
Leyva tocó las puertas de Trump para derrocar a Petro: involucran a Vicky Dávila, Miguel Uribe y hasta a la vicepresidenta Francia Márquez en el entramado golpista

Excanciller Álvaro Leyva , señalado de golpista
Álvaro Leyva Durán, de 82 años, abogado, curtido negociador de paz, exministro de Relaciones Exteriores y, durante décadas, una de las figuras más reconocidas de la política colombiana, se convirtió de pronto en el epicentro de una trama que, si no fuera real, parecería salida de la pluma de un novelista obsesionado con la traición, la ambición y la fragilidad de la democracia.
Según audios y testimonios en poder de EL PAÍS, Leyva viajó hace apenas dos meses a Estados Unidos para explorar la bendición de asesores cercanos a Donald Trump con un objetivo tan claro como perturbador: derribar al presidente Gustavo Petro y reemplazarlo por quien hasta ahora ha sido su segunda al mando, la vicepresidenta Francia Márquez.
Quienes lo escucharon en esas reuniones aún se confiesan atónitos. Leyva, el mismo que hace apenas dos años fue el rostro de la “paz total” y el puente de Petro con guerrillas, empresarios y opositores, hablaba sin rodeos de un plan que implicaba la presión internacional y la participación de actores internos dispuestos a forzar la salida de un presidente elegido democráticamente. En uno de los audios, se le escucha soltar frases que hielan la sangre: “Hay que sacar a ese tipo. No puede seguir presidiendo las elecciones de 2026. El orden público ya se desbordó. Esto no puede suceder sino con un gran acuerdo nacional. Tiene que estar el ELN, los del Clan del Golfo… Ya he hablado con los gremios más importantes”.
El plan no era menor. En su relato, Leyva prometía pruebas de una supuesta adicción de Petro a las drogas, ausencias inexplicables y un entorno dispuesto a encubrirlo. Apuntaba incluso a Laura Sarabia, mano derecha del presidente, a quien acusaba de ser cómplice silenciosa de esas supuestas adicciones. Petro y Sarabia lo niegan con contundencia y tachan las afirmaciones de Leyva de calumnias desesperadas.
El excanciller sostenía que la vicepresidenta Márquez era la figura idónea para la transición. Decía tener su visto bueno. Lo más inquietante es que los mensajes filtrados muestran una correspondencia ambigua, casi afectuosa. “Sigue en mi mente con más vigencia. Mucha fortaleza. Cero debilidad. Abrazo”, le escribió Leyva el 31 de marzo. Márquez respondió: “Muchas gracias. Así seguimos firmes para cumplir la promesa con el pueblo colombiano”.
Para Leyva, ese “firme” era una luz verde. Para Petro, cuando escuchó los audios, fue la chispa de una tormenta política. Según personas presentes en la Casa de Nariño, el presidente hizo llamar a Márquez de inmediato. Le exigió explicaciones. Ella negó haber participado en ninguna maniobra golpista, pero se negó a desmentirlo públicamente. Desde entonces, la relación entre ambos es una sala de hielo. Apenas se cruzan. Apenas se hablan. La que fue la dupla más simbólica de la izquierda colombiana hoy parece un matrimonio roto por una traición inesperada.
Leyva, además, no actuó solo. Buscó en Estados Unidos a sus viejos amigos en el Partido Republicano. Con ayuda de su hijo, Jorge Leyva, organizó encuentros con asesores y contactos de Marco Rubio, influyente senador de la Florida y figura clave de la ultraderecha latina en el Capitolio. Tocó la puerta de Mario Díaz-Balart y de Carlos Antonio Giménez, ambos congresistas por el sur de la Florida y con líneas directas hacia los núcleos duros que orbitan alrededor de Trump. Les pidió apoyo para “ejercer presión internacional”. Según fuentes cercanas a la Casa Blanca, la propuesta nunca llegó a prosperar: la consideraron delirante y políticamente inviable.
Pero para Leyva, ese portazo no bastó. En paralelo, comenzó a publicar cartas abiertas en redes sociales, donde describía a Petro como un hombre incapaz, ausente y dependiente de sustancias ilícitas. Denunciaba reuniones secretas, noches sin control, desplantes a mandatarios extranjeros. Para algunos, se trató del último acto desesperado de un político caído en desgracia. Para otros, una muestra de hasta dónde puede llegar la ambición cuando la traición se convierte en moneda de cambio.
La historia de Leyva con Petro comenzó como una alianza improbable. Un conservador veterano que, a cambio de la “paz total”, puso su reputación al servicio del primer presidente de izquierda en la historia de Colombia. Fue su emisario ante la guerrilla del ELN, su llave para restablecer relaciones con Venezuela, su interlocutor con la iglesia, la vieja élite y hasta con sectores de la derecha dura. Pero en noviembre de 2024, la Procuraduría lo destituyó tras una polémica licitación de pasaportes que Leyva ordenó cancelar siguiendo órdenes de la Casa de Nariño. Desde entonces, su relación con Petro se fue marchitando. Sintió que lo abandonaban. Que lo arrinconaban. Que no lo recompensaban por la lealtad.
Mientras el presidente tejía su idea de un gran pacto nacional para salvar reformas clave, Leyva se veía a sí mismo como el artífice natural de esa estrategia. Pero nadie lo llamó. Nadie lo invitó de vuelta a la mesa. Entonces decidió moverse por su cuenta. El resultado: un viaje a Estados Unidos, un plan de derrocamiento, audios que hoy están en manos de los servicios de inteligencia y un presidente que acusa a uno de sus más cercanos de planear un golpe de Estado con ayuda extranjera.
Ahora, Leyva se refugia en Madrid, temeroso de volver a Bogotá. Francia Márquez, mientras tanto, guarda silencio, convencida de que cada palabra puede incendiar aún más un fuego que arde sin control. Y Gustavo Petro, aislado de sus viejos aliados, vuelve a verse rodeado de conspiraciones que parecen confirmar su temor de que, en Colombia, el poder siempre termina devorando a quien lo ejerce.
En medio de la tormenta, una pregunta retumba en los pasillos del poder: ¿cuánto vale una lealtad en la política colombiana? Álvaro Leyva, el hombre que tantas veces negoció la paz con quienes empuñaron las armas, hoy es acusado de empuñar la traición más grande de su carrera. Y lo hizo convencido de que, si Trump bendecía su causa, Colombia despertaría con otro presidente.
No lo logró. Pero el eco de su conspiración se quedará mucho tiempo marcando la respiración política de un país que nunca deja de sorprenderse de sí mismo.
carloscastaneda@prensamercosur.org
