
La corona de Adviento se ha convertido en uno de los signos más reconocibles de las semanas previas a la Navidad en Europa y en buena parte del mundo cristiano. Presente en presbiterios, parroquias y hogares, esta sencilla estructura de follaje verde y velas ayuda a vivir de forma más consciente el tiempo de espera que antecede al nacimiento de Jesús.
Más allá de ser un simple adorno, la corona concentra una profunda carga simbólica: habla de esperanza, de luz que crece poco a poco, de vigilancia interior y de la certeza, muy arraigada en la tradición cristiana, de que la vida y la luz acaban imponiéndose a las tinieblas. Su uso se ha generalizado tanto que hoy es habitual encontrarla tanto en templos como en salones familiares, colegios y comunidades religiosas.
Qué es la corona de Adviento y por qué es tan importante

La corona de Adviento es, en su forma más habitual, un círculo de ramas verdes con cuatro velas colocadas alrededor. Cada vela corresponde a uno de los cuatro domingos de Adviento, el periodo que la Iglesia dedica a prepararse para la Navidad y que marca el inicio del año litúrgico.
Numerosas diócesis, basílicas y parroquias en España y Europa sitúan la corona en un lugar destacado del presbiterio desde el primer domingo de Adviento. Allí acompaña las celebraciones dominicales como un recordatorio visual de este tiempo de espera. También en las casas, cada vez más familias colocan su propia corona en la mesa del comedor o en un rincón de oración.
Para la Iglesia, la corona actúa como un recurso catequético muy sencillo que introduce, especialmente a los niños, en el sentido de la preparación hacia la Navidad: con cada vela encendida se recuerda que la llegada de Cristo se aproxima y que la luz de Dios va iluminando poco a poco la vida cotidiana.
En algunos templos, como indican textos litúrgicos recientes, la Corona de Adviento ya se encuentra instalada desde el primer domingo de este tiempo, subrayando así la alegría que acompaña la espera de la Navidad y el comienzo de un nuevo año litúrgico.
Origen y evolución de esta tradición en Europa

El uso de una corona de ramas verdes con velas no nació directamente como práctica cristiana. Procede de costumbres precristianas del norte de Europa, especialmente de pueblos germánicos, que en pleno invierno colocaban coronas de follaje adornadas con luces para expresar el deseo de que regresaran la claridad y el buen tiempo al final de la estación oscura.
Con el paso de los siglos, y en concreto a partir de la época moderna, la tradición cristiana fue reinterpretando este signo. La corona pasó de simbolizar el cambio de estación a expresar la esperanza en la venida de Jesús, entendido como la luz que renueva la historia y ofrece una vida nueva. Su forma circular empezó a relacionarse con el amor eterno y sin límites de Dios hacia la humanidad.
La expansión de esta práctica por Europa permitió que la corona entrara en iglesias, monasterios y hogares. Hoy, tanto en España como en otros países europeos, resulta habitual comenzar el Adviento reuniendo a la familia en torno a la corona para el encendido de la primera vela y una breve oración compartida.
Este recorrido histórico ha hecho que la corona conserve elementos muy antiguos —el verde, la forma de círculo, las velas—, pero los cargue ahora de contenidos claramente cristianos, vinculados a la espera de la Navidad y a la confianza en que la luz de Cristo ilumina la vida de los creyentes.
Simbolismo de la corona: forma, color y luz

La corona de Adviento reúne varios símbolos que, combinados, ofrecen una auténtica “catequesis visual”. Cada uno de sus elementos remite a una dimensión concreta de la fe y del tiempo litúrgico que precede a la Navidad.
En primer lugar, la forma circular no tiene principio ni fin, de modo que se ha interpretado como signo de la eternidad de Dios, de la plenitud y del amor que no se agota. El círculo evoca un abrazo que rodea y sostiene, una imagen que la tradición cristiana aplica al amor de Dios por la humanidad.
El color verde del follaje, normalmente formado por ramas de pino, abeto u otras plantas perennes, alude a la vida que permanece incluso en invierno, a la esperanza y al renacimiento. Es un recordatorio de que, pese a las dificultades, la vida puede renovarse y que la fe anima a confiar en esa renovación.
Las velas son el elemento más llamativo: su luz señala el camino, ahuyenta el miedo y crea un clima de comunión. En el lenguaje cristiano, esa luz se asocia directamente con Jesucristo, “luz del mundo”, como recoge la Sagrada Escritura en pasajes muy citados durante el Adviento, por ejemplo el conocido texto de Isaías que invita a Jerusalén a levantarse porque llega su luz.
El gesto de encender una vela nueva cada semana expresa de forma muy gráfica la “ascensión gradual” hacia la plenitud de la luz en Navidad. El resplandor crece domingo tras domingo, igual que crece la preparación interior de los creyentes a medida que se acerca la celebración del nacimiento de Jesús.
Las velas de la corona y el significado de sus colores
Tradicionalmente, la corona se compone de cuatro velas que se van encendiendo progresivamente. En muchas parroquias y familias se ha extendido el uso de tres velas moradas y una rosa, según los colores litúrgicos y su significado y las costumbres locales.
En su versión más difundida, cada vela se asocia a una actitud espiritual concreta que se trabaja durante la semana:
- Primera vela (morada): simboliza la esperanza y la invitación a la vigilancia interior. El morado es un color vinculado a la penitencia y a la preparación, y recuerda que el creyente está llamado a revisar su vida y disponerse a la venida de Jesús.
- Segunda vela (morada o verde, según tradiciones): se relaciona con la paz y, en algunos casos, directamente con la esperanza. Cuando se opta por una vela verde, su color remite al renacer de la vida y a la confianza en que Dios renueva la existencia humana.
- Tercera vela (rosa): corresponde al llamado domingo Gaudete, el domingo de la alegría. Su tono más claro recuerda que la llegada de la Navidad está próxima y se anima a vivir una alegría serena ante el nacimiento de Cristo.
- Cuarta vela (morada o blanca): en muchas coronas es morada y se asocia al amor o a la preparación final; en otras tradiciones se elige el blanco, color que simboliza la presencia de Dios y la luz que no se apaga.
Además de estas cuatro velas, en bastantes hogares europeos se coloca una quinta vela blanca en el centro, que se enciende la Nochebuena o el día de Navidad. Esta vela adicional representa de forma explícita a Cristo, luz que llega definitivamente al mundo.
Sea cual sea la combinación exacta de colores, la clave está en que las velas marcan el ritmo semanal del Adviento y ayudan a hacer visible el paso del tiempo litúrgico, invitando a rezar y reflexionar en familia o en comunidad.
El Adviento 2025: fechas clave y contexto litúrgico
El Adviento es el periodo que abre el año litúrgico en la Iglesia y que se caracteriza por cuatro semanas de preparación espiritual de cara a la Navidad. El término procede del latín adventus, “venida”, y en la antigüedad se utilizaba para aludir a la llegada solemne de una autoridad importante a una ciudad.
En el ámbito cristiano, el Adviento tiene un doble enfoque: por un lado, preparar la celebración del nacimiento de Jesús en Belén; por otro, mantener viva la expectativa de la segunda venida de Cristo al final de los tiempos. Este doble horizonte explica que el tiempo esté marcado por la esperanza, la conversión interior, la vigilancia y una alegría sobria.
El calendario litúrgico establece que el primer domingo de Adviento cae siempre entre el 27 de noviembre y el 3 de diciembre, en torno a la fiesta de San Andrés (30 de noviembre). En 2025, el Adviento comienza el domingo 30 de noviembre y concluye el 24 de diciembre.
A partir de esa fecha, muchas comunidades cristianas en España encienden públicamente la primera vela de la corona, dando inicio a un tiempo de espera que se vive con celebraciones dominicales especiales, uso del color morado en los ornamentos litúrgicos y un ambiente de sobriedad, pero sin perder de vista la alegría por la cercanía de la Navidad.
Estructura espiritual del Adviento y papel de la corona
La tradición litúrgica distingue dos grandes etapas dentro del Adviento. Durante las dos primeras semanas, las lecturas y oraciones se centran en el anuncio del fin de los tiempos y en la llamada a la vigilancia. En las dos últimas semanas, la atención se desplaza hacia los relatos vinculados al nacimiento de Jesús y a las figuras bíblicas que preparan su llegada.
En este marco, la corona de Adviento funciona como un hilo conductor visible de todo el periodo. El número de velas encendidas indica en qué punto del camino se encuentra la comunidad, y su luz creciente recuerda que la historia avanza hacia el encuentro con Cristo. Aunque no se considera un signo litúrgico estricto, está muy presente en numerosas iglesias, oratorios y casas particulares.
En las celebraciones parroquiales de muchos lugares de Europa, la corona se coloca próxima al altar y el rito de encendido de la vela correspondiente se realiza al comienzo de la misa dominical. Esta práctica ayuda a que los fieles se sitúen en el tiempo litúrgico que se está viviendo.
El ambiente de las celebraciones de Adviento tiende a la austeridad en la decoración, con menos flores y música sobria, pero sin renunciar a una nota de esperanza. El tercer domingo, marcado por el color rosa, introduce un tono más alegre, recordando que “el Señor está cerca”.
La corona en casa: oración, bendición y “sacerdocio bautismal”
Una de las dimensiones que más se ha desarrollado en los últimos años es el uso de la corona en el ámbito familiar. En muchos hogares españoles y europeos, la corona ocupa un lugar central en la mesa o en la sala de estar, convirtiéndose en el punto de reunión para la oración de los domingos de Adviento.
No existe un modo único y obligatorio de rezar en torno a la corona, pero suelen repetirse algunos pasos básicos: un momento de silencio y ambientación, el encendido de la vela correspondiente, la lectura de un texto bíblico —a menudo del profeta Isaías o de los Evangelios—, una breve reflexión y una oración final que puede incluir el Padrenuestro, el Avemaría, intenciones espontáneas o algún canto sencillo de Adviento.
Antes de comenzar el tiempo de Adviento es costumbre realizar la bendición de la corona. El Bendicional, libro litúrgico oficial, ofrece un rito con tres momentos bien definidos: una monición introductoria que explica el sentido del gesto, la proclamación de un texto bíblico y la oración de bendición propiamente dicha.
Esta bendición puede ser presidida por un sacerdote o un diácono, pero también se admite que la realice un laico. De hecho, varias diócesis subrayan que cualquier católico bautizado puede, en su hogar, encender una vela y pronunciar una oración pidiendo la gracia propia de este tiempo, ejerciendo lo que se denomina “sacerdocio bautismal”.
Cuando la corona ya ha sido bendecida en años anteriores, no es imprescindible repetir el rito cada temporada. Aun así, muchos pastores recomiendan renovarlo, porque se considera una ocasión para reavivar la fe en familia. Si resulta complicado trasladar la corona al templo, se pueden bendecir únicamente las velas, que representan la luz de Cristo.
Cómo se vive el encendido progresivo de las velas
El momento de encender la vela de cada domingo se ha convertido, en numerosos hogares y parroquias, en un pequeño rito muy esperado. La dinámica es sencilla, pero concentra un fuerte contenido simbólico: la luz crece semana a semana, reflejando el avance de la comunidad hacia la Navidad.
En el primer domingo se enciende solo la primera vela, que suele estar vinculada a la esperanza. En el segundo, se enciende la primera y la segunda, reforzando la idea de paz y de confianza. El Gaudete o tercer domingo se caracteriza por la vela rosa, que se suma a las anteriores y recuerda la alegría ante la cercanía del Señor. Finalmente, en el cuarto domingo, las cuatro velas encendidas iluminarán por completo la corona.
En aquellos hogares que incorporan una quinta vela blanca en el centro, esta se reserva para la Nochebuena o el mismo día de Navidad. Encenderla junto a las demás sugiere que la llegada de Cristo da pleno sentido a la espera que se ha vivido durante las semanas anteriores.
En muchas familias, especialmente con niños, se aprovecha el encendido para hacer una breve explicación adaptada a su edad, de forma que comprendan qué se celebra y qué significa cada vela. De este modo, la corona se convierte en una pequeña “escuela de espera” que introduce a las nuevas generaciones en el ritmo del año litúrgico.
Para quienes no hayan podido celebrar la bendición o el primer encendido en la fecha prevista, las orientaciones pastorales son claras: se puede realizar más adelante, en cualquier momento del Adviento, sin que el gesto pierda su sentido ni su valor espiritual.
La corona como signo de esperanza y vida nueva
Todo en la corona de Adviento apunta a un mismo mensaje de fondo: la certeza de que la luz y la vida triunfan sobre las tinieblas y la muerte. El verde persistente de las ramas recuerda que la vida no se extingue, incluso en las estaciones más frías; la forma circular evoca un amor que no tiene fin; y las velas que se encienden progresivamente hablan de una luz que se abre paso en la oscuridad.
Cuando se sitúa en el presbiterio de una basílica, en una sencilla parroquia de barrio o en el centro de una mesa familiar, la corona está diciendo, en lenguaje silencioso, que la Navidad no es solo una fiesta cultural, sino una llamada a vivir con más hondura la fe, la esperanza, la paz y el amor.
Quienes participan de esta tradición, ya sea en una gran celebración comunitaria o en la intimidad del hogar, encuentran en la corona un apoyo concreto para rezar, compartir y renovar la confianza en que la luz de Cristo ilumina la historia. Domingo a domingo, la llama de las velas va marcando un camino interior que culmina en la celebración del nacimiento de Jesús, corazón del tiempo de Navidad.
Postposmo
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