
Durante décadas —quizás siglos— la historia oficial que aprendimos en las escuelas, leímos en los libros o escuchamos en los medios ha dibujado a Iberoamérica como un espacio colonizado, dependiente, atrasado, víctima perpetua de fuerzas externas. Se nos ha enseñado que la conquista fue un trauma sin matices, que el mestizaje fue una imposición y que lo ibérico es sinónimo de atraso. Pero, ¿y si todo eso fuera parte de un relato interesado, incompleto, y a veces francamente falso?
Lo que propone el ensayo Las Alas Abiertas de IberAm es algo sustancialmente sensato: reinterpretar la historia sin miedo ni complejos. No para idealizar el pasado, sino para entenderlo desde la evidencia de una historia basada en datos contrastados y no desde la propaganda. Porque solo desde una historia recuperada y contrastada, podremos construir un futuro común entre los pueblos Iberoamericanos.
Harvard se fundó en 1636. La Universidad de San Marcos, en Lima, y la de México, abrieron en 1551. Y previamente en la isla de Santo Domingo en la actual República Dominicana, en 1538, se fundó la Universidad de Santo Tomás de Aquino. Díez décadas de ventaja -un siglo-. Mientras en las trece colonias del norte los puritanos prohibían danzas y tambores, en los virreinatos ibéricos ya se discutía y bailaba al ritmo de Aristóteles, Santo Tomás y las leyes de Indias.
No se trataba solo de edificios de piedra con escudos reales. Se trataba de un modelo civilizatorio que apostaba por la educación y los hospitales, incluso para los pueblos originarios y mestizos. Fray Bernardino de Sahagún compilaba códices indígenas en náhuatl mientras en Virginia aún se debatía si los ‘nativos’ tenían alma. Contrastes que incomodan… pero que iluminan.
Una de las diferencias más notables entre el modelo civilizatorio ibérica y el anglosajón fue el mestizaje. En lugar de una segregación racial al estilo apartheid —como el que se impuso siglos después en Estados Unidos o Sudáfrica—, en Iberoamérica se impuso la mezcla: biológica, cultural, lingüística y jurídica.
Fue una mezcla desigual, sí, pero también profundamente fecunda. Hoy, millones de iberoamericanos llevan en sus apellidos, en sus creencias, en su lengua y hasta en su gastronomía la huella de ese encuentro. Lo que algunos desde fuera han querido pintar como una “tragedia interminable” fue, en muchos casos, la semilla de una cultura mestiza, original y poderosa, que aún hoy da forma a nuestra manera de entender el mundo.
¿Sabías que gran parte de los códigos civiles de América Latina se inspiran directamente en el derecho romano, traído por España y Portugal? ¿O que incluso países con siglos de independencia comparten todavía estructuras jurídicas, constitucionales, conceptos fiscales y modelos de administración heredados del modelo virreinal?
Este es uno de los “hilos invisibles” más poderosos del legado iberoamericano: no solo hablamos (más de 850 millones de personas) en español o portugués. También pensamos jurídicamente igual, lo que ha facilitado desde tratados de cooperación hasta una diplomacia común en muchos foros multilaterales. Iberoamérica no es un sueño, es un hecho. Solo falta que lo comprendamos… y lo aprovechemos.
Si este legado es tan evidente, ¿por qué no muchos lo conoce? La respuesta no está en los archivos, sino en los gabinetes de propaganda. Desde el siglo XVI, potencias como Inglaterra, Holanda y más tarde Estados Unidos construyeron una imagen negativa del mundo hispánico. La llamaron “leyenda negra”. Y lo peor es que la compramos sin rechistar. Sin que esto no sirva para no reconocer errores y hacer autocrítica.
Muchos dijeron que España trajo ruina, que Portugal explotó recursos y personas, que América fue saqueada sin apenas construir nada. Y muchos olvidaron que se trazaron caminos, se fundaron hospitales, se imprimieron libros, se debatió en universidades y se escribieron constituciones antes que en muchos países europeos. El cruce de civilizaciones no fue un paseo ni un cuento de hadas, pero tampoco fue la caricatura simplista que aún se repite en algunos manuales escolares.
Hoy, debido a esos pasados, tan denostados, Iberoamérica tiene mucho para despegar: recursos estratégicos, una juventud vibrante, una creatividad sin igual, y una red cultural de peso mundial. Pero puede que le falta algo esencial: un relato ilusionante y propio.
Ese relato no lo escribirían solo los presidentes, ni los banqueros, ni los influencers. Lo escriben los pueblos que se atreven a mirar su historia con honestidad, sin vergüenza ni complejo. Que entienden que este pasado no es una losa, sino una plataforma de futuro.
Las Alas Abiertas de IberAm es un intento —modesto, documentado, necesario— de aportar algo a ese nuevo relato. Una narrativa que no niegue lo que pasó, pero que tampoco se conforme con repetir lo que otros dijeron de nosotros.
No queremos recuperar el virreinato. Ni redundar en los errores del pasado. Pero sí queremos recuperar lo mejor de lo que fuimos, de lo que somos, y de lo que podemos ser si volvemos a vernos como lo que en verdad somos: una gran familia de pueblos mestizos, libres, iberófonos y con alas abiertas hacia el futuro.
Y para eso, toca algo en estos tiempos tan disruptivos para mirar en nuestras hondas raíces y rescatar de ellas lo mejor para nuestro futuro. Porque quien aprende de su historia suele repetir sus propios errores.
Con información
Javier Pertierra
María José R. Carbajal
Gilson Carmini
