de cumplir normas internacionales) podría fortalecer la competitividad de las empresas. A largo plazo, el Acuerdo entre la UE y el Mercosur tiene el potencial de reconfigurar la estructura económica birregional, posicionando al Mercosur como un actor más integrado en cadenas globales de valor de alto valor agregado.
Para capitalizar las oportunidades y mitigar los riesgos, será fundamental que las empresas de ambos lados del Atlántico afronten estratégicamente desafíos como el monitoreo del entorno político y de la implementación del Acuerdo, con un seguimiento constante de las dinámicas políticas y legislativas en la UE y Mercosur. Esto incluye comprender los plazos de ratificación, las condiciones impuestas por cada parte y las posibles fluctuaciones que puedan influir en la entrada en vigor y el alcance final del acuerdo.
El acuerdo tiene el potencial de reconfigurar la estructura económica birregional
También deberán realizar un análisis profundo sobre cómo el acuerdo modificará el panorama competitivo, identificando sectores y productos con potencial de crecimiento, nichos de mercado y posibles alianzas estratégicas. Además deberán realizar una adaptación regulatoria y operativa para asegurar la plena conformidad con las normativas europeas y del Mercosur, particularmente en estándares ambientales y sanitarios, así como en trazabilidad. Finalmente, será necesario comprender las particularidades culturales y hábitos de consumo de cada mercado para adaptar formatos, presentaciones y propuestas de valor. Invertir en la construcción activa de una reputación sólida en los nuevos mercados basada en la calidad, sostenibilidad y cumplimiento de estándares, será indispensable para generar demanda, diferenciar la oferta y lograr una inserción en los mercados exitosa y duradera.
En realidad, se podría decir que la verdadera dimensión del acuerdo dependerá de la capacidad de los Estados, y sobre todo del sector privado, para anticipar riesgos, acelerar procesos de reconversión productiva y dotarse de la capacidad para cumplir con estándares globales. En definitiva, el éxito del Acuerdo no se definirá únicamente en los parlamentos que deberán aprobarlo, sino en la respuesta estratégica de los actores económicos que deberán convertir esta apertura comercial en inversión, innovación y nuevas oportunidades de desarrollo.
El interrogante central permanece abierto: ¿lograrán ambos bloques transformar esta iniciativa en un motor de apertura, prosperidad, competitividad sostenible y cooperación a largo plazo, o volverá a quedar atrapada entre resistencias internas y un contexto internacional cada vez más incierto?
El resultado final dependerá de la acción de los actores económicos, a ambos lados del Atlántico. Pero por muchos motivos se podría decir que, en estos tiempos extraños para la sociedad internacional, para todos nosotros, «del lado de acá» o «del lado de allá» (por usar la expresión de Julio Cortázar en Rayuela) el éxito del Acuerdo UE-Mercosur es hoy más necesario que nunca.
PorPablo Rupérez, director de Asuntos Europeos en LLYC
