
A solo días de una firma histórica que llevaba más de dos décadas negociándose, el gobierno francés ha pedido oficialmente posponer la rúbrica del tratado de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur. Con el argumento de proteger a sus agricultores, París exige garantías que podrían descarrilar el pacto comercial más ambicioso de la historia de ambos bloques.
En un giro de última hora que ha tensado los nervios en Bruselas y las capitales sudamericanas, Francia ha levantado la mano para frenar uno de los proyectos comerciales más emblemáticos de las últimas décadas. El pasado domingo 14 de diciembre, el gobierno del primer ministro Sébastien Lecornu solicitó formalmente a la Unión Europea que “pospongan los plazos de diciembre” previstos para la firma del acuerdo con el Mercosur. La razón, según París, es que “no están dadas las condiciones” para una votación de los Estados miembros, ya que se requiere más trabajo para obtener “medidas de protección legítimas de nuestra agricultura europea”.
Esta petición llega en la semana decisiva. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, tenía previsto viajar a Brasil para firmar el tratado el próximo sábado 20 de diciembre, durante la cumbre del Mercosur en Foz do Iguazú. Para ello, el bloque europeo necesita el visto bueno de los Estados miembro en una reunión crítica que tendrá lugar entre el 18 y el 19 de diciembre. Francia, líder de un grupo de países reticentes, amenaza con convertir esa aprobación en una misión imposible.
Un acuerdo de proporciones históricas
La magnitud de lo que está en juego es colosal. El acuerdo UE-Mercosur, cuya negociación política se cerró en diciembre de 2024 y fue formalmente propuesto por la Comisión Europea en setiembre de 2025, aspira a crear la mayor zona de libre comercio del mundo. Un mercado común que abarcaría a 722 millones de personas y un PIB combinado de 22 billones de dólares.
El pacto eliminaría aranceles para el 91% del comercio bilateral, abriendo mercados masivos para ambos bloques. Para la UE, significaría una vía de exportación privilegiada para sus automóviles, maquinaria, productos químicos y vinos hacia Sudamérica. Para los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), facilitaría la entrada de sus productos agrícolas estrella –como carne bovina, aves de corral, azúcar, soja y etanol– al mercado europeo. La Comisión Europea estima que el acuerdo ahorraría a las empresas más de 4000 millones de euros anuales en aranceles.
Las negociaciones, sin embargo, han sido una maratón de 25 años, llena de avances y retrocesos. Tras un “acuerdo de principio” histórico en junio de 2019, el proceso se estancó repetidamente por las reticencias de algunos países europeos, con Francia a la cabeza. El contexto geopolítico actual, marcado por la guerra comercial impulsada por el expresidente estadounidense Donald Trump, había añadido una urgencia renovada para cerrar el pacto y buscar aliados comerciales alternativos.
El muro francés: tres condiciones innegociables
La oposición francesa no es nueva, pero se ha vuelto más firme y pública a medida que se acercaba la fecha de la firma. El gobierno de Emmanuel Macron ha articulado su rechazo en tres exigencias concretas que, según alega, aún no se han cumplido satisfactoriamente.
- Cláusulas de salvaguardia “sólidas y operativas”: Francia exige mecanismos legales eficaces que permitan suspender temporalmente las importaciones preferenciales de productos sensibles si causan un daño grave al mercado europeo.
- Aplicación de las mismas normas (“cláusulas espejo”): París demanda que los productos importados del Mercosur cumplan los mismos estándares sanitarios, ambientales y de bienestar animal que se exigen a los agricultores europeos.
- Controles efectivos en las importaciones: el gobierno francés insiste en la necesidad de establecer controles fronterizos rigurosos para verificar el cumplimiento de las normas.
“En su forma actual, el tratado no es aceptable”, declaró rotundamente el ministro de Economía y Finanzas, Roland Lescure, en una entrevista el mismo 14 de diciembre. Horas antes, la ministra de Agricultura, Annie Genevard, había sido aún más gráfica: “Las exigencias de Francia están lejos de ser aceptadas. Y un acuerdo que exponga a nuestros agricultores no es posible”.
Esta postura tiene un electorado muy concreto: los agricultores franceses. El sector agropecuario galo, ya movilizado por otras crisis como la de la dermatosis nodular contagiosa que obliga al sacrificio de rebaños, ve en el acuerdo una amenaza existencial. Temen que su mercado sea “inundado” por carne sudamericana más barata, producida, en su opinión, con estándares menos estrictos en el uso de hormonas y antibióticos, lo que constituiría una competencia desleal.
Las salvaguardias: ¿solución o cortina de humo?
En un intento por calmar estos temores, la Comisión Europea presentó en octubre de 2025 un anexo al acuerdo con un “mecanismo de seguimiento reforzado” que incluye cláusulas de salvaguardia específicas para 23 productos sensibles. Estas medidas, descritas por la Comisión como “las más completas y ambiciosas hasta ahora”, permitirían suspender los aranceles preferenciales por hasta cuatro años si un producto sufre una caída del 10% en su precio en el mercado europeo.
Sin embargo, para los críticos franceses y para algunos sectores del Mercosur, estas salvaguardias son insuficientes o incluso un arma de doble filo. Desde París se argumenta que los mecanismos deben ser más ágiles y automáticos. Desde Sudamérica, se percibe como una herramienta unilateral que consolida una relación asimétrica. “En una relación tan asimétrica, es bastante ingenuo o demasiado cínico pensar que los países en desarrollo podemos establecer salvaguardas contra los países de la UE”, criticó Marita González, representante argentina, en diálogo con DW.
Un mapa europeo dividido
Francia no está sola en sus reticencias, pero tampoco representa una posición unánime en la UE. Países como Austria, Irlanda, Bélgica y Polonia también han expresado preocupaciones, especialmente relacionados con el impacto en sus sectores agrícolas.
Frente a ellos, se alinea un grupo de naciones firmemente a favor del acuerdo, liderado por Alemania y España. Berlín dio su “luz verde” oficial el 10 de diciembre, destacando que el pacto ofrece a sus pequeñas y medianas empresas “una entrada a un mercado de más de 260 millones de personas” y fomenta cadenas de suministro más resilientes. Para Alemania, potencia exportadora, el acceso a los mercados sudamericanos para sus vehículos y maquinaria es un objetivo estratégico claro.
España y los países nórdicos también son partidarios acérrimos, viendo en el acuerdo una oportunidad para diversificar sus economías y compensar las pérdidas comerciales causadas por los aranceles de Trump. Esta división configura un escenario complejo para lograr la “mayoría calificada” necesaria en el Consejo de la UE para autorizar la firma.
La frustración sudamericana y el reloj de Lula
Al otro lado del Atlántico, la reacción es de profunda frustración mezclada con una urgencia política tangible. El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, había anunciado con orgullo en noviembre que el acuerdo se firmaría el 20 de diciembre, posiblemente en Brasilia o Foz do Iguaçu. Para Lula, cerrar este pacto bajo la presidencia rotatoria brasileña del Mercosur, que termina a fin de año, sería un logro diplomático de primer orden de cara a las elecciones de 2026.
“No estoy negociando con Francia. Estoy negociando con la Unión Europea”, declaró Lula con evidente fastidio durante la cumbre del G20 en Sudáfrica, dejando claro que no aceptaría reabrir las negociaciones bilaterales con París. Su postura refleja el agotamiento de un proceso que se arrastra por décadas y la percepción de que las objeciones francesas responden más a un cálculo político interno que a argumentos comerciales sólidos.
La incertidumbre generada por el veto francés no solo pone en riesgo la agenda de Lula, sino también la planificación económica de los cuatro países del Mercosur, que cuentan con el acuerdo para impulsar sus exportaciones y atraer inversiones europeas, cuyo stock ya supera los 390.000 millones de euros.
¿Último obstáculo o fin de la línea?
La petición de Francia de posponer la firma hasta obtener garantías “concretas, precisas y operativas” coloca al acuerdo UE-Mercosur en su momento más crítico. Los próximos días serán decisivos. El martes 16 de diciembre, el Parlamento Europeo votará sobre las medidas de salvaguardia, una decisión que podría, en teoría, satisfacer parte de las demandas francesas. Inmediatamente después, los líderes europeos se reunirán en Bruselas para intentar destrabar la situación.
El dilema es profundo. Ceder a todas las exigencias de París podría hacer el acuerdo inaceptable para el Mercosur o diluir su esencia liberalizadora. Ignorarlas, sin embargo, podría costar el veto francés y el de sus aliados, hundiendo un proyecto de integración transatlántico de proporciones históricas.
Más allá de las cifras macroeconómicas, este pulso final refleja la tensión eterna entre la apertura comercial y la protección de los sectores sensibles, entre la geopolítica y la política doméstica. Después de 25 años de negociaciones, el destino del mayor acuerdo comercial del mundo pende de un hilo, y su futuro inmediato se decide no en los despachos de Bruselas o Brasilia, sino en los campos y las calles de Francia.
Redacción
Fuente de esta noticia: https://www.xn--lamaana-7za.uy/internacional/el-acuerdo-ue-mercosur-en-suspenso-por-el-veto-de-francia
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