
(Una metáfora sencilla para una vida más sabia y en paz)
Hay una imagen muy popular en WhatsApp: los tres monos. Uno se tapa la boca, otro se tapa los ojos y otro se tapa los oídos. A simple vista parece un chiste tierno o una ocurrencia graciosa. Pero si la miras con calma, esa imagen encierra una enseñanza profunda: la felicidad no siempre se alcanza haciendo más… sino aprendiendo a detenerse a tiempo.
Porque muchas veces no perdemos la paz por lo que pasa afuera, sino por lo que reaccionamos; lo que decimos impulsivamente, lo que miramos con obsesión, lo que escuchamos y dejamos que se quede viviendo dentro de nosotros.
Imitar a los monos no es “ignorar la vida”, es proteger el corazón con inteligencia emocional.
1) Cerrar la boca cuando estás molesto.
Para evitar decir palabras hirientes de las que luego tengas que arrepentirte.
Cuando estamos molestos, el cuerpo entra en “modo defensa”. Aumenta la tensión, la mente se acelera, la emoción toma el timón. Y en ese estado, hablar puede convertirse en un arma.
En psicología, muchas heridas no vienen de los problemas… sino de cómo los expresamos. Porque una frase dicha desde la rabia puede tardar segundos en salir, pero puede tardar años en borrarse del corazón del otro.
Cerrar la boca, entonces, no es represión. Es autorregulación.
Es elegir el silencio como un “puente” para volver a ti.
Es entender que no toda verdad debe decirse en medio del incendio.
Es recordar que la emoción pide salida, pero la sabiduría pide tiempo.
A veces, el acto más amoroso no es ganar la discusión, sino evitar destruir el vínculo.
La inteligencia emocional se nota cuando puedes decir:
“Estoy molesto, pero no quiero herirte. Dame un momento.”
Y eso, en sí mismo, ya es un tipo de felicidad: la tranquilidad de no haberte traicionado.
2) Cerrar los ojos.
Para no mirar nada que te robe la paz
Hoy vivimos en una época donde lo que vemos nos persigue: redes, comparaciones, noticias, vidas editadas, imágenes que despiertan ansiedad, envidia o frustración.
Cerrar los ojos es una metáfora de poner límites a lo que consumes.
Porque no todo lo que existe merece un lugar en tu mente.
No necesitas mirar lo que te provoca inseguridad.
No tienes que quedarte viendo lo que alimenta tus heridas.
No tienes por qué observar cada detalle de la vida de otros como si fuera un examen de tu valor.
Psicológicamente, mirar de más puede convertirse en una forma de autosabotaje: “Me expongo a lo que me duele y luego me pregunto por qué estoy mal.”
Cerrar los ojos, es decir: “Esto no me nutre. Esto no me hace bien. Esto no va conmigo.” Y desde una mirada espiritual, cerrar los ojos también es volver a la visión interna.
Porque hay una verdad: cuando solo miras afuera, te pierdes.
Cuando aprendes a mirar adentro, te encuentras.
La paz es un jardín delicado. No se mantiene con fuerza, se mantiene con cuidado.
3) Taparse los oídos.
Para no escuchar palabras hirientes, desmotivadoras o que no te quieran bien. Hay palabras que no son consejos: son veneno.
Hay opiniones que no son sinceridad: son proyecciones.
Y hay voces que no quieren ayudarte: quieren disminuirte.
Taparse los oídos es aprender a filtrar.
No significa aislarse del mundo. Significa elegir qué permites que entre a tu alma.
Porque la palabra tiene un poder inmenso:
puede ser hogar… o puede ser herida.
Psicológicamente, lo que escuchamos repetidamente se convierte en un guion interno. Si escuchas “no puedes”, “no sirves”, “no vas a lograrlo”, tu mente empieza a creerlo incluso cuando es mentira.
Taparse los oídos, es decir:
“Yo no soy el basurero emocional de nadie.”
“Yo no tengo que cargar con frases dichas desde el dolor ajeno.”
“Yo elijo escuchar lo que me construye.”
Y espiritualmente, esto es clave:
no toda voz viene del amor.
La paz también se protege aprendiendo a distinguir qué energía trae cada palabra.
A veces, el acto más sagrado es alejarte de conversaciones que te apagan.
La clave: actuar con inteligencia.
La felicidad no es ausencia de problemas, es sabiduría para responder
La imagen de los monos no es para volverte indiferente. Es para volverte consciente. Porque la vida seguirá trayendo situaciones difíciles… pero tú puedes elegir tu respuesta.
Y ahí está la verdadera libertad:
no controlas todo lo que ocurre, pero sí puedes controlar:
sí hablas desde la herida o desde la calma
si te expones a lo que te daña o si te cuidas
sí recibes cualquier palabra o si seleccionas tu alimento emocional
Actuar con inteligencia es no reaccionar como impulso, sino como propósito.
Es elegir paz antes que victoria.
Es elegir dignidad antes que ego.
Es elegir tu bienestar antes que la necesidad de tener razón.
La paz también es una decisión diaria.
La felicidad, en el fondo, no es un estado perfecto. Es una práctica.
Una manera de caminar la vida con más conciencia.
Y sí: a veces ser feliz se parece mucho a esos monos de WhatsApp.
Cerrar la boca cuando el corazón está hirviendo, para no romper con palabras lo que después no podrás pegar.
Cerrar los ojos ante lo que alimenta la comparación, el miedo o la ansiedad, porque no todo lo visible merece tu energía.
Taparte los oídos ante lo que te hiere, te desanima o te contamina, porque tu alma también necesita filtro.
Y entonces ocurre algo hermoso:
cuando aprendes a cuidar lo que dices, lo que miras y lo que escuchas…
empiezas a cuidar también lo que sientes.
Y cuando cuidas lo que sientes, te vuelves más liviano.
Más libre.
Más tú.
Desde lo espiritual, esto es madurez del alma:
no reaccionar desde la sombra, sino responder desde el amor.
No vivir en guerra interna, sino en reconciliación contigo mismo.
Porque la paz no llega cuando el mundo se acomoda.
La paz llega cuando tú aprendes a decir:
“Esto no me conviene.”
“Esto no me define.”
“Esto no entra a mi corazón.”
Y ahí, justo ahí… empieza la felicidad.
“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.» Isaías 4:10 (RVR1960)
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