
Tal vez si todos nosotros hubiésemos vivido en la Europa de los años 40, nuestra posición de total apatía frente a un mundo que se quema en las guerras, no hubiera existido. Quizás seríamos parte activa en la defensa de la vida de aquellos a quienes se les quiere silenciar a base de plomo. Pero es triste saber que los vivieron directa o indirectamente aquel holocausto de la Alemania nazi ya no están o bien no quieren estar. Nosotros, los que no lo vivimos, al parecer hemos olvidado lo que era un campo de exterminio o que se clasifiquen en una escala inferior al animal solo por procesar una religión. Hoy en día no solo sigue habiendo holocaustos y exterminios de etnias y pueblos, sino que también esos holocaustos se ceban con aquellos que pretenden ayudar a las víctimas diana de dichos crímenes contra la humanidad.
Gaza y Cisjordania, no son sino un botón de muestra de lo que digo. El más aberrante, cruel, indigno y despiadado de todos, pero no por ello los demás holocaustos lo son menos. Simplemente Gaza representa la última vuelta de tuerca o evolución del crimen. Gaza representa la entrada de la humanidad en el mismo infierno. Infierno cuyas puertas fueron abiertas no sólo por un soldado que dispara su fusil, ni por un primer ministro asesino como el más genuino representante del nazismo sionista, sino también abierta por el silencio y la complicidad de todos aquellos países que miran hacia otro lado. La Unión Europea entre ellos.
Vayamos con datos, tristes datos. Desde octubre del 2023 hasta mayo del 2025 el número de muertos sólo en Gaza sobrepasa las 45.000 personas, Según datos de Ministerio de Sanidad de la franja. Aunque organizaciones como Médicos sin fronteras y estudios rigurosos publicados en la revista The Lancet, sugieren que la cifra de muertos puede sobrepasar ya a estas alturas los 186.000 muertos, en su mayoría niños, mujeres y ancianos. Las masacres se han centrado principalmente en escuelas, mercados y zonas elegidas como humanitarias.
En la guerra siria en los últimos 10 años los muertos fueron de 71.359, en Irak en los últimos 10 años ha sido de 45.398. Ucrania en 2023 71.000 muertos.
Mirando a Afganistán podemos contar en los últimos 10 años 27.649 fallecidos y en Yemen entre 2014 y 2024 un total de 382.100 muertos en la guerra civil. Pasando por alto que en gaza no existe una guerra sino una operación de limpieza étnica, podemos decir que el muerto en proporción al tiempo de conflicto convierte al pueblo palestino en el pueblo más masacrado dese la segunda guerra mundial.
Aun así, hemos indicado que Gaza no solo mueren gaznatíes sino también cooperantes. De esta manera, en Sudán al menos 9 trabajadores humanitarios murieron en Dafour norte hace menos de un mes. Si comparamos los cooperantes asesinados en Gaza con las muertes producidas en este colectivo en Sudán, Siria, Afganistán o Somalia, nos encontramos con que en Gaza estas muertes son el triple que en todos estos lugares del mundo. La impunidad se une a todo ello, ya que Israel sólo ha investigado el 5% de los incidentes informados por la ONU.
La evolución de los conflictos bélicos en la actualidad: una mirada cercana
Los conflictos bélicos han sido una constante en la historia de la humanidad. Desde las primeras disputas tribales hasta las grandes guerras mundiales, cada enfrentamiento ha dejado cicatrices profundas en los países involucrados y, lo más importante, en las personas que los viven. Pero hoy, en pleno siglo XXI, ¿cómo han cambiado las guerras? ¿Se siguen librando en campos de batalla físicos o han tomado nuevas formas más sofisticadas? La verdad es que la guerra ha evolucionado de maneras que, hace apenas unas décadas, parecían sacadas de una novela de ciencia ficción.
Un nuevo tipo de guerra: la batalla de la tecnología
Si pensamos en la imagen clásica de la guerra, seguramente nos vienen a la mente soldados en trincheras, explosiones y aviones de combate surcando el cielo. Pero hoy, muchas de las batallas más determinantes no se libran con armas convencionales, sino con algoritmos, redes de información y estrategias digitales.
La guerra cibernética es una realidad palpable. Países invierten cantidades astronómicas en desarrollar programas que pueden sabotear sistemas de infraestructura crítica de otras naciones, manipular elecciones o incluso paralizar economías enteras con un simple ataque digital. Y es que en un mundo donde dependemos casi completamente de la tecnología, un colapso informático puede ser tan devastador como una bomba.
Ejemplos de esto ya los hemos visto. Hackeos masivos a bancos, fuga de información estratégica, campañas de desinformación impulsadas por inteligencia artificial… Todo esto forma parte del nuevo arsenal de guerra. Se pelea por el control de la narrativa, por el dominio del flujo de información, por la capacidad de sembrar el caos sin disparar una sola bala.
Las guerras proxy: conflictos de baja intensidad con repercusiones globales
Otra evolución notable es la proliferación de conflictos conocidos como «guerras proxy». Básicamente, son enfrentamientos indirectos entre grandes potencias a través de actores locales en territorios ajenos. En lugar de una guerra directa, los países con más influencia financian, entrenan y apoyan a grupos armados que luchan por sus intereses en distintas partes del mundo.
Un caso claro de esto es el conflicto en Ucrania, donde Rusia y Occidente han mantenido una lucha constante a través del apoyo militar y político a cada lado, sin enfrentarse directamente. Lo mismo ocurre en Medio Oriente, en lugares como Siria o Yemen, donde distintas fuerzas externas han transformado disputas internas en escenarios de guerra global.
Lo más preocupante de estos conflictos es que, aunque en apariencia son guerras «localizadas», su impacto es inmenso. Desplazamientos masivos de personas, crisis económicas, escasez de recursos, e incluso la alteración de mercados internacionales de energía y alimentos son solo algunas de las consecuencias.
La guerra silenciosa: manipulación, propaganda y control social
Hoy en día, la guerra no solo ocurre en territorios físicos ni digitales, sino en las mentes de las personas. La propaganda siempre ha sido una herramienta fundamental en los conflictos, pero ahora se ha perfeccionado a niveles casi imperceptibles.
A través de redes sociales, noticias segmentadas y narrativas construidas estratégicamente, los ciudadanos pueden ser manipulados para apoyar ciertas ideologías, justificar guerras o incluso ignorar atrocidades. Esto es particularmente peligroso porque, sin darnos cuenta, podemos estar defendiendo causas que no son exactamente lo que parecen.
Es una guerra que no usa tanques ni misiles, pero sí información dirigida con precisión quirúrgica para moldear opiniones, influenciar decisiones políticas e incluso generar apoyo masivo para operaciones militares que, en otro contexto, habrían sido rechazadas.
¿Hacia dónde vamos?
Lo cierto es que los conflictos bélicos de hoy no son los mismos de hace décadas. La guerra ha cambiado de cara, se ha adaptado a los tiempos modernos y, lo peor de todo, se ha vuelto más difícil de identificar y comprender.
Las víctimas siguen siendo las mismas: personas comunes y corrientes, familias atrapadas en medio de disputas de poder, sociedades que ven cómo su estabilidad se desmorona por decisiones que se toman lejos de su alcance.
Y es que, aunque las tácticas hayan evolucionado, la esencia de la guerra sigue siendo la misma: lucha por el poder, por los recursos, por el control.
¿Podemos esperar un futuro sin guerras? Esa es una pregunta que, por desgracia, aún no tiene respuesta. Pero lo que sí podemos hacer es analizar, cuestionar y entender mejor los conflictos para no caer en narrativas simplistas. Porque en un mundo donde la guerra se ha vuelto menos visible pero no menos destructiva, nuestra mejor arma es la información y el pensamiento crítico.
