
En el enorme catálogo de innovaciones improvisadas que ha traído la guerra en Ucrania, pocas resultan tan reveladoras como la decisión que ha tomado Rusia para hacer frente a una de las principales vulnerabilidades de sus drones. En esencia, han convertido al Shahed-136 (símbolo de su estrategia de saturación mediante plataformas baratas y desechables) en un rudimentario caza antiaéreo.
La mutación. Lo que nació como un dron suicida con autonomía para recorrer cientos de kilómetros siguiendo rutas preprogramadas se ha transformado, en algunas variantes, en un sistema pilotado en tiempo real, equipado con cámaras, módems y ahora con el misil R-60, un veterano misil de guía infrarroja de los años setenta que, pese a su tamaño compacto, conserva la letalidad de un arma capaz de cortar en dos un helicóptero con su carga de varillas continuas.
Las imágenes difundidas por organizaciones ucranianas y expertos en guerra electrónica confirman la presencia del R-60 montado sobre la nariz del Shahed, y la interceptación de uno de ellos por un dron ucraniano Sting ilustra que Rusia está experimentando con la idea de transformar un proyectil desechable en un vector reactivo, capaz de enfrentarse a los aparatos que, hasta ahora, actuaban como cazadores impunes de estas plataformas.
El nuevo ecosistema táctico. El éxito de los helicópteros ucranianos en la interceptación de Shaheds (con aparatos luciendo decenas de marcas de derribo y tripulaciones acreditadas con cientos de drones abatidos) había convertido a estas aeronaves en piezas clave de la defensa aérea de baja cota. La combinación de velocidad moderada, trayectoria predecible y ausencia total de conciencia situacional convertía al dron en un blanco casi estático, vulnerable a ráfagas de cañón o descargas empleadas a corta distancia.
Pero la introducción del R-60 altera ese equilibrio: aunque la plataforma sigue siendo torpe, lenta y limitada en maniobra, el simple hecho de que algunos drones puedan llevar misiles obligará a los pilotos ucranianos a replantear su proximidad al objetivo. Cada interceptación deja de ser un trámite para convertirse en una incógnita sobre qué versión del enemigo se encontrarán.
Bola extra. Incluso si la capacidad real de derribo del Shahed armado es reducida (y el margen operativo para fijar un blanco con un misil de corto alcance es estrecho) la naturaleza estadística de la guerra de enjambres cambia el cálculo: en miles de lanzamientos, bastará con que uno logre una posición propicia para provocar la pérdida de un helicóptero valioso.
Las limitaciones técnicas. El R-60, conocido por la OTAN como Aphid, fue diseñado para cazas supersónicos, no para drones lentos concebidos como municiones merodeadoras. Su integración en el Shahed plantea retos obvios: el operador debe reorientar manualmente el dron hasta apuntarlo hacia el blanco, lograr un ángulo adecuado para permitir que el buscador infrarrojo adquiera la firma térmica y mantener la alineación el tiempo suficiente para autorizar el disparo.
El estrecho campo de visión del misil, la baja maniobrabilidad del Shahed y la posibilidad de que los helicópteros empleen bengalas infrarrojas reducen las probabilidades de éxito. Sin embargo, la experiencia histórica muestra que incluso un armamento imperfecto puede alcanzar victorias si el entorno táctico lo favorece.

Restos de un Shahed interceptado con el R-60 incorporado
El precedente. Si retrocedemos tenemos al Predator estadounidense armado con Stingers en 2002 (fallido pero disuasorio), el cual revela que estas configuraciones no buscan superioridad aérea, sino obligar al enemigo a actuar con cautela.
Así como los barcos no tripulados ucranianos fueron armados con misiles para ahuyentar a los helicópteros rusos que los acosaban, Rusia adopta la misma lógica defensiva-ofensiva: uno solo de estos drones armados, escondido entre un enjambre de aparatos idénticos exteriormente, fuerza al adversario a incrementar distancia, emplear medios más caros o modificar su doctrina de interceptación.
Drones contra drones. El Shahed armado con un R-60 no es, por sí mismo, un arma transformadora. Lo es, en cambio, como síntoma de la evolución continua del combate no tripulado. Rusia ha expandido la familia del Shahed hacia versiones con control en tiempo real, variantes a reacción producidas ya en factorías propias y posibles mejoras basadas en inteligencia artificial para la identificación dinámica de blancos.
Ucrania, por su parte, desarrolla interceptores de bajo coste que permiten abatir drones rusos sin arriesgar aeronaves tripuladas ni gastar misiles caros. Cada innovación genera una contramedida: si Ucrania populariza drones cazadores baratos, Rusia estudia dotar a los Shaheds de torretas diminutas o nuevos sensores, y si estos se vuelven reactivos, Ucrania adapta sus doctrinas y fortalece su guerra electrónica. El conflicto ha entrado en una fase donde el valor no está en la perfección de cada plataforma, sino en la capacidad de producir, adaptar y desplegar miles de ellas en un entorno donde la línea entre ofensiva y defensiva se vuelve difusa.
El cielo más peligroso. Es el resultado de estos avances. La introducción del Shahed-R-60 marca un punto de inflexión porque erosiona una de las pocas ventajas estables que Ucrania había mantenido: la capacidad de sus helicópteros para cazar drones con relativa seguridad. Ahora cada aparato debe considerar la posibilidad, por remota que sea, de enfrentarse a un misil que no estaba previsto en el diseño original de la misión.
Esto no solo complica las interceptaciones, sino que obliga a dispersar riesgos y replantear rutas, altitudes y velocidades. El cielo ucraniano, ya saturado de drones suicidas, misiles de crucero, municiones merodeadoras y aeronaves tripuladas operando en un espacio aéreo densamente contestado, añade otra variable a una ecuación operacional en constante mutación. Y es probable que este sea solo el inicio: la integración de misiles es un primer paso hacia drones que, además de atacar por saturación, puedan defenderse o incluso escoltar a otros aparatos en oleadas combinadas.
Imagen | Telegram, X
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Miguel Jorge
Fuente de esta noticia: https://www.xataka.com/magnet/drones-shahed-eran-pan-comido-para-helicopteros-ucrania-rusia-acaba-transformar-su-mayor-pesadilla
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