

Cafe de Colombia
En un momento en que el mundo mira con recelo los indicadores económicos, el café colombiano vuelve a dar señales de que su aroma y calidad siguen siendo, más que un sello de identidad, un salvavidas para miles de familias y para la economía nacional. Esta semana, la libra del grano alcanzó un precio histórico en la Bolsa de Londres: 3,69 dólares, tras un repunte del 1,7 % respecto a la jornada anterior. Un registro que, más allá de las cifras, devuelve algo de optimismo a un país que todavía pelea por sostener su economía en medio de desafíos políticos y una coyuntura internacional convulsa.
Según la Federación Nacional de Cafeteros (FNC), Colombia cerró su año cafetero con una producción cercana a los 14 millones de sacos. Este volumen representa un salto notable frente a los 11,3 millones del ciclo anterior, un avance que no se veía desde antes de la pandemia y que habla de la resiliencia de los caficultores colombianos, muchos de ellos pequeños productores que siguen aferrados a sus tierras a pesar de la falta de apoyo y la volatilidad de los mercados.
El auge del grano colombiano se explica, en parte, por la crisis climática que ha puesto de rodillas a Brasil, principal productor mundial de café. Sequías prolongadas, lluvias irregulares y heladas extremas han reducido drásticamente la cosecha brasileña, obligando a compradores internacionales a voltear la mirada hacia Colombia, donde las montañas siguen ofreciendo un café de calidad insuperable. Además, la demanda desde China, que crece silenciosa pero de forma sostenida, ha empezado a mover las agujas de un mercado históricamente dominado por compradores europeos y norteamericanos.
Este nuevo récord en la cotización internacional tiene implicaciones que van más allá de las fincas cafeteras. Se traduce en divisas frescas para el país y, sobre todo, en esperanza para cientos de municipios donde el café sigue siendo la columna vertebral de la vida rural. Cada carga que sale de los cafetales es, en cierto modo, una muestra de la resistencia campesina y una palanca para sostener el llamado ‘cambio’ económico que busca consolidar el Gobierno actual.
Sin embargo, el buen momento no exime de desafíos. Los productores enfrentan altos costos de fertilizantes, vías terciarias en mal estado y la amenaza persistente del cambio climático, que ya mostró su poder devastador en los campos de los vecinos del sur. Mantener la calidad y aprovechar estos precios históricos exige compromiso, inversión y, sobre todo, una política pública que entienda que detrás de cada taza de café hay un campesino que madruga, que cuida su tierra y que, con cada cosecha, aporta mucho más que granos: aporta futuro.
Mientras tanto, los mercados internacionales siguen atentos. Si la tendencia se mantiene, Colombia podría consolidarse como un jugador cada vez más fuerte en la competencia global, capitalizando la escasez brasileña y conquistando nuevos paladares en Asia. El café colombiano, más que nunca, se convierte en símbolo de una economía que busca reinventarse sin perder sus raíces.
Hoy, cuando las cifras macroeconómicas se debaten entre la incertidumbre y la promesa de recuperación, el café se reafirma como una bandera de resistencia y prosperidad. Porque, en Colombia, cada sorbo de café es, al final, una historia de trabajo, de esperanza y de una tierra que, aunque herida, sigue dando frutos para sostenerse de pie.
carloscastaneda@prensamercosur.org
