
Un tsunami de indignación y de críticas generó en los EEUU la revelación hecha por el Washington Post de un pedazo perdido del video de comienzos de septiembre de este año cuando una embarcación ligera de pescadores fue destruida con el uso de misiles por uno de los muchos barcos armados hasta los dientes que el señor Trump mandó a que rodearan las aguas internacionales en derredor de Venezuela en el Caribe.
En dicha embarcación viajaban 11 personas, nueve de las cuales murieron en el acto después de la primera andanada de dos misiles, dos quedaros malheridas y aferradas precariamente a los restos flotantes de la lancha. Los valientes y osados marines en lugar, como lo ordena el derecho internacional humanitario y las normas de la guerra, de enviar a rescatar a los sobrevivientes, lo que hicieron, luego de 41 minutos de agonía y ante la resistencia a ahogarse de las dos víctimas, fue lanzarles dos cohetes más para, según afirman cínicamente, no dejar rastros de la droga que presuntamente llevaban y no permitir que pudieran rescatarla y llevarla a las narices de los adictos estadunidenses.
Nunca podremos saber si había droga en esa lancha, cosas que resulta bastante difícil de creer toda vez que la misma iba casi a tope cargada de pasajeros. Tampoco podremos saber ni la identidad ni el destino de esos viajeros. Tanto los nueve primeros como los dos sobrevivientes quedaron pulverizados luego de ser atacados en total con cuatro misiles.
Pues resulta que el video que inicialmente, muy orgulloso de su gesta, de la valentía de sus marineros y la precisión de sus muy bellas, bonitas y hermosas armas, presentó el pasmarote de peluquín como si fuera la gran cosa, resultó estar editado precisamente para que nadie se diera cuenta de la existencia de esos dos supervivientes ahora, como sus otros nueve compañeros, convertidos en aerosoles sangrientos.
Ahora empiezo a entender el cuento ese del cartel de los aerosoles.
No se esperaban Trump, ni su patético y caricaturesco secretario de guerra, que un periodista fuera a asomar sus narices y a revelar semejante manipulación, pero el periodismo gringo es mucho mejor que los protagonistas de las noticias en ese gran país.
La fuente de la revelación no se sabe a ciencia cierta, al fin de cuentas ningún periodista va a revelar sus fuentes, pero lo cierto es que cuando apareció el video sin editar todo el mundo, incluso no pocos republicanos, saltaron de sus sillas y se taparon asombrados la boca: Frente a ellos se había perpetrado un crimen de guerra.
Desde septiembre de 2025 a la fecha los osados marineros gringos han despachado de este mundo a cerca de un centenar de venezolanos y colombianos, algunos viajeros, algunos pescadores, todos ellos desaparecidos sin dejar rastro en la inmensidad del mar. Trump ha defendido, como suele hacer, lo indefendible, aduciendo que presuntamente las víctimas de su nueva guerrita son narcotraficantes, pertenecientes al cartel de los soles (o los aerosoles), al tren de Aragua, al clan de los chicos malos, o lo que sea, y que está en su legítimo derecho de destruirlos para evitar que miles y miles de toneladas de cocaína lleguen, como ya lo escribí arriba, a las narices de los cinco millones o más de adictos gringos.
Pero ni la Corte suprema de Justicia de los EEUU, ni la Corte interamericana de Derechos Humanos, ni los jueces federales, ni los partidos políticos, incluyendo cada vez más y más miembros del partido Republicano, ni la prensa, ni las congregaciones religiosas, ni la sociedad intergaláctica de planetas han avalado tal peregrino derecho y han manifestado casi al unísono que los hechos señalados constituyen una violación flagrante del debido proceso, de los derechos humanos de esos homo sapiens de piel canela que muy a pesar de Hegseth y de Trump, son tan seres humanos como ellos.
Por estos lados la única que ha saltado de alegría parece ser la Nobel de la Paz 2025, la pretendidamente heroica María Corina Machado, una de las principales instigadoras de una invasión criminal de los EEUU a su tierra natal, Venezuela-.
Pero lo sucedido con los dos sobrevivientes pulverizados constituye ni más ni menos un crimen de guerra que, tarde o temprano, tendrá que ser juzgado y sancionado por las autoridades correspondientes.
Está claro que la situación del señor Trump en su país no es nada boyante: Desde el comienzo de su mandato se divorció con celeridad de sus bases electorales y de toda la ciudadanía al basar su gestión comercial internacional en la imposición de aranceles que a la postre venían a ser cancelados como un impuesto más por los consumidores norteamericanos, ante la imposibilidad de sustituir a los proveedores de muchos de los productos gravados. Esto generó un aumento de la inflación, un desbocamiento de los precios de productos de primera necesidad y, por consiguiente, la ira de socios comerciales y ciudadanía.
El presunto gran negociador, al parecer experto en quiebras, consiguió, aparte de lo enunciado arriba, que muchos países empezaran a buscar nuevos mercados para sus productos y, en retaliación, dejaran de comprar productos gringos. El resultado: cosechas perdidas, campos abandonados y devastados. Adicionalmente, como si fuera poco, atendiendo a su promesa de acabar a como dé lugar con la inmigración, sobre todo la procedente de países más abajo del rio Bravo, inició una ordalía de persecución y arrestos en contra de todo aquel que hablara español o tuviera un tono canela en su piel, lo que generó que los trabajadores que habitualmente asumían las tareas que por mal pagas y difíciles no hacían los ciudadanos estadunidenses, se escondieran, huyeran o fueran deportados.
En fin, el gran transformador supremacista y racista consiguió lo que nadie logró antes: Erosionar la economía de los EEUU, quebrar la ilusión de la tal tierra de promisión, destruir la agricultura, los servicios básicos y el turismo en esa gran tierra.
Revelaciones posteriores lograron sacar a la superficie una frase lapidaria presuntamente pronunciada por el señor Peter Hegseth, respecto de las víctimas de la fatídica lancha con 11 ocupantes: “Mátenlos a todos”.
¿Qué más se puede decir al respecto?
Está claro que los EEUU están siendo gobernados por una cuadrilla de asesinos.
CARLOS FAJARDO
PARA PRENSA MERCOSUR
