

La indumentaria de Xalapa no es solo un conjunto de telas y puntadas: es identidad, memoria y orgullo de una región que se viste con historia. En este recorrido nos asomamos a las piezas, técnicas y relatos que dan forma a una estética con voz propia, nacida en el corazón de Veracruz y con un eco que llega hasta nuestros días.
Con especial atención al traje femenino asociado a la capital veracruzana y a los usos festivos y cotidianos del vestir en la región, ponemos en contexto su origen, materiales, bordados y significados, así como las manos artesanas que los hacen posibles y los espacios donde su legado sigue vivo. También daremos cabida al debate local sobre su autenticidad y a la forma en que se difunde y exhibe esta herencia cultural.
Orígenes del traje xalapeño femenino
A diferencia de otros municipios del estado, en Xalapa tomó forma un diseño específico para mujeres que buscaba representar rasgos distintivos de la región y, a la vez, adaptarse al clima fresco que se deja sentir en ciertas temporadas. Esta intención práctica y simbólica se convirtió en guía para su configuración.
El conjunto se mostró públicamente por primera vez en 1967, con información y asesoría aportada por los maestros Alfonso Medellín Zenil y José Luis Melgarejo Vivanco, figuras de referencia en el estudio del patrimonio veracruzano. Su presentación inicial marcó un hito y abrió un diálogo sobre cómo debía condensarse la identidad xalapeña en la indumentaria.
La inspiración tomó como punto de partida la manera de vestir de las mujeres de Jilotepec, municipio vecino de la capital. A partir de ese referente, se seleccionaron colores, formas y acabados que evocaran la estética comarcal, siempre con un ojo puesto en la comodidad y el abrigo para las jornadas frías.
El estreno del traje tuvo como portadora a la antropóloga Beauregard García, y posteriormente la pieza se expuso en el Museo de Antropología de Xalapa, lo que reforzó su condición de emblema cultural y objeto de estudio. Aquella visibilización institucional afianzó su presencia en el imaginario local.
Un papel relevante en la difusión lo tuvo la página Xalapa Antiguo, Análisis y Opinión, integrada por historiadores de la ciudad, que publicó imágenes y datos del atuendo. En torno a estas publicaciones también se impulsó la divulgación a través de canales de mensajería —una invitación a “llevar la información en la palma de la mano”—, señal de cómo lo tradicional y lo contemporáneo conviven en la transmisión del patrimonio.
Desde sus primeras apariciones, la propuesta provocó opiniones divididas: para parte de la población, aunque el diseño se basó en formas reales de vestir de Jilotepec y Xalapa, su resultado final se percibe como distante de la práctica tradicional. El debate, lejos de restarle valor, ha enriquecido la conversación pública sobre qué entendemos por autenticidad y representación cultural.
Elementos y significado del atuendo
En el corazón del conjunto femenino encontramos una falda de tono café oscuro. Esta elección cromática no es casual: docentes e investigadores vincularon el color al de una cerámica conocida popularmente como tres picos, de época tardía, una referencia material que ancla el vestido en la cultura material de la zona.

Sobre los hombros descansa el quexquémitl, prenda icónica de Mesoamérica. En la versión xalapeña destaca un trabajo textil con motivos de caracoles tejidos en naranja, rojo y guinda, una combinación que aporta contraste y ritmo visual al conjunto, al tiempo que remite a símbolos de abundancia y movimiento.
La cinta para el cabello y la faja —tejidas en Jilotepec— suman coherencia territorial a la pieza, ensartando vínculos entre comunidades vecinas mediante técnicas y acabados compartidos. Ese diálogo comarcal, visible en la trama y la urdimbre, es parte esencial de su valor cultural.
El calzado, por su parte, procede de Naolinco, localidad reconocida por su tradición zapatera. Esta procedencia refuerza la red de oficios que confluyen en el atuendo y subraya cómo el vestir tradicional integra aportaciones de varios pueblos, cada uno con maestría especializada.
Si desgranamos el conjunto por piezas, la lectura es clara: color, símbolo y utilidad se entretejen para construir un relato de pertenencia. Así, cada elemento —falda, quexquémitl, faja, cinta y calzado— contribuye con una capa de significado y función que, en conjunto, le otorga carácter.
- Falda en café oscuro, evocación cromática de la cerámica tres picos.
- Quexquémitl con caracoles tejidos en naranja, rojo y guinda.
- Faja y cinta capilar de elaboración jilotepequense.
- Zapatos de manufactura tradicional de Naolinco.
La indumentaria veracruzana en contexto
Para entender mejor el traje de Xalapa conviene situarlo dentro de la indumentaria veracruzana más amplia. En celebraciones, muchas mujeres lucen faldas blancas de tul bordadas con artícela, una técnica de brillo característico que deja entrever la enagua de tela satinada en colores vivos, creando un juego de transparencias muy apreciado en fiestas y bailes.
Quienes se mantienen más fieles a la costumbre llegan a bordar su enagua de manta desde la cintura hasta la orilla interior, con pájaros y flores en punto de cruz que se insinúan bajo el encaje. Este gesto, cuidado y paciente, aporta un relato íntimo al vestido: el adorno se reserva para quien mira con atención y conoce el lenguaje del tejido.
En el día a día son comunes las faldas sencillas de manta o de artícela montadas sobre alforzas (pequeños pliegues que aportan cuerpo y caída). Ese equilibrio entre lo festivo y lo cotidiano garantiza versatilidad y continuidad en el uso, manteniendo la estética tradicional en diferentes ámbitos de la vida.
La blusa o camisa puede ir ricamente bordada con flores en punto al pasado o de cruz, o presentar mangas cortas construidas a base de tablones. Tampoco faltan las batas tejidas de gancho (crochet), que suman textura y aire artesanal al conjunto, combinándose con faldas y delantales según la ocasión.
Un rasgo distintivo es el paño cuadrado de artícela que cubre el pecho —conocido como fular—: dos puntas se anudan en la nuca, mientras que las otras dos se acomodan bajo la pretina. En celebraciones, además, se ven fulares blancos que aportan luminosidad al rostro y el torso.
En la vida cotidiana, no es raro que las mujeres vistan delantales de artícela o de percal, piezas prácticas que protegen la ropa y, al mismo tiempo, añaden color y patrón al atuendo. El delantal, humilde pero expresivo, funciona como soporte de identidad y de oficio doméstico.
El quechquémel —variante del quexquémitl— se compone de dos rectángulos de organdí blanco bordados con artícela del mismo color, rematados con un olán de tul también bordado en blanco. El escote suele llevar una fina puntilla de artícela brillante, detalle que enfatiza el contorno y aporta un toque de elegancia contenida.
Existe además una práctica entre mujeres totonacas: no visten el quechquémel directamente, sino que lo colocan sobre la espalda, doblado en triángulo, como si fuera un chal. La pieza, así, se transforma en capa y símbolo, señalando una manera propia de portar lo tradicional.
En cuanto al peinado, persiste la costumbre del cabello largo en dos trenzas que caen por la espalda. Las puntas se suben y se atan detrás de las orejas, un detalle que subraya el orden, la estética y la continuidad de gestos transmitidos de generación en generación.
Atuendo masculino: cortes, telas y accesorios
El vestir de los hombres se caracteriza por su comodidad y amplitud. El pantalón de popelina blanca, bombacho, llega al tobillo y se ajusta con jareta; es una prenda pensada para el trabajo y la movilidad, ligera y resistente para el clima veracruzano.
La camisa presenta un cuello cuadrado amplio y una bata holgada. En la espalda destacan numerosos pliegues, que hacen que la tela cuelgue y parezca más larga en la parte inferior, facilitando el movimiento y otorgándole un porte distintivo.
La manga nace unos diez centímetros por debajo del hombro, es ancha y termina en un puño alto y estrecho, combinación que brinda confort sin perder el trazo limpio. Esta estructura refleja una adaptación inteligente a las necesidades de labor y convivencia.
El traje masculino se completa con pañuelos: uno se enrolla al cuello y otro asoma del bolsillo del pecho. Los hay de algodón rojo —sobrio y clásico— y también de artícela, intensamente coloreados y con bordados florales. No son mero adorno: aportan protección, utilidad y un guiño de color que equilibra el conjunto.
Patrimonio, debate y difusión contemporánea
Que un traje suscite discusión es, en sí mismo, señal de vitalidad cultural. En Xalapa, voces a favor y en contra conviven desde 1967: las unas celebran la síntesis y el reconocimiento; las otras piden mayor apego a la práctica histórica de Jilotepec y la capital. En medio, un consenso: la necesidad de documentar, escuchar y seguir investigando.
La exhibición del atuendo en el Museo de Antropología de Xalapa ayuda a preservarlo y a contarlo con rigor, mientras que publicaciones especializadas —como las de Xalapa Antiguo, impulsadas por historiadores locales— mantienen encendida la conversación. La suma de vitrinas y páginas, de archivos y testimonios, hace de esta ropa un bien vivo.
Tampoco se puede pasar por alto la llegada de estas historias a nuevas audiencias a través de mensajería y redes: invitaciones a informarse desde el móvil y a compartir fotografías han multiplicado el alcance. Así, la tradición se reinterpreta sin romperse, adoptando formatos contemporáneos para seguir siendo escuchada.
El reto de fondo es equilibrar la fidelidad a los usos locales con la capacidad de representación simbólica que piden los emblemas cívicos. En esa tensión creativa se mueven artesanas, investigadores e instituciones, tejiendo un consenso que respete la diversidad de prácticas y memorias.

Comercio y vida cotidiana: dónde conectar con la artesanía
La indumentaria tradicional no vive solo en museos: también late en los comercios que visten de México a diario. En Xalapa, por ejemplo, El Girasol Joyería, Ropa y Artesanías —sucursal San José— pone en valor los bordados, diseños y piezas artesanales que nos conectan con las raíces.
Vestir moda artesanal mexicana es, como bien recuerdan sus promotores, llevar parte de la historia y la tradición del país. Cada puntada narra una escena, cada prenda celebra un territorio: un gesto de orgullo que invita a incorporar estos textiles en el armario con respeto y conocimiento.
Quien quiera acercarse cuenta con una ubicación céntrica: Xalapeños Ilustres 136, a unos pasos de la iglesia de San José y junto a Coffeeout. El horario facilita la visita entre semana y fines de semana —de lunes a sábado de 10:00 a 19:00; domingos de 11:00 a 18:00— y el teléfono de contacto es 22 84 76 52 73.
Más allá de este ejemplo, el tejido comercial local funciona como puente entre talleres y ciudadanía: da salida a la producción textil, ofrece asesoramiento sobre tallas y combinaciones, y anima a elegir piezas con historia, apostando por compras que sostienen economías artesanas.
A la visibilidad en tienda se suman etiquetas y campañas que subrayan el orgullo mexicano y el valor de los bordados. Este impulso comunicativo —cuando se hace con sensibilidad y crédito a las y los creadores— ayuda a que más personas descubran técnicas, materiales y cuidados apropiados para que las prendas duren y se hereden.
La vestimenta en Xalapa se entrecruza con procesos históricos, debates sobre autenticidad y dinámicas contemporáneas de difusión y comercio. Del café profundo de la falda inspirado en la cerámica tres picos al brillo blanco de la artícela en fulares y quechquémeles; de los bombachos masculinos con pañuelos a color a las trenzas anudadas detrás de las orejas; de los talleres de Jilotepec y Naolinco a las salas del Museo de Antropología: todo compone un mapa donde tradición y presente se dan la mano y visten a una comunidad con sentido y belleza.
Alicia Tomero
Fuente de esta noticia: https://www.postposmo.com/entre-historia-y-tradicion-la-vestimenta-en-xalapa/
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