
La situación alimentaria en Cuba es hoy un laberinto de colas, escasez y desesperación. Imagina despertar cada mañana sin saber si encontrarás pan en la panadería, o si podrás comprar huevos y leche para tus hijos. La verdad es que, para la mayoría de los cubanos, la alimentación se ha convertido en una lucha diaria, una carrera contra el tiempo y la incertidumbre. Detrás de cada fila, de cada mercado vacío, hay historias de familias que se las ingenian para salir adelante con lo poco que tienen.
El panorama actual: hambre y supervivencia
Cuba atraviesa una de las crisis alimentarias más graves de su historia reciente. Los datos oficiales y los testimonios de la gente muestran un panorama desolador: la producción de carne de cerdo ha caído más del 90% en cinco años, la de arroz y pasta ha colapsado, y la leche, los huevos y las hortalizas escasean como nunca. Los mercados estatales lucen vacíos, y los privados, aunque algo mejor abastecidos, ofrecen precios que superan el salario mínimo varias veces.
La inflación galopante y la depreciación de la moneda han hecho que muchos productos sean inalcanzables para la mayoría. El resultado es que uno de cada cuatro cubanos se acuesta sin cenar, y un 29% de los hogares solo puede permitirse dos comidas al día; un 4% apenas una. Las familias destinan cada vez más tiempo y dinero a buscar comida, a veces hasta quince horas semanales solo para conseguir lo básico. Y es que, en Cuba, hoy comer es un lujo.
Causas de la crisis: más allá del bloqueo
La narrativa oficial suele culpar al embargo estadounidense y a la caída del turismo por la crisis alimentaria. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja y las causas se anudan como un ovillo difícil de desenredar. Por un lado, el modelo económico centralizado y verticalista ha ahogado la iniciativa privada y la producción local. El campo cubano está subexplotado, y el país importa alrededor del 80% de sus alimentos, una dependencia que lo hace vulnerable a cualquier vaivén internacional.
Además, la falta de inversión en agricultura, la burocracia asfixiante y el control estatal de las fuerzas productivas han generado un círculo vicioso de ineficiencia y corrupción. El gobierno insiste en la fortaleza de la empresa estatal socialista, pero los resultados los sufre el cubano de a pie: pobreza creciente, escasez crónica y una dieta cada vez más empobrecida.
El colapso de los servicios básicos —electricidad, agua potable, gas— agrava aún más la situación. Muchos hogares enfrentan apagones durante las horas de cocción y no reciben agua potable regularmente, lo que dificulta almacenar y preparar alimentos2. La producción de pienso para animales ha disminuido un 80% desde 2019, impactando la ganadería y la producción de lácteos, y la pesca también se ha desplomado.
Por si fuera poco, la dolarización de la economía y la mala gestión del ordenamiento monetario han disparado los precios y ahondado la desigualdad. Las remesas, que antes eran un salvavidas, ya no alcanzan para compensar la carestía, y el mercado informal se ha vuelto imprescindible pero también inestable y caro.
Soluciones posibles: un camino difícil pero no imposible
Ante tanta adversidad, ¿hay salidas? La verdad es que no existen soluciones mágicas, pero sí caminos que podrían aliviar el sufrimiento de la población y sentar las bases para una recuperación sostenible.
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Liberalizar la economía y la agricultura: Permitir mayor autonomía a los productores privados y cooperativas, eliminar trabas burocráticas y fomentar la inversión en el campo podrían reactivar la producción local. La experiencia muestra que, donde se ha dado espacio a la iniciativa privada, los resultados han sido mejores.
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Invertir en tecnología e insumos: Modernizar la maquinaria agrícola, facilitar el acceso a fertilizantes y semillas, y mejorar la infraestructura rural son pasos necesarios para aumentar la productividad. El campo cubano necesita urgentemente una renovación tecnológica y logística.
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Garantizar servicios básicos: Restablecer el suministro regular de electricidad, agua potable y gas es fundamental para que las familias puedan almacenar y cocinar alimentos sin sobresaltos. Sin estos servicios, cualquier esfuerzo por mejorar la alimentación está condenado al fracaso.
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Reformar el sistema de distribución: Acabar con la dependencia de los mercados estatales ineficientes y permitir que los productores vendan directamente a los consumidores podría reducir los precios y mejorar la disponibilidad de alimentos.
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Promover la producción local y diversificada: Fomentar la siembra de cultivos autóctonos y resistentes, así como la cría de animales a pequeña escala, podría ayudar a reducir la dependencia de las importaciones y fortalecer la seguridad alimentaria.
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Apoyo internacional y remesas: Aunque las remesas ya no alcanzan para todo, siguen siendo un respiro para muchas familias. Facilitar su envío y uso, así como buscar acuerdos de cooperación internacional para la compra de alimentos, podría aliviar la situación en el corto plazo.
Historias y analogías: la vida en la Cuba de hoy
Piensa en una abuela que hace cola desde la madrugada para comprar pan, o en un padre que recorre varios mercados buscando un pollo para la comida familiar. Imagina a un niño que solo come arroz y frijoles, día tras día, porque no hay más opciones. La vida en Cuba hoy es como intentar llenar una cesta con agujeros: por mucho que te esfuerces, siempre se escapa algo.
La crisis alimentaria ha convertido la supervivencia en una rutina de ingenio y resistencia. Muchos cubanos han aprendido a sustituir ingredientes, a cocinar con lo que hay y a compartir lo poco que tienen. La solidaridad, aunque no llena platos, alivia el alma.
Conclusión: mirando hacia adelante
La crisis alimentaria en Cuba es profunda y multifactorial. Las causas son muchas —modelo económico rígido, falta de inversión, burocracia, colapso de servicios básicos, inflación— y las soluciones requieren voluntad política y cambios estructurales. La verdad es que no basta con culpar al bloqueo o a la pandemia; hay que mirar hacia dentro y tomar decisiones difíciles.
Y es que, en medio de la escasez, la esperanza no se pierde del todo. Los cubanos siguen buscando formas de salir adelante, de reinventarse, de soñar con un futuro mejor. Quizá, si se abren puertas a la iniciativa privada, se invierte en el campo y se garantizan los servicios básicos, la isla pueda volver a llenar sus mesas. Mientras tanto, la lucha por la comida sigue siendo, para muchos, la lucha más importante del día.
