

La, en estos tiempos, llamada «Gobernanza» de Estados Unidos ha viajado lejos. Muy lejos. Ha atravesado océanos, desiertos, culturas, idiomas y hasta el sentido común para “proteger la democracia y derechos humanos, etc.”.Ha plantado banderas y desplegado tropas, recientemente, en Irak, en Afganistán, en Siria, en Libia, calentito, humeante, en Irán… allá donde los mapas dicen » terrorismo», “petróleo”, “interés estratégico”, o «yo que sé «. En esas misiones, el Atlántico y el Pacífico parecían meras piscinas olímpicas. Pero cuando el problema está a 90 millas, cuando no hace faltar cruzar medio mundo sino apenas mirar por la ventana desde Florida, entonces la determinación se disuelve como un azucarillo en el café.E intuyendo que a dicho café le da sorbos un Secretario de Estado -que por primera vez es latino- , para más señas de origen Cubano. Y demás «moliendas» hispanas en sus raíces.
Cuba sigue ahí. También el «puesto a dedo», después de la muerte de Fidel. Y Venezuela también con sus dirigentes- no tan diligentes electoralmente- «escuchadores» , e interpretadores, de pajaritos que trinan con «espíritu Chavista».
Lugares tan cercanos que casi se escuchan los discursos, y arengas del: » la culpa siempre es, fue y será, del imperialismo y su boicot!?! Cuando, ocurre que millones de su compatriotas tienen que votar » con los pies», o cualquier otro medio de locomoción; y envían remesas para permitir sobrevivir a gran parte de sus familias que quedaron » dentro». Y sin embargo, esa cercanía parece generar más incomodidad que urgencia. ¿Será que los conflictos, y los «tambores de guerra», lejanos son más fáciles de convertir en narrativas heroicas, o rentables? ¿Será que intervenir lejos permite crear relatos cinematográficos, sin consecuencias domésticas inmediatas?
A 12.000 kilómetros de Washington, Estados Unidos ha reconstruido gobiernos, derrocado dictadores y sembrado democracias como si fueran lechugas. Algunas han brotado torcidas. Otras se han marchitado en la misma tierra. Pero el intento era espectacular. Mientras tanto, a 90 millas, las cosas no han cambiado tanto desde los tiempos de Kennedy, el desembarco en la «Bahía de Cochinos» y «la cochinada» subsiguiente!?!
Y eso que en Miami, por ejemplo, no faltan cubanos con apellidos asturianos, gallegos o canarios dispuestos a recordar que la libertad también se puede reclamar desde la acera de enfrente. O la playa de al lado.
La pregunta entonces, creo, es incómoda, puede que obvia, pero legítima: ¿por qué tanto esfuerzo por cambiar el mundo – casi «el otro» mundo- cuando el barrio está lleno de matones y de famelicas familias; con goteras en toda el alma democrática? ¿Es más fácil ser sheriff global que vecino comprometido del reconocido» patrio trasero». ¿O es también otra «leyenda negra»?
La respuesta, como casi todo en geopolítica, es muy compleja, muy – imagino- de «deep state» – está en una mezcla de intereses, narrativas, cinismo, economía y algo de màrketing. Intervenir en Cuba o Venezuela o…parece no da votos automáticos. Requiere lidiar con la historia, con los exiliados, con los errores pasados y con los lobbies presentes.Digo yo?! En cambio, una operación en Oriente Medio se puede vender mad facil electoralmente!? con una bandera, una enorme descarga de superbombas, teledirigida , drones IA por doquier y una rueda de prensa triunfante de hombres «duros». Puro «geofarwest».
Y mientras tanto, Brasil se asoma con sus amigos comunes…ejem!, Paraguay hace equilibrios, Colombia mira hacia ambos lados etc… América Latina observa. Observa, calla y a veces se ríe. Porque sabe que los 12.000 kilómetros no siempre son más difíciles que las 90 millas. Lo que pasa es que los cercanos, los hermanos incómodos, no se pueden borrar de un plumazo. Aunque la firma sea más grande que el folio en que se inscribe.
Tal vez por eso la historia más interesante no está en los misiles ni en los mapas, sino en los vínculos. En los hijos de gallegos que nacieron en Sancti Spíritus, en los cubanoamericanos que gobiernan en Florida, en los puentes culturales que sobreviven a los bloqueos. Porque al final, más allá de la distancia, hay una geografía emocional que nunca miente.
Y esa, amigos, no se mide en millas. Se mide en memoria, en coraje… y en ganas de mirar de frente lo que tenemos justo al lado. A «tiro de piedra», a 90 millas; o al alcance de miles de balseros, que muchos fueron alimento de tiburones!
Por un columnista con brújula iberoamericana y sentido del humor geopolítico
Fdo.
Javi Pertierra
