
El cáncer es una de las palabras que más miedo genera, pero también es cierto que hoy sabemos mucho más sobre la enfermedad, cómo se origina, qué tipos existen y qué se puede hacer para prevenirla y tratarla mejor. Gracias a décadas de investigación, detección precoz y nuevos tratamientos, cada vez más personas viven muchos años y con buena calidad de vida después de un diagnóstico de cáncer.
Entender bien qué es el cáncer ayuda a tomar decisiones informadas, a perder parte del miedo y a reconocer antes los posibles síntomas. A lo largo de este artículo vas a encontrar una explicación clara y a la vez detallada sobre qué es el cáncer, cómo se forma, qué factores aumentan el riesgo, cuáles son los síntomas y complicaciones más habituales, cómo se puede prevenir y qué opciones terapéuticas existen hoy en día.
¿Qué es el cáncer? Definición básica y cómo se comportan las células
Cuando hablamos de cáncer no nos referimos a una sola enfermedad, sino a un conjunto muy amplio de trastornos en los que algunas células del organismo dejan de comportarse de forma normal. En lugar de dividirse y morir cuando toca, esas células se multiplican sin control, no respetan los límites de los tejidos y pueden llegar a invadir zonas vecinas u órganos lejanos.
En condiciones normales, las células del cuerpo siguen un ciclo muy ordenado: nacen, cumplen su función, se dividen un número limitado de veces y, cuando ya no sirven o están dañadas, se autodestruyen mediante un mecanismo llamado apoptosis (muerte celular programada). Este equilibrio permite que los tejidos se renueven sin crecer de más.
En el cáncer ese equilibrio se rompe. Las células dañadas no se eliminan como deberían y, además, comienzan a generar copias de sí mismas de manera descontrolada. Con el tiempo, esta acumulación de células anómalas puede formar un bulto o masa de tejido que conocemos como tumor o neoplasia. Muchos cánceres se manifiestan como tumores sólidos, aunque otros, como las leucemias, no forman masas, sino que afectan a la sangre y la médula ósea.
Es importante distinguir entre tumor benigno y maligno. Un tumor benigno está formado por células que, aunque crecen más de lo habitual, no invaden tejidos cercanos ni se extienden a otras partes del cuerpo. Suelen crecer despacio y, si se operan, rara vez vuelven a aparecer. Los tumores malignos, en cambio, tienen capacidad de infiltrar estructuras vecinas y de diseminarse a distancia, y eso es precisamente lo que llamamos cáncer.
La propagación del cáncer a otras zonas del organismo se conoce como metástasis. Las células malignas pueden desprenderse del tumor original, viajar por la sangre o la linfa y fijarse en otro órgano, donde vuelven a multiplicarse y formar nuevos tumores. Aunque esos tumores se localicen en otro sitio, mantienen el mismo tipo de célula de origen: por ejemplo, un cáncer de mama con metástasis en pulmón sigue siendo un cáncer de mama metastásico, no un cáncer de pulmón nuevo.
Diferencias entre células normales y células cancerosas

Las células cancerosas se comportan de forma muy distinta a las células sanas. No solo crecen más, sino que también ignoran muchas de las señales que regulan el funcionamiento normal de los tejidos. Estas son algunas de las diferencias más relevantes que se han observado:
- Formación sin permiso: las células normales solo se dividen cuando reciben señales específicas que lo indican; las células cancerosas empiezan a multiplicarse sin que nadie “les dé la orden”.
- Ignoran las órdenes de parar: las células sanas dejan de dividirse cuando han ocupado el espacio que les corresponde; las cancerosas no hacen caso a las señales que frenan el crecimiento.
- No respetan la muerte celular programada: las células dañadas suelen activan la apoptosis y desaparecen; las células malignas desactivan este mecanismo y siguen vivas cuando deberían morir.
- Invaden y se desplazan: las células normales permanecen en su sitio; las cancerosas rompen las barreras que las rodean, se meten en tejidos vecinos y pueden entrar en vasos sanguíneos y linfáticos para emigrar a otras zonas.
- Secuestran vasos sanguíneos: los tumores malignos pueden estimular la formación de nuevos vasos sanguíneos a su alrededor (angiogénesis) para asegurarse un suministro extra de oxígeno y nutrientes.
- Se ocultan del sistema inmunitario: el sistema defensivo del organismo suele eliminar células anómalas, pero las células tumorales aprenden a camuflarse o a manipular las defensas para que no las ataquen, e incluso para que las protejan, por ejemplo a través de exosomas.
- Acumulan cambios genéticos y cromosómicos: es frecuente que las células cancerosas tengan cromosomas con partes repetidas o que faltan, e incluso el doble de material genético de lo normal.
- Usan la energía de forma distinta: muchas células malignas dependen de vías metabólicas alternativas que les permiten obtener energía rápidamente y favorecer su crecimiento acelerado.
Estas peculiaridades de las células tumorales se han convertido en dianas terapéuticas. Muchos fármacos modernos intentan bloquear específicamente alguno de estos puntos débiles, como la formación de nuevos vasos sanguíneos o determinadas alteraciones moleculares de la célula cancerosa, dañando lo mínimo posible a las células sanas.
Cómo se origina el cáncer: mutaciones y tipos de genes implicados
El cáncer es, en esencia, una enfermedad genética. No significa que siempre sea hereditaria, sino que aparece cuando se producen cambios (mutaciones o variantes) en los genes que regulan cómo crecen, se dividen y se reparan las células. Estos genes forman parte del ADN, el “manual de instrucciones” que cada célula lleva dentro del núcleo.
Las mutaciones pueden aparecer por muchos motivos. A veces son errores espontáneos que surgen al copiar el ADN cuando la célula se divide; en otras ocasiones se deben a la exposición a sustancias cancerígenas, radiaciones o infecciones, o se heredan de los progenitores. En condiciones normales, las células detectan estos fallos y los reparan o activan la apoptosis si el daño es irreparable. Pero con la edad, y por la acumulación de agresiones, esos mecanismos de vigilancia se vuelven menos eficaces.

Los genes que suelen estar alterados en el cáncer se agrupan en tres grandes tipos:
- Protooncogenes: son genes que, en situación normal, estimulan el crecimiento celular de forma controlada. Cuando sufren ciertas mutaciones o se activan en exceso, se convierten en oncogenes y empujan a las células a dividirse sin freno y a sobrevivir cuando no deberían.
- Genes supresores de tumores: actúan como frenos del ciclo celular. Detienen la división cuando detectan problemas y pueden desencadenar la apoptosis. Si estos genes pierden su función por mutaciones, las células dejan de recibir señales de “alto” y el crecimiento se vuelve descontrolado.
- Genes de reparación del ADN: se encargan de localizar y corregir errores en el material genético. Cuando fallan, se acumulan más mutaciones en otros genes, incluidos protooncogenes y genes supresores, lo que facilita el desarrollo del cáncer.
Cada tumor tiene su combinación propia de alteraciones genéticas. Incluso dentro de un mismo tumor pueden coexistir subpoblaciones de células con cambios diferentes, lo que explica en parte por qué algunos cánceres responden muy bien a un tratamiento y otros, aparentemente similares, lo hacen peor.
¿Qué causa las mutaciones que llevan al cáncer?
No hay una única causa de cáncer, sino una mezcla de factores que incrementan la probabilidad de acumular mutaciones peligrosas. Podemos agruparlos en grandes bloques: factores hereditarios, ambientales, relacionados con el estilo de vida e infecciosos.
Las mutaciones heredadas representan un porcentaje pequeño de todos los cánceres, pero son muy importantes en ciertos tipos, como algunos tumores de mama, ovario, colon o próstata. En estos casos, la persona nace con una alteración en un gen clave (por ejemplo, BRCA1 o BRCA2) que no garantiza que vaya a desarrollar un cáncer, pero sí aumenta mucho el riesgo a lo largo de la vida.
La mayoría de mutaciones se adquieren tras el nacimiento. Aquí entran en juego exposiciones como el tabaco, la radiación ultravioleta del sol, determinados productos químicos (amianto, benceno, aflatoxinas, arsénico), la contaminación ambiental o las radiaciones ionizantes utilizadas de forma inadecuada.

El estilo de vida también marca la diferencia. El consumo excesivo de alcohol, una alimentación pobre en frutas y verduras y rica en carnes procesadas, el sobrepeso u obesidad, la inactividad física y la exposición solar sin protección se han asociado repetidamente con un mayor riesgo de varios tipos de cáncer.
Las infecciones crónicas son otro factor clave en muchos países. Algunos virus y bacterias se consideran agentes oncogénicos, como el virus del papiloma humano (VPH) para el cáncer de cuello de útero y otros cánceres anogenitales y de orofaringe, el virus de la hepatitis B y C para el cáncer de hígado, Helicobacter pylori para el cáncer gástrico o el virus de Epstein-Barr y el VIH para determinados linfomas y sarcomas.
Factores de riesgo: quién tiene más probabilidades de desarrollar cáncer
Cualquiera puede desarrollar un cáncer, pero no todas las personas tienen el mismo riesgo. Hay factores que no se pueden modificar y otros sobre los que sí se puede actuar cambiando hábitos o reduciendo exposiciones.
La edad es uno de los determinantes más importantes. El cáncer suele tardar años o décadas en aparecer, porque necesita que se acumulen múltiples mutaciones y fallos en los sistemas de reparación celular. Por eso la mayoría de diagnósticos se dan en personas mayores de 65 años, aunque la enfermedad también puede aparecer en la infancia, adolescencia o edad adulta joven.
Los antecedentes familiares influyen, pero no lo son todo. Tener varios familiares cercanos con el mismo tipo de cáncer, especialmente diagnosticados a edades tempranas, puede sugerir la presencia de un síndrome hereditario. En esos casos, a veces se recomienda realizar estudios genéticos para valorar el riesgo y establecer estrategias de vigilancia más estrechas.
Algunas enfermedades crónicas aumentan el riesgo. Por ejemplo, la colitis ulcerosa y otras formas de inflamación intestinal crónica favorecen el desarrollo de cáncer colorrectal si no se controlan bien. Ciertas alteraciones hormonales prolongadas también se han relacionado con tumores dependientes de hormonas, como algunos cánceres de mama o endometrio.
El entorno laboral y doméstico puede contener carcinógenos. El humo de segunda mano en lugares donde se fuma, el amianto en edificios antiguos, disolventes o hidrocarburos en determinados trabajos industriales o la exposición a radón en viviendas mal ventiladas son ejemplos conocidos de riesgos ambientales relacionados con el cáncer.
Síntomas y signos de alerta del cáncer
Los síntomas del cáncer dependen enormemente de la localización, el tipo de tumor y su extensión. En fases iniciales muchos cánceres apenas provocan molestias, lo que explica por qué a menudo se detectan gracias a programas de cribado o pruebas realizadas por otro motivo.
Aun así, hay una serie de signos generales que, si persisten, conviene comentar con el médico, ya que pueden estar relacionados con diversos tipos de cáncer (aunque la mayoría de las veces tengan causas benignas):
- Cansancio intenso o fatiga que no mejora con el descanso.
- Pérdida de peso involuntaria y rápida, sin cambios en la dieta ni en la actividad.
- Bultos o endurecimientos palpables debajo de la piel, por ejemplo en mamas, cuello, axilas o testículos.
- Cambios llamativos en la piel: color amarillento, oscurecimiento, enrojecimiento persistente, heridas que no cicatrizan o modificaciones en lunares existentes.
- Alteraciones del hábito intestinal o urinario: diarrea o estreñimiento persistentes, sangre en heces u orina, necesidad de orinar con mucha frecuencia o dolor al hacerlo.
- Tos persistente, ronquera o dificultad para respirar sin causa clara.
- Dificultad para tragar o sensación de que la comida se queda atascada.
- Indigestión o malestar abdominal que no se resuelve con medidas habituales.
- Dolor muscular o articular continuo, sin lesión evidente.
- Fiebre prolongada o sudores nocturnos intensos sin infección aparente.
- Sangrados o moratones sin explicación clara.

También hay síntomas más específicos según el órgano afectado: un bulto nuevo en la mama, un cambio en un lunar, sangrado vaginal fuera de lo normal, sangre al toser, dolores de cabeza persistentes con alteraciones neurológicas, entre otros. La clave está en estar atento a cambios que se mantienen en el tiempo y consultar sin retraso.
No es recomendable esperar a tener dolor para acudir al profesional sanitario. Muchos cánceres no duelen en fases tempranas, y precisamente esas fases son en las que el tratamiento tiene más probabilidades de curar la enfermedad o controlarla durante muchos años.
Tipos de cáncer y clasificación de los tumores
Existen más de 100 tipos diferentes de cáncer, que suelen recibir el nombre del órgano o tejido donde se originan (pulmón, mama, colon, próstata, encéfalo, piel, etc.). Además, se clasifican según el tipo de célula de la que proceden y según sus características microscópicas y moleculares.
De forma general, se agrupan en varias grandes categorías:
Carcinomas
Los carcinomas son los cánceres más frecuentes. Nacen en las células epiteliales, que recubren la superficie de la piel y el interior de órganos y cavidades. Dentro de este grupo hay subtipos según la célula de origen:
- Adenocarcinoma: aparece en células que producen moco o líquidos, típicas de tejidos glandulares. Muchos cánceres de mama, colon, próstata o páncreas son adenocarcinomas.
- Carcinoma de células basales: se origina en la capa basal de la epidermis, la capa más profunda de la piel.
- Carcinoma de células escamosas: surge en células planas que tapizan la superficie de la piel y el interior de órganos como esófago, pulmón o vejiga.
- Carcinoma de células transicionales: procede del urotelio, el epitelio elástico que recubre vejiga, uréteres y parte de los riñones.
Sarcomas
Los sarcomas se forman en los tejidos de soporte del cuerpo, como huesos, músculos, tejido graso, vasos sanguíneos, vasos linfáticos o tendones. El osteosarcoma es el sarcoma óseo más habitual, mientras que entre los sarcomas de partes blandas destacan el leiomiosarcoma, el liposarcoma o el sarcoma de Kaposi.
Leucemias
Las leucemias son cánceres de la médula ósea y la sangre. No forman tumores sólidos, sino que se caracterizan por una producción descontrolada de glóbulos blancos anómalos que desplazan a las células sanguíneas normales, provocando anemia, infecciones frecuentes o problemas de sangrado. Se suelen clasificar en agudas o crónicas, y en mieloides o linfoides, según el tipo de célula afectada y la velocidad de progresión.
Linfomas
Los linfomas afectan a los linfocitos, un tipo de glóbulo blanco fundamental para la defensa inmunitaria. Pueden presentarse como ganglios linfáticos aumentados de tamaño u otras masas en órganos del sistema linfático. Hay dos grandes grupos: linfoma de Hodgkin (caracterizado por las células de Reed-Sternberg) y linfomas no Hodgkin, que abarcan un abanico amplio de subtipos de crecimiento lento o rápido.
Mieloma múltiple
El mieloma múltiple es un cáncer de las células plasmáticas, encargadas de producir anticuerpos. Estas células se acumulan en la médula ósea y forman lesiones en los huesos, lo que provoca dolor óseo, fracturas, anemia, infecciones y alteraciones renales.
Melanoma y otros tumores especiales
El melanoma se origina en los melanocitos, las células que producen el pigmento de la piel. Aunque es menos frecuente que otros cánceres cutáneos, es mucho más agresivo y tiene alta capacidad de metástasis si no se detecta a tiempo. También puede aparecer en zonas pigmentadas como el ojo.
Existen además tumores de células germinales (que dan lugar a óvulos o espermatozoides) y tumores neuroendocrinos, que se forman en células capaces de producir hormonas en respuesta a señales nerviosas. Algunos tumores neuroendocrinos de crecimiento lento, como ciertos tumores carcinoides del aparato digestivo, pueden secretar sustancias que causan el llamado síndrome carcinoide.
Cambios no cancerosos que conviene vigilar
No todos los cambios en los tejidos son cáncer, pero algunos pueden ser precursores. Los patólogos utilizan términos específicos para describir estos estados intermedios cuando analizan biopsias al microscopio.
La hiperplasia es un aumento del número de células en un tejido, pero manteniendo un aspecto celular normal y una arquitectura conservada. Suele ser una respuesta reversible a estímulos como la irritación o la inflamación. Aunque no es cáncer, en determinados contextos puede requerir control periódico.
La displasia implica un grado mayor de anormalidad. También hay más células de lo habitual, pero estas ya se ven alteradas y el tejido pierde parte de su organización. Algunas displasias pueden progresar con el tiempo hacia cáncer, por lo que a menudo se vigilan o tratan. Un ejemplo son los nevos displásicos (lunares atípicos) que, en un porcentaje pequeño, pueden evolucionar a melanoma.
El carcinoma in situ se considera una lesión muy avanzada pero aún localizada. Las células ya tienen características malignas, pero permanecen confinadas en la capa donde se originaron y no han invadido tejidos vecinos. Aunque a veces se le llama “estadio 0”, se suele tratar de forma activa porque puede progresar a cáncer invasivo si se deja evolucionar.
Complicaciones asociadas al cáncer y a sus tratamientos
El cáncer no solo implica la presencia de un tumor o células anómalas, sino que puede desencadenar muchas complicaciones en el organismo, tanto por la propia enfermedad como por los tratamientos necesarios para combatirla.
El dolor es una de las complicaciones más temidas, aunque no todos los cánceres duelen. Puede deberse a la presión del tumor sobre nervios, huesos u órganos, o a efectos secundarios de cirugías, radioterapia o determinados fármacos. Por suerte, hoy existen múltiples estrategias farmacológicas y no farmacológicas para controlarlo de forma eficaz en la mayoría de los casos.
La fatiga intensa es muy frecuente. Puede estar relacionada con la propia enfermedad, con la anemia, con la malnutrición o con tratamientos como la quimioterapia y la radioterapia. Aunque suele mejorar con el tiempo, puede limitar mucho la vida diaria mientras dura.
Otros efectos comunes son las náuseas, la diarrea o el estreñimiento, derivados de la afectación directa del aparato digestivo o de la toxicidad de los tratamientos. Un buen manejo de soporte (medicación, cambios dietéticos, hidratación) suele aliviar en gran medida estos síntomas.
En fases avanzadas pueden aparecer alteraciones químicas en la sangre, como desequilibrios de calcio, sodio u otros electrolitos, que causan confusión, sed intensa o problemas cardíacos y requieren atención médica rápida.
Los tumores que afectan al cerebro o a la médula espinal pueden provocar dolores de cabeza intensos, convulsiones, debilidad de un lado del cuerpo o alteraciones del habla y la visión, entre otros síntomas neurológicos.
En algunos casos, el propio sistema inmunitario reacciona de forma anómala al cáncer y genera síndromes paraneoplásicos, con síntomas a veces muy variados (alteraciones neurológicas, hormonales, cutáneas) que no se explican solo por el crecimiento del tumor, sino por sustancias que produce o por la respuesta defensiva del organismo.
La diseminación (metástasis) y la posible reaparición del cáncer son dos de las complicaciones más serias. Por eso, tras finalizar el tratamiento, es habitual que el equipo oncológico programe revisiones periódicas con exploraciones físicas, análisis y pruebas de imagen para detectar a tiempo una eventual recaída.
Prevención del cáncer: qué se puede hacer para reducir el riesgo
Se calcula que entre un 30 % y un 50 % de los casos de cáncer podrían evitarse si se redujesen determinados factores de riesgo y se aplicasen estrategias de prevención basadas en la evidencia. Aunque nadie puede garantizar que no vaya a desarrollar nunca un cáncer, sí es posible bajar muchos enteros las probabilidades.
Dejar de fumar es probablemente la medida más eficaz. El tabaco está implicado no solo en el cáncer de pulmón, sino también en tumores de boca, garganta, esófago, vejiga, páncreas, riñón y otros. Abandonar el hábito, incluso después de muchos años, reduce claramente el riesgo con el paso del tiempo.
Protegerse del sol también es fundamental. Evitar las quemaduras solares, usar ropa que cubra la piel y aplicar crema de protección alta, especialmente en las horas centrales del día, disminuye la probabilidad de cáncer de piel, incluidos melanomas.
Seguir una alimentación saludable y mantener un peso adecuado ayuda a prevenir tumores digestivos y hormonodependientes. Se recomienda priorizar frutas, verduras, legumbres, cereales integrales, grasas saludables y limitar los ultraprocesados, las carnes procesadas y el exceso de azúcares.
La actividad física regular es otro pilar preventivo. Al menos 150-180 minutos semanales de ejercicio moderado o 75 minutos de ejercicio intenso se asocian con menor riesgo de varios tipos de cáncer y mejor salud cardiovascular y mental.
El consumo de alcohol conviene limitarlo al máximo. Incluso cantidades moderadas se relacionan con un aumento del riesgo de cáncer de mama, hígado, boca, garganta y otros, por lo que cuanto menos, mejor.
Las vacunas contra ciertos virus reducen de forma directa el riesgo de cáncer. La inmunización frente al virus del papiloma humano disminuye de manera muy significativa la incidencia de cáncer de cuello uterino y otros tumores relacionados con este virus. La vacuna contra la hepatitis B protege frente a infecciones crónicas que pueden acabar derivando en cáncer de hígado.
Los programas de cribado o detección precoz permiten encontrar lesiones antes de que den síntomas. Mamografías para el cáncer de mama en mujeres de determinada edad, pruebas de detección de VPH y citologías para el cáncer de cuello uterino, o test de sangre oculta en heces y colonoscopias para cáncer colorrectal son ejemplos de estrategias que, bien organizadas, reducen la mortalidad.
Diagnóstico del cáncer y estadificación
Cuando aparece un síntoma sospechoso o una prueba de cribado da un resultado anómalo, el siguiente paso es estudiar con más detalle qué está pasando. El proceso diagnóstico suele comenzar con una entrevista clínica completa, una exploración física y, según el caso, análisis de sangre, pruebas de imagen (radiografías, ecografías, tomografías, resonancias) o estudios endoscópicos.
Sin embargo, la confirmación definitiva de cáncer requiere casi siempre una biopsia. Consiste en obtener una pequeña muestra de tejido del área sospechosa (mediante aguja, endoscopia o cirugía) y analizarla al microscopio. El patólogo evalúa las características de las células, determina si son benignas o malignas, de qué tipo de tejido proceden y qué grado de agresividad presentan.
Una vez confirmado el diagnóstico, se realiza la estadificación del cáncer, es decir, se determina cuán extendida está la enfermedad. Para ello se combinan datos del tamaño del tumor, la afectación de ganglios linfáticos cercanos y la presencia o no de metástasis a distancia. De forma general, se habla de estadios I a IV, siendo el estadio I el más limitado y el IV el más avanzado.
Conocer el estadio es clave para diseñar el plan de tratamiento y estimar el pronóstico. En fases muy iniciales a veces basta con una cirugía bien hecha para lograr la curación. En estadios más avanzados suelen requerirse combinaciones de varias terapias y un seguimiento estrecho.
Tratamientos del cáncer: opciones actuales
El abordaje del cáncer es cada vez más personalizado. No se trata solo de “qué órgano está afectado”, sino también de qué alteraciones moleculares específicas presenta el tumor y qué situación clínica tiene la persona. A partir de ahí, el equipo multidisciplinar (oncología médica, radioterápica, cirugía, enfermería, radiología, anatomía patológica, etc.) define la mejor estrategia.
La cirugía es uno de los tratamientos centrales en muchos tumores sólidos. Consiste en extirpar el tumor primario y, a menudo, parte del tejido sano alrededor y ganglios cercanos, con el objetivo de eliminar toda la enfermedad visible. En casos seleccionados, puede ser curativa si no hay metástasis.

La radioterapia utiliza radiación de alta energía para destruir células cancerosas en una zona concreta. Se puede aplicar antes de la cirugía para reducir el tamaño del tumor, después para eliminar posibles restos microscópicos, o como tratamiento principal cuando no es posible operar.
La quimioterapia emplea medicamentos que circulan por todo el organismo y atacan preferentemente a las células que se dividen rápido, como muchas células tumorales. Se administra por vía intravenosa u oral y suele combinarse con otras terapias. Sus efectos secundarios se deben a que también afectan a células sanas de división rápida (médula ósea, pelo, mucosas), aunque hoy en día se manejan mucho mejor que hace años.
Las terapias dirigidas y la medicina de precisión han supuesto un salto cualitativo. Estos fármacos están diseñados para bloquear moléculas concretas de las que depende el tumor para crecer o sobrevivir. Para poder utilizarlos es necesario identificar antes si el cáncer presenta la mutación o alteración para la que el fármaco está pensado.
La inmunoterapia pretende “desatar” al sistema inmunitario para que reconozca y destruya las células tumorales. Incluye, por ejemplo, los inhibidores de puntos de control inmunitario, que bloquean frenos artificiales que el cáncer coloca a las defensas, o terapias avanzadas como las células CAR-T en algunos tumores hematológicos.
En ciertos cánceres hormonodependientes, como muchos tumores de mama o próstata, la terapia hormonal resulta fundamental. Se basa en eliminar o bloquear las hormonas que alimentan ese tipo de células, frenando así su crecimiento.
Para leucemias, linfomas y otros cánceres de la sangre, a veces se recurre al trasplante de células madre hematopoyéticas (de médula ósea o sangre periférica). Se destruye la médula ósea enferma con altas dosis de quimio y/o radioterapia y se reemplaza por células sanas del propio paciente (autólogo) o de un donante compatible (alogénico).
Los cuidados paliativos forman parte esencial del tratamiento oncológico, no solo en fases muy avanzadas. Su objetivo es aliviar síntomas físicos, emocionales y espirituales, mejorar la calidad de vida y apoyar tanto a la persona afectada como a su entorno, integrándose desde el diagnóstico cuando es necesario.
Gracias a la combinación adecuada de todas estas herramientas, muchos de los cánceres más frecuentes (mama, próstata, colorrectal, cuello uterino, algunos linfomas y leucemias) alcanzan hoy tasas muy altas de curación o largos periodos de control, especialmente cuando se detectan en etapas tempranas.
El cáncer sigue siendo uno de los grandes retos de la medicina, pero sabemos cada vez mejor cómo aparece, qué lo favorece, cómo reconocerlo antes y qué tratamientos funcionan mejor en cada caso. Conocer sus mecanismos, asumir hábitos de vida saludables, participar en los programas de cribado recomendados y acudir al profesional sanitario ante síntomas persistentes son pasos clave para reducir su impacto y, llegado el caso, afrontarlo con más opciones y menos miedo.
Alicia Tomero
Fuente de esta noticia: https://www.postposmo.com/que-es-el-cancer/
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