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El día avanza en Oslo con una mezcla de expectación, alivio y silencio diplomático. María Corina Machado, figura central de la oposición venezolana y galardonada con el Premio Nobel de la Paz, ya se encuentra en ruta hacia la capital noruega, aunque no ha logrado llegar a tiempo para ocupar su lugar en el histórico escenario donde hoy se le reconoce por su lucha incesante en favor de las libertades en Venezuela. Su ausencia física contrasta con la contundencia de su presencia política: el mensaje que envía desde la clandestinidad ha resonado con más fuerza que cualquier discurso.
La incertidumbre que rodeaba las últimas horas —cuando incluso el Instituto Nobel admitió no conocer con precisión su ubicación— da un vuelco este miércoles. Los organizadores confirman que Machado está a salvo, protegida en un traslado que describen como una decisión extrema, tomada en un contexto de riesgo real. Aunque no logra llegar a tiempo a la ceremonia en el ayuntamiento de Oslo, su voz y su causa cruzan el umbral del salón principal a través de su hija, Ana Corina Sosa Machado, quien recibe el galardón en su nombre y lee una carta escrita por su madre para esta ocasión. La ovación con la que es recibida confirma que el simbolismo de este premio supera cualquier frontera geográfica.
La presencia del rey Harald, la reina Sonja y líderes latinoamericanos como Javier Milei y Daniel Noboa subraya la trascendencia del acto. Durante días, la pregunta dominante fue si Machado conseguiría burlar la vigilancia del régimen venezolano para llegar a Noruega. La respuesta final combina la realidad política del país que deja atrás y la determinación de la mujer que, desde 2013, se ha convertido en la voz más incómoda y persistente para el gobierno de Nicolás Maduro.
A Machado no se le ve en público desde el 9 de enero, cuando lideró una multitudinaria manifestación en Caracas coincidiendo con la controvertida juramentación de Maduro para un tercer mandato. Desde finales del año pasado vive en la clandestinidad, tras intensificarse la represión que dejó miles de detenidos y decenas de dirigentes opositores encarcelados. Su salida de Venezuela, según fuentes oficiales del propio gobierno, no ocurre de forma improvisada sino mediante una operación discreta, protegida por mecanismos diplomáticos que las autoridades venezolanas critican abiertamente. En Caracas, el fiscal general la ha calificado de “fugitiva”; mientras que altos voceros del chavismo ironizan sobre su partida, atribuyéndola a “logística de manual”.
Aun así, el trasfondo de su persecución no es nuevo. Desde 2014 pesa sobre ella una prohibición judicial de salida del país, emitida tras las protestas de aquel febrero que marcaron un punto de inflexión en la política venezolana. A pesar de que nunca fue procesada penalmente, la medida se mantiene intacta, convirtiéndose en un instrumento para limitar su acción internacional. Incluso cuando fue electa candidata unitaria de la oposición en 2023, el gobierno impidió su participación en las presidenciales de 2024, una elección cuyos resultados la oposición desconoce y en la que sostiene que su candidato, Edmundo González Urrutia, obtuvo una victoria contundente que nunca fue reconocida por el Consejo Nacional Electoral.
Hoy, su nombre cruza un umbral histórico: es la primera venezolana en alzarse con el Nobel de la Paz. Cuando recibió la noticia meses atrás, reaccionó con una mezcla de incredulidad y gratitud, atribuyendo el reconocimiento no a un mérito personal sino al empeño de una sociedad que ha insistido en la libertad como única vía posible. Por eso su hija, al tomar el premio en Oslo, no solo representa a Machado, sino a millones de venezolanos que han visto en ella una insistencia moral que se niega a ceder.
La ceremonia avanza sin su protagonista en el escenario, pero no sin su esencia. La carta que envía, leída con voz firme por su hija, refleja la convicción que ha guiado toda su trayectoria: que ningún poder es eterno, que ninguna represión consigue anular un país entero, y que la justicia, aunque se demore, termina encontrando su momento.
Mientras Oslo se convierte en el epicentro de la noticia global, Machado se acerca a la ciudad bajo estrictas reservas. Su llegada física es cuestión de horas, pero su llegada simbólica, convertida hoy en un acto irrebatible, ya está consolidada. El Nobel de la Paz no solo marca un capítulo en su biografía: redefine el lugar de Venezuela en el debate internacional sobre democracia, resistencia y futuro.
carloscastaneda@prensamercosur.org
