

El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá generosamente, junto con él, todas las cosas? (Romanos 8:32, NVI)
Las promesas de las Escrituras que revelan el amor de Dios son la mejor protección contra las preocupaciones innecesarias. Dios nos ha prometido todo lo que necesitamos, no todo lo que deseamos. Nosotros mismos somos tan insensatos. Si nuestro más mínimo deseo se cumpliera de inmediato, nos destruiríamos.
Es el paso por momentos difíciles y situaciones difíciles lo que nos convierte en el tipo de personas que han aprendido a confiar y obedecer sin importar las circunstancias. Hay un viejo proverbio que dice: «El viento del norte creó a los vikingos», y en contraste, otro proverbio dice: «El sol constante crea un desierto».
Al cristiano no se le promete una vida libre de las presiones y ansiedades que lo preocupan. Se le promete la seguridad de que Dios no lo abandonará y la certeza de que estará con él en medio de todas las pruebas de la vida. Se le promete que, al final, verá que todas las cosas obran para bien, y que ni la muerte, ni la vida, ni lo presente, ni lo por venir, ni nada en absoluto podrá separarlo del amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor.
Poder reclamar esta promesa es mucho, mucho mejor que ser el rey de un gran país o la persona más rica de la creación.
– Des Ford
Reflexión: Cuando oras, ¿oras por lo que necesitas o por lo que quieres? Piénsalo bien. ¿Estás listo para sorprenderte si Dios no está de acuerdo contigo?
